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Mauricio y Cristina a los dos meses

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En la política, el pensamiento mágico prima sobre el racional; no se contrastan ideas sino ideologías y relatos. Preparando nuestro nuevo libro, hemos leído cientos de análisis académicos y periodísticos escritos desde 2005 inspirados en ideologías, que contrariaban los análisis alcanzados a través del método científico. Se equivocaron siempre.
Para ellos, la campaña de Mauricio Macri para diputado por la Ciudad en 2005 fue un desastre superficial, signado por el “salto del bache”. Empezó en tercer lugar, muy por debajo de Lilita Carrió y Rafael Bielsa, pero finalmente consiguió un triunfo arrollador.
En 2007 dijeron que era imposible que Mauricio ganara la jefatura de Gobierno de la Ciudad y que debía ser candidato presidencial por el peronismo disidente para que el triunfo de Cristina fuese menos abrumador. Suponían que así se posicionaría como alternativa. Mauricio ganó las elecciones en la Ciudad y nadie recuerda el nombre de quien se posicionó gracias a su segundo puesto.

En junio de 2009, Francisco de Narváez derrotó en la provincia de Buenos Aires a la lista encabezada por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa. Dijeron que nuestra estrategia de “desperonizar” la campaña lo llevaría a la derrota. Al día siguiente de los escrutinios, proclamaron que siempre supieron que el triunfo sería inevitable y que los Kirchner estaban acabados.
Nosotros anticipamos, a los dos días del triunfo, que Cristina sería muy difícil de derrotar en 2011, y acompañamos a Mauricio cuando tuvo el acierto de retirar su candidatura presidencial. Si seguía el consejo de los analistas, habría sido el fin de su carrera política: la teoría de la “derrota honrosa” a la que nuevamente querían lanzarlo era equivocada. En enero de 2013 arrancó la carrera presidencial. En nuestras encuestas Sergio Massa aparecía con el 40% de intención de voto, Daniel Scioli con 25% y Mauricio Macri con 13%. Eramos optimistas, creíamos que íbamos a ganar. Pasó lo mismo cuando nos involucramos en la campaña de Horacio Rodríguez Larreta para la jefatura de Gobierno y con María Eugenia Vidal para la gobernación de la Provincia de Buenos Aires: los observadores decían de manera casi unánime que era imposible que ganaran. Los dos triunfos sorprendieron a todos.

Sin embargo, entre todas esas experiencias, el ataque más brutal que recibimos fue cuando acompañamos decisiones de Macri como la de negarse al acuerdo con Sergio Massa. Los que siempre se equivocaron decían que sin esa alianza íbamos a perder las elecciones y que en la Provincia debíamos reemplazar a María Eugenia por Felipe Solá para derrotar a Aníbal Fernández. Pasadas las elecciones, todos sabían que el triunfo de los candidatos del PRO era inevitable y ahora les enseñan cómo gobernar. ¿Por qué tanta gente inteligente y preparada se ha equivocado sistemáticamente a lo largo de toda la década? El problema es sencillo: se trata del método. Ellos usan intuiciones ilustradas y trascendentes para enfrentar el vulgar método científico, que se preocupa por analizar y cuantificar la realidad más allá de las simpatías o antipatías de los investigadores.
Han transcurrido dos meses del gobierno de Mauricio y se pueden decir algunas cosas. Los datos que orientaron la campaña se confirman: la gente quiere un cambio, se cansó de vivir atada al pasado. Los argentinos saben que su país da para más, que pueden vivir mejor y creen que van a lograrlo: las encuestas dicen que más del 70% de la gente es optimista sobre su futuro. Cristina acelera el proceso normal de evaporación de los ex mandatarios insistiendo en lo que fue su debilidad: la prepotencia y el maltrato a sus seguidores. El poder tiene esas paradojas. De encabezar la revolución mundial formando un eje con inmaduros militares del Caribe y ayatolás, ahora el cristinismo reduce su epopeya a disputar unas oficinas en el Congreso. Dijimos en 2009 que Cristina era muy poderosa y volvería. Hoy los datos dicen que está destinada al recuerdo.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.