Crece el malestar en la calle por los aumentos de tarifas. Cae la popularidad del Gobierno, que intenta aplicar medidas de ajuste fiscal para generar confianza, atraer inversiones y apuntalar el crecimiento. La inflación no cede y aumentan la tasa de interés de referencia. Los capitales financieros salen del país por un cambio de contexto externo y se devalúa la moneda local.
La descripción es del Brasil que presidía Dilma Rousseff en 2013, a las puertas de una crisis que luego se potenciaría por la mancha venenosa de la corrupción sobre la elite política y las empresas del país vecino. Todo terminaría con el cuestionado impeachment a la ex presidenta primero, y ahora con la prisión de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, quien, vale recordar, durante su gestión había sido arropado por el establishment internacional.
Decir que la presidencia de Mauricio Macri se encamina a un bardo económico e institucional como el que aún vive el socio del Mercosur sería un error por varias razones: la economía está creciendo, el grueso del poder económico acompaña a Cambiemos, la oposición son islas del Tigre, y las investigaciones por corrupción acá se ven por el retrovisor y no por el parabrisas. Pero el ejemplo sirve porque Macri amenaza con comprimir en solo medio mandato la parábola de la ilusión al desencanto que dibujó Brasil en diez años, desde que asumió Lula y enamoró a los mercados hasta que arrancó la crisis con Dilma, que, aun sin buscarlo, los espantó.
El devenir del gobierno de Macri, de hecho, se parece más a ese tránsito brasileño que a la forzada dosmilunización que grita la oposición más limada, que uno no sabe si en el fondo cree en lo que dice. A propósito: los coreanos se dieron la mano en la frontera pero acá un kirchnerista no pisa TN. Es cierto que el propio gobierno se esfuerza a veces por emparentarse a reacciones De la Rúa: el viernes mandaron de madrugada al Congreso un proyecto de reforma laboral cuando recién terminaba la semana más caliente con corrida contra el peso, caída de reservas y tasazo del Banco Central, mientras se conocen datos de merma en la confianza de los consumidores y empeoramiento de la percepción del Gobierno. Más vale que Duran Barba iba a ir a la Rosada, como se lo vio antes de ayer. A este ritmo, se va a quedar a vivir ahí.
Supervivencia. En ese contexto, donde menos nos parecemos a Brasil es en el avance de la Justicia sobre las corporaciones. Hay empresas que no podrían seguir haciendo negocios si fuera otro país, al menos hasta que se aclaren los tantos. Pero acá son walking dead. Si no, basta ver el lanzamiento el lunes pasado del régimen de obras por participación pública y privada. Mientras, por ejemplo, en países como Perú se pararon trabajos y hasta se votó que nadie ligado a Odebrecht cobrara del Estado, en el acto del Ministerio de Transporte para hacer corredores viales presentaron ofertas desde Aldo Roggio, de la firma homónima, hasta Paolo Rocca, de Techint, ambos investigados en la Argentina e Italia por causas ligadas a corrupción. Y también Marcelo Mindlin, con la flamante Sacde, que no es otra cosa que la Iecsa que le compró a Angelo Calcaterra, primo de Macri, y que aún lleva adelante el soterramiento del Sarmiento, con otra investigación en curso por pagos indebidos de Odebrecht.
La industria de los laboratorios, en tanto, también está en plan de supervivencia pero no por una cuestión de rentabilidad, más allá de las quejas por la compra del PAMI, sino por la imagen de despilfarro insensible a la que los arrastró el ya mítico cumpleaños de Alejandro Roemmers, director de la firma homónima, en febrero en Marrakech, que habría costado unos US$ 6 millones.
Los coletazos de esa fiesta llegaron hasta esta semana. Una movilización de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) se desplazó hasta la puerta de los laboratorios en Mataderos, con pancartas que tenían las fotos de la fiesta y un petitorio con reclamos de donaciones y puestos de trabajo. El desenlace: el gerente de Recursos Humanos de la firma, Guillermo Fornari, recibió a los dirigentes, les prometió equipos, alimentos y trabajo con las cooperativas, y terminó a los abrazos con los líderes de la protesta.