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Marchemos

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El Estado parece invencible y la oposición, frente a tamaña desmesura, aparenta ser inexistente. Claro que a veces, como ahora, la oposición deja de ser parlamentaria o partidaria y se transforma en multitud, en sociedad. Y entonces, cuando el gigante estatal tambalea, deja de meter miedo y comienza a sentir miedo;  es el momento en que la lucha cambia de escenario, y la burocracia confronta con la gente. La burocracia, en su obediencia, se va convirtiendo en mera repetidora de las tonterías que le ordenan decir. El grado máximo de la imbecilidad lo ejerce el personaje oficial que expresa “están politizando el hecho”, el que quiere avisarnos que la política es una propiedad del Estado, de los fundadores de la patria propia, nueva, sectaria y hereditaria. Politizando –qué palabrota– implica que se está fuera de la institución central: la obediencia a la señora Presidenta. Aplaudamos que nos está mirando, cuidando, vigilando.

Una atrocidad. Son las corporaciones del imperialismo destituyente y de derechas, fascistas, agentes de todos los poderes oscuros, portadores del mal. No pasarán, no tocarán a la democracia, a la que nosotros nominamos Cristina. Nadie pretende  tocar nada, sólo sacarse un poco la bronca de encima, y juntos derrotar el miedo, ese miedo que intentan imponernos desde el poder, el que rompe diarios y dignidades, esa patética imagen que para muchos desnuda el peor nivel de degradación de nuestras instituciones.

Una década de retrocesos, una secta que intenta llevarnos al peor momento del enfrentamiento entre hermanos, denostando al Perón que vino a pacificar, renegando de su figura y eligiendo a los que el General expulsó de la Plaza porque imaginaban la solución en la violencia que habían elegido, más como camino al suicidio que como sueño colectivo. El peronismo, que había integrado a los humildes, volvía para proponer la Unidad Nacional, mientras que ellos niegan a Perón, y la sociedad nos culpa por haberlos ayudado a llegar al poder. El peronismo se volvió a equivocar, antes fue con Menem, hoy es con la Presidenta. Pareciera que no quisimos heredar la libertad y grandeza del último Perón.  

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Marchamos todos. No me vengan con el cuento de que hay apellidos que ensucian el grito de rebeldía; es con todos, aun con los que no nos gustaría que vinieran, para ejemplo, en el Gobierno los hay peores. La rebeldía de la marcha no se debilita por algunos partícipes. ¿No nos van a decir que sólo al oficialismo le corresponde cambiar obsecuencia por pasado?: Zaffaroni y Verbitsky no necesitaron irse en la dictadura, los Kirchner tampoco. No nos corran con el pasado, el presente es nefasto y ustedes son los responsables.

Marchamos todos los damnificados, los sin cargo oficial ni lugar en el espacio de los aplausos, los que no tenemos nada que aplaudir. O peor aún, los que tenemos demasiado para enrostrar, dueños de una hasta hoy clandestina silbatina infinita; los que acumulamos bronca y somos muy democráticos, tanto que por eso marchamos, para intentar recuperar la democracia y la libertad que nos fue arrebatada. Una marcha purifica, ayuda a entender que falta poco aun cuando parezca un tiempo infinito. Queremos que se vayan, votar al que viene, y que no permanezca en el poder diez años o más, que no se crea fundador de ningún mundo superior, que no se nos enferme de soberbia. Merecemos a alguien que se deje llevar por la pasión de la cordura.

No sabemos si fue suicidio o asesinato. Sólo sabemos que el Gobierno, frente a la dificultad, volvió a buscar culpables afuera, a denunciar cuando debía ser el denunciado. Si se gobierna con grandeza, las dificultades se enfrentan entre todos y hasta suelen convertirse en un elemento que consolide la unidad nacional.

Pero frente a la desgracia, estuvieron ausentes desde el pésame hasta la sobriedad. Frente a la dificultad,  nuestro gobierno nos quedó chico, pequeño, como si la historia, cuando viene en serio, le quedara grande. Y ahí están, acusando y metiendo miedo. Por eso marchamos.

*Ex diputado nacional.