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agenda densa

Más relato que estrategia

El Gobierno dedica mayor energía a dar batallas que a la solución de problemas. Estadísticas que reflejan realidades sin discurso.

Empieza el otro mundial...
| Dibujo: Pablo Temes

Terminado el Mundial de Fútbol, todo vuelve a su curso: la mayor parte de la gente vuelve a lidiar con sus problemas, los gobernantes vuelven a sus asuntos, los políticos a sus proyectos y desafíos electorales. Contra algunas expectativas –que, en verdad, no fueron tantas– el Mundial no distrajo a casi nadie más allá de las pocas semanas que duró, no modificó ningún aspecto relevante. Todo sigue como venía, sólo que algunos plazos decisivos están un poco más cerca: los acuciantes plazos de la deuda externa, el calendario electoral de 2015. En esos dos horizontes de tiempo se definirá mucho del futuro de la Argentina en los próximos años.

El gobierno argentino tiene ante sí una densa agenda de problemas a resolver, pero antepone a ella una lista de batallas a librar. Con frecuencia, el desenlace de cada batalla es contrario a los objetivos del Gobierno y además crea nuevos problemas. Las batallas en el frente judicial –en los temas Lijo y Campagnoli– e institucional –Boudou– no han ayudado al Gobierno en los casos que le preocupan, han dejado expuestas sus propias debilidades y han mermado las filas oficialistas en los espacios judiciales, y en la opinión pública. El Gobierno sigue prefiriendo aferrarse a un relato antes que a una estrategia, con la consecuencia de quedar cada vez más débil y desbordado por los problemas que no se resuelven. ¿Para qué sirve el relato, si la gente no cree en él y no ayuda para fortalecerse en la capacidad de enfrentar los problemas? La última originalidad del Gobierno, la secretaría de Pensamiento Nacional a cargo de Ricardo Forster, anuncia un programa para discutir –y “rescatar”– la visión del país que orienta a esta gestión. No es un órgano de “propaganda” del Gobierno, se sostuvo desde un principio: no apelará al efectismo comunicacional, sino a la “razón”. Casi nadie espera que esta secretaría contribuirá a que se entienda mejor la política energética o petrolera del Gobierno –que en pocos años ha cambiado 180 grados–, o su política agropecuaria –que está frenando el crecimiento del sector más competitivo de la Argentina–, o su política social que más allá del apoyo que concita en la sociedad no resuelve el problema de la pobreza, o su política educativa –que no mejora el nivel de la educación en el país–, o su política de seguridad o la de narcotráfico –que ven cómo los problemas de su incumbencia crecen incesantemente–; se sospecha que la visión del país que ocupará la actividad de la secretaría de Pensamiento Nacional es más macro y más interesada en discutir fundamentos e ideas que problemas reales del país real.

Una sociedad “más igualitaria” es un concepto que condensa el programa del gobierno nacional. En estos días se han publicado comentarios periodísticos conectando la política social igualitarista del Gobierno con la rapacidad de los “fondos buitre”, la cara más feroz del capitalismo salvaje. Esos malabarismos retóricos posiblemente sean considerados “pensamiento nacional”. La realidad es otra: la deuda hay que pagarla aunque el acreedor sea un buitre, y mientras tanto la Argentina no mejora sus resultados en términos de movilidad social. Sin duda, más gente tiene trabajo que hace quince o doce años. Pero es un hecho que jóvenes de ambientes muy pobres que cursan la escuela secundaria, que consiguen un trabajo formal, que disponen de ingresos y oportunidades para salir de la extrema pobreza, no pueden hacerlo porque no hay un mercado de vivienda accesible. Como lo mostró Orlando Ferreres hace pocos días (La Nación online, 16 de julio) en 2001 eran necesarios treinta sueldos medios para adquirir cincuenta metros cuadrados construidos, hoy hacen falta entre setenta y ochenta sueldos medios. Más gente tiene un sueldo, pero el poder adquisitivo de esos sueldos es menor.

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El gobierno nacional se encuentra, en relación con la sociedad, en una situación curiosa que raramente es admitida ni en el oficialismo ni en la oposición: en la opinión pública no hay señales de que se apoye el “relato” ni se defiendan las causas que justifican esas batallas que el Gobierno decide librar pero, en cambio, se apoya a la Presidenta como persona. Los miembros del Gobierno no tienen buena imagen, la Presidenta sí. Hay muchos voceros de todas las cosas que el Gobierno imagina de sí mismo y del país, pero escasamente logran algún eco; en cambio, el candidato oficialista que la gente prefiere es Daniel Scioli, quien representa menos al Gobierno en sí que a la continuidad en las dosis apropiadas para que algunas cosas cambien. La sociedad –o lo que las encuestas pueden reflejar de ella– parece estar diciendo: “Es hora de un cambio político, pero a la Presidenta no la maltraten”; todo lo que no funciona en este gobierno no se carga a la imagen que se tiene de ella, sino al resto –con la excepción del ministro del Interior, que se ocupa de que algunas cosas funcionen–. La imagen de la Presidenta se sostiene precisamente porque se descuenta que este gobierno, así como es, no seguirá gobernando después de 2015. Y no se espera que lo suceda algo que esté en sus antípodas, sino algo que sea en parte continuidad y en parte cambio.

El relato oficial también encuentra dificultades para justificar la política exterior. Los sueños “bolivarianos” se van cayendo a pedazos. Venezuela se desmorona, Bolivia y Ecuador tienen éxito adoptando políticas económicas ortodoxas. Los Brics estuvieron en un primer plano estos días por la cumbre de Brasilia. Putin y Xi Jinping visitan nuestro país. Pero está claro que los Brics no representan un modelo anticapitalista, sino más bien lo contrario: son países capitalistas grandes, con mucha población y con mucha pobreza. Para el “relato”, los Brics son una pantalla propicia para proyectar antinorteamericanismo superficial.

También podría serlo Alemania, pero Alemania nos derrotó 1 a 0 en la final del Mundial y los alemanes, se dice, se burlan de los argentinos. “Son nazis”, según un conocido periodista de la línea nacional; los nazis argentinos –vaya si los hay–, algunos de los cuales conviven con él en esos espacios, lo tienen sin cuidado.