Lejos, muy lejos de lo que los cables revelados por WikiLeaks desnudaron en Argentina –no mucho más que cotilleos entre daikiris y martinis, nada que un periodista no supiera–, en otros países Julian Assange & sus Pescados Rabiosos podrían ser responsables de que se desencadenen hostilidades mayores.
Según la prensa pakistaní, una de las revelaciones de WikiLeaks más importantes consiste en la opinión del rey Abdula bin Abdelaziz al-Saud, acerca de que el presidente Asif Ali Zardari es el mayor obstáculo para el progreso de Pakistán. “Cuando la cabeza está podrida, afecta al cuerpo entero.” Para Abdula, además, el primer ministro de Irak, Nuri Al Maliki, no es la persona adecuada en el lugar indicado, por su carácter de “agente iraní”. Hablando con un oficial iraquí, le dijo: “Usted e Irak están en mi corazón, pero ese hombre no”.
El expresivo y explícito monarca no se anduvo con chiquitas. De conformidad con otro memo, el saudí estaba alterado por la injerencia de Irán en los asuntos árabes y por su desarrollo de armas nucleares. Y urgió a los Estados Unidos para que atacara a los persas. “Hay que cortar la cabeza de la serpiente.” Esta revelación da crédito a las versiones que afirmaron que Riad había acordado con Israel que sus aviones usaran el espacio aéreo saudí en el evento de un ataque a Irán, según informó esta columna. Osama Al Nugali, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, manifestó que el reino no tenía comentarios sobre la documentación en cuestión. “Las políticas y posturas del país siempre fueron claras.” Habría que preguntarles a Zardari y a Al Maliki si comparten el juicio.
La “cabeza de la serpiente”, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, llamó a conferencia de prensa y sostuvo –política y regionalmente correcto– que su país y los Estados vecinos eran amigos, que negaba valor a la documentación y que todo se trataba de una “diablura” de los Estados Unidos: no hay filtración sino una operación realizada sobre una base regular, que persigue resultados globales, uno de los cuales es enemistar a Irán con sus vecinos árabes. Primó la tradición persa-aqueménida del rey Ciro I. En Afganistán se consiguen interpretaciones parecidas.
Los cables de norteamericanos en Turquía conforman el segundo bloque más extenso de la última exhibición de WikiLeaks. Describen al premier turco, Recep Teyyip Erdogan, como un islamista convicto y confeso, adicto al trabajo, perfeccionista y con la mente puesta en la creación de un Estado islámico. El canciller Ahmet Davutoglu, un “neo-otomano”, forma parte de un anillo de acero de “sobones (aunque despectivos) consejeros”. Luego de décadas de ser un aliado de Occidente, y mientras Turquía trata de forjar una política exterior independiente, la prosa pomposa del servicio exterior norteamericano destacado en Ankara no logra controlar los daños en la relación bilateral. La postura “neo-otomana” de los turcos sobre Oriente Medio y los Balcanes es para Washington un regreso al pasado, con el agravante de estar basada en “ambiciones ‘Rolls Royce’ pero con recursos ‘Rover’”. Gente con demasiado tiempo ocioso es capaz de ocasionar consecuencias gravosas. Sobre esta adicción al voyeurismo diplomático, el analista del “Instituto Siglo XXI” de Ankara reflexionó: “Es como estar en el dormitorio de otro mientras se practica sexo. Sería divertido si el sexo fuera bueno, pero no siempre es así”.
Con menos sentido del humor, el ruso Vladimir Putin declaró durante una entrevista en la CNN que las filtraciones eran “deshonrosas”. No se tomó el trabajo de aclarar si lo eran para Rusia o para los Estados Unidos. Hillary Clinton, la secretaria de Estado que más horas pasó como telefonista, se sumerge en un pantano: el del descrédito. Para China tampoco fue un episodio edificante: se la acusa de iniciar una campaña contra Google y se afirma que no se opone a la reunificación de las Coreas, algo que la comprometerá con Pyongyang. Con amigos (norte)americanos así, escribiría Jorge Asís en su epistolario a Tío Plinio, la amistad ya no es lo que solía ser.
Según Jean Mackenzie, del Global Post, que el tráfico diplomático ya no pueda ser confidencial y que cada conversación pueda ser plantada sobre las portadas tiene a mucha gente mascando bronca. Hay crisis de confianza con Estados Unidos; se verá que profunda puede ser. También, qué se hace con los trozos de lo que antes eran en apariencia armoniosas relaciones bilaterales.
Sería gratificante pensar que las publicaciones de WikiLeaks son el grado cero de la escritura periodística, que un futuro de transparencia nos espera a los lectores y de exigencia a los funcionarios. Sin embargo, unos pocos argumentos alcanzan para vislumbrar lo contrario. En el mundo musulmán, por ejemplo, la divulgación de las filtraciones actuó como combustible para todo tipo de teorías conspirativas. La transparencia, en todo caso, no puede ser un valor superior a la paz mundial; un equilibrio se impone para las consecuencias de los excesos de la primera cuando pone en riesgo la segunda.
“Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la historia del mundo habría cambiado.” Los historiadores suelen usar esta frase para graficar eventos capaces de torcer el rumbo de los acontecimientos. Hacen alusión al intento fallido de Cleopatra de seducir al victorioso Octavio –quien la rechazó por narigona– tras la muerte de su esposo, el derrotado Marco Antonio. Es posible que la irrupción de WikiLeaks, lo que nos deparen las siguientes entregas y lo que sepamos del “detrás de la escena” equivalgan a la nariz de Cleopatra. Los próximos años, entonces, acuñarán alguna expresión a expensas de Assange. Era hora de darle paz a la reina egipcia, pero los costos no pueden calcularse.