Se abrieron las gateras y los caballos salieron a paso cansino, tratando de convencer a los apostadores de que son caballitos de carrera cuando son matungos, psicotizados por tanto arrastrar el carro de la miseria. ¿Todos ellos? En realidad son tres, que pertenecen al mismo haras, cada vez más decadente.
Abandonemos la analogía: los animales no tienen la culpa del despropósito de los políticos que, no contentos con haber generado un 1989, ahora pretenden cocinarse un 2001. Sí, queremos gritar “Que se vayan todeeeeees”. El hastío que provocan las internas peronistas nacionalizadas ya no tiene límite en el cielo. Es verdad que el peronismo no es un partido, sino un movimiento y es verdad que los peronistas no son malos ni buenos, sino incorregibles. Pero también es cierto que en las alianzas que se lanzan a competir por una cuota de poder cada vez menos interesante hay mucho de vileza.
¿Podíamos temer más a alguien que al Sr. Macri? Sí: al Sr. Macri aliado con el señor Pichetto. La fórmula macedoniana podía resultarnos simpática, hasta que se reveló con toda su fuerza como el espejo deformante de la realidad: el peronismo está en todas partes, y su nombre es ya una anomia insensata que nada quiere decir, porque no tiene casi nada que decir, salvo el deseo de poder. Por eso, para eso, no hay fórmula peronista que no sostenga que se honrarán los compromisos. Del compromiso con los apostadores, perdón: con el electorado, ni hablar. Creen hacernos con su andar de matungos de carrera.