COLUMNISTAS
secuestros y desapariciones

Matar y morir en la Córdoba de los años 70

Verdadero laboratorio de la represión ilegal, la provincia de Córdoba fue, en 1975, una metáfora de la banalidad con la que se mataba y moría en la Argentina de aquella época. Fue entonces, aún en democracia, cuando comenzó a haber desaparecidos.

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Dos temas incómodos: los desaparecidos comenzaron antes del golpe del 24 de marzo de 1976, en los últimos meses del gobierno de la presidenta Isabel Perón; luego, la dictadura masificó esa figura: hubo 6.415 desaparecidos y 743 muertos en “ejecución sumaria”, 7.158 víctimas en total.

Son cifras oficiales, del último listado del gobierno nacional, difundido en 2006. Se trata de los dos anexos del Nunca más, el informe de la Conadep, como revelo en mi reciente libro, ¡Viva la sangre!

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Estos números indican la magnitud de la matanza realizada por la dictadura, aunque no coinciden con las 30 mil víctimas de las que hablan tanto la presidenta Cristina Kirchner como los organismos de derechos humanos y parte de la oposición.
¡Viva la sangre! está ambientado en Córdoba antes del golpe de 1976. En esa provincia 69 personas fueron detenidas o secuestradas a partir de octubre de 1975, y aún permanecen en esa situación.

Esta fecha no es casual: a principios de aquel octubre, el gobierno peronista despachó tres decretos, luego refrendados por el Congreso, que delegó en las Fuerzas Armadas la lucha contra las guerrillas y les dio el control operativo de la policía en cada provincia, entre otras atribuciones.

En Córdoba, el jefe de la poderosa guarnición local, el Tercer Cuerpo, era ya el general Luciano Benjamín Menéndez, quien, según mis fuentes, dispuso en octubre de 1975 la creación del Comando Libertadores de América, fuerza paraestatal que hasta disponía de un centro de detenidos, el Campo de La Ribera, una instalación militar.

Según mis informantes, este Comando, que adoptó diversos nombres, detenía a los “objetivos” o “blancos”, los encerraba en el Campo de La Ribera, los interrogaba, los mataba y hacía desaparecer sus cuerpos.

En este sentido, Córdoba fue un laboratorio de la represión ilegal que luego realizaría la dictadura a través, directamente, de las Fuerzas Armadas. Tanto fue así que tras el golpe el Comando Libertadores de América fue rápidamente disuelto.
Menéndez es el militar que más condenas ha recibido por delitos de lesa humanidad: siete; ahora está siendo juzgado en una nueva causa en la capital cordobesa junto con otros militares y policías.

Antes y después del golpe, Menéndez, como los jefes de cada una de las cinco zonas en las que fue dividido el territorio nacional, tuvo una relativa autonomía en la represión.
Durante la dictadura, en Córdoba hubo 438 desaparecidos y 118 fusilados, 556 personas en total. El Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba tiene una cifra mayor de víctimas, 916, pero porque cuenta también a las personas que nacieron, estudiaron o trabajaron en Córdoba pero desaparecieron o fueron asesinados en otros lugares del país.

Matar y morir. El título ¡Viva la sangre! intenta reflejar la banalidad con la cual se mataba y se moría en la Argentina de los 70.

En aquellos años, Córdoba era la capital simbólica de quienes soñaban con la revolución socialista. El clima de la época indicaba que el socialismo estaba a la vuelta de la esquina y que primero se iba a dar en el centro del país, donde vivía el sector más dinámico y moderno de la clase obrera. Eran los trabajadores del complejo industrial automotor, en especial de las grandes plantas de Fiat e IKA-Renault.

Esos obreros, aliados con los universitarios, habían protagonizado una revuelta popular que pasó a la historia como “el Cordobazo”: ocurrió en mayo de 1969, cuando la ciudad permaneció un día y medio con la policía refugiada en las comisarías hasta que el Ejército salió a garantizar la seguridad pública.

Al año siguiente, inspirados por esa rebelión, fueron fundados los dos mayores grupos guerrilleros: Montoneros, en el peronismo, y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), admiradores del Che Guevara. Ambos se postulaban como la vanguardia armada de los obreros que protagonizarían el paso al socialismo y por eso sus cúpulas nacionales se fueron a vivir a Córdoba.

El buró del ERP, dirigido por el contador Mario Roberto Santucho, vivió allí en dos oportunidades; la Conducción Nacional de Montoneros, encabezada por Mario Firmenich, se trasladó luego del retorno a la clandestinidad, el 6 de septiembre de 1974, a los dos meses de la muerte del general Juan Perón y en pleno gobierno de su vicepresidenta, Isabelita.

Córdoba era considerada “el meridiano político del país” y tenía fama de anticipar hechos que luego se daban a escala nacional. Allí se libraron disputas relevantes como la pulseada entre el presidente Perón y el gobernador Ricardo Obregón Cano, un aliado de Montoneros, que terminó con el desplazamiento de Obregón Cano por una rebelión de la Policía alentada desde el gobierno nacional.