Pasando por la Panamericana se ponen en evidencia algunas marcas de época:
En estos últimos años, la velocidad crucero aumentó mucho más que el calentamiento global. Esos 140 km/h ya son algo normal, la velocidad estándar. Antes, eso era ir muy rápido. Supongo que cada época tendrá su velocidad de desplazamiento. ¿Cuál será la velocidad normal dentro de diez años?
A los costados de la autopista privatizada hay una parquización que parece una cancha de golf para nadie, sin hoyos, sin gente, sin picnic, sin barriletes. Un paisaje de dibujitos animados, pinos cónicos, simétricos y pasto corto, que se repite en loop.
En los carteles publicitarios las modelos vienen abriendo las piernas desde los años noventa hasta llegar en la actualidad a tener los fémures en ángulo de 180 grados.
Casi todos los autos son grises metalizados y con un diseño redondeado, no anguloso, que tiende a lo esférico, al huevito, a la cápsula sin aristas, en una falsa simplificación, de faros rasgados, medio japoneses.
Hay una escena de choque; el operativo parece de Playmovil, con conos naranjas, limpios, camioneta traffic con gran flecha luminosa que titila, dos policías (o seudopolicías) en motitos Chips, con detalles verde flúo. No hay muertos, por suerte. Solo un capó y un paragolpes de plástico arruinados por el frenazo tardío.
No se ven como antes autos rotos, oblicuos, atados con alambre, que van a 40, con arreglos sin pintar, carcomidos por el arte abstracto de la abrasión, la intemperie, el óxido y la lluvia ácida. O no pueden pagar el peaje o no los dejan circular por no alcanzar las condiciones necesarias para la seguridad vial, y tienen que ir por la colectora, por la lentitud de la tracción a sangre y el ciclista, fuera de la banda ancha de cinco carriles bien asfaltados por la que circulamos los acelerados que queremos llegar a casa para chequear los mails.
La velocidad del futuro será esa lentitud del margen. En el subdesarrollo conviven todas las épocas, todas las velocidades. Somos un BMW a 170 y un carrito a caballo que se encuentran en la oscuridad de la noche argentina.