El mayor miedo de todo político es que le tiren un muerto. O muchos. Duhalde no se recuperó nunca plenamente del asesinato de José Luis Cabezas, ejecutado en el camino donde él iba a pescar. Fue la punta del iceberg de una guerra entre enormes bloques mafiosos que se adivinaba por debajo de la superficie de su provincia de Buenos Aires. Aníbal Ibarra no se pudo levantar más después de los 194 muertos en Cromañón durante su mandato como jefe del Gobierno de la Ciudad. La cifra, que lo llevó a ser destituido en un juicio político, lo sigue tirando para abajo y es un punto central en su entrada en Wikipedia. Cristina perjudicó su buena imagen al lavarse las manos dos veces alevosamente para desentenderse de los 51 muertos en la estación de trenes de Once, una vez cuando sucedió y otra vez cuando se cumplió un año. Varían mucho los grados de responsabilidad, pero los muertos siempre subrayan, enmarcan, fijan el hecho en la memoria popular. Por eso los muertos propios se temen y los ajenos se usan políticamente.
En los pasados días, cuando todavía no habían bajado las aguas de una de las más grandes y trágicas inundaciones de los últimos años, los políticos ya se estaban señalando entre sí, colgándose al cuello unos a otros los carteles con la cifra de las víctimas. Vos tenés ocho, vos tenés 48. Esta vez, la Presidenta, sabiendo que no podía sumar otra lavada de manos en vistas a la cercanía de las elecciones de octubre, se hizo presente, se embarró, fue a La Plata, a Tolosa, el lugar más castigado. Quizá la asesoraron mejor que el año pasado, quizá se vio tocada de cerca por ser ése el barrio de su infancia. Lo importante es que fue, dio unas vueltas y aguantó lo que siempre evita afrontar: la otra campana, la que hacen sonar los que no la quieren. Enfrentó por un rato la calle real sin la escenificación previa que suelen hacerle siempre con el decorado de glamour que la acompaña donde vaya.
Al final nos sorprendemos cuando los políticos hacen lo mínimo: el paseo simbólico por el lugar de la tragedia. Algunos ni llegan a hacerlo, hacen como que están pero es sólo una presencia virtual en Twitter que en seguida se desenmascara, o están en Brasil, o en Miami y vuelven y se arremangan cuando ya es tarde. Nadie se imaginó tanta agua, pero es cierto que había alerta meteorológica. No existe ningún sistema preventivo, ni alarmas, ni evacuación. Ahora va a quedar la lista de muertos y en las paredes las marcas de agua más altas del siglo en las casas de Tolosa, Belgrano y Barrio Mitre.