- No todos, pero hay países que se merecen "un fin del mundo..."
Me lo sugiere un taxista. Y convencido, aventura nombres de estados que deberían sufrirlo.
- ¿Argentina?
- Para mí que sí, pero como somos un país suertudo quizás zafemos...
Y sí, quizás nos merezcamos un ejemplificador "fin del mundo". Por lo que se ve, ese gran padre de todos los sustos resulta hoy por hoy más aleccionador que seguir vampirizados, en medio de salteadores de caminos, muletas medievales, fragilidad, frases huecas y la succion feudal que practican unos señores sobre las regiones económicas que se le den en gana.
Cuando niño uno de los sonidos que más fantasías provocaba en mi cabeza escolar era ese "cuarzo, feldespato y mica" que la maestra daba como fortuna mayor de Famatina. Y los diamantes, que los había como flores. (Menem ya gateaba sobre esa superficie pero sus garfios de bebé no le alcanzaban) Y de San Juan destacaba sus inmensas minas de oro (a las que el fresco de Gioja no había echado el manotazo por no haber nacido todavía)
Indigna, enoja, atravesar los días del país escuchando durante meses, años, que la denuncia y la porfía se estiran sin que ninguna medida oficial promueva y profundice ese clásico legal conocido como "investigación hasta las últimas consecuencias". Bonaso/Solanas no cejan en su ejemplar y motivadora campaña de denuncias. Y menos Cristina/Gioja en bancar a una empresa que como la Barrick Gold es un enclave pirata, desde el cual se extrae la riqueza aurífera al más bestial estilo Atila. Sobre donde éste pasaba no volvía a crecer el pasto. Y sobre donde rapiña la Barrick Gold ya no corre agua natural sino los más potentes venenos. Crimen que bien merece el castigo del "fin del mundo" propuesto por el taxista dado que tan perversa actividad (hasta ahora impune) degrada la salud presente y futura al contaminar ¡con cianuro! los ríos, lagos, hielos, y la flora y fauna de la región patagónica.
En medio de tamaña conversación el taxista insistía en el remedio bíblico. Le brotaba imperioso. A los argentinos un repentino "fin del mundo" les caería benefactor. Y enumeró las condiciones favorables. 1/ tenemos aguzado el sentido del susto. 2/ no habría efecto rechazo 3/ es constitucional pues no existe catástrofe más prolijamente democrática, 4/ estas fechas nos vienen de perilla y 5/ no dolería mucho más de lo que nos hemos hecho doler entre nosotros.
- ¿Qué le parece mi proyecto?, insistió. ¿Vió que tenemos salida?
El disparate del taxista tiene miga. Si lo racional, el sentido común y la esperanza se pierden, un "fin del mundo" puede considerarse justiciero. Y cierto es que los argentinos damos motivos para merecerlo. Nuestras últimas décadas asustan más que Nostradamus o los Mayas. No son solo los “doce apóstoles” de la crónica policial: son los 120, los 1200, los 12.000 “apóstoles” que por años han usurpado a su antojo los expedientes de una sociedad. Es un estilo. Robamos los sueldos que Belgrano donó para hacer escuelas de provincia. Robamos los 23 mil pesos fuertes primeros que dio Rivadavia (y los que dieron otros, después) para abrir el Bermejo. Robamos el sable de San Martín, la capa de la reina Sofía, el piano del general y el diario para clientes de la barra del café. Entre nosotros, salvo excepciones, siempre hay alguien robándole algo a alguien. No obstante, casi todos vivimos excarcelados.
* Especial para Perfil.com