Si el catálogo de La Bestia Equilátera es excéntrico, las tapas de la editorial se diferencian radicalmente de las del resto de sus colegas jóvenes. Si Entropía, Eterna Cadencia y La Compañía por ejemplo cultivan la sobriedad y Mansalva cierto cuidadoso colorinche, los libros de La Bestia tienen un diseño retro que ironiza sobre los modelos de portada propios de antiguos volúmenes de pulp fiction. Tengo ante mí dos libros de la novelista escocesa Muriel Spark, cuyas tapas, firmadas por Juan Pablo Cambariere, son sin duda pintorescas. Los encubridores tiene como fondo la bandera inglesa y sobre ella se acomodan dos motivos: las silueta de un caballero vestido de negro que lee un diario sensacionalista y una imagen más pequeña de Sigmund Freud vestido de mujer y con una especie de látigo en la mano. Memento mori, a su vez, tiene un fondo amarronado, como si fuera una tabla sobre la que se acomodan o se clavan las letras del título dibujadas a mano. Una de ellas, la “t”, tiene la forma de una cruz católica. Abajo, esta vez con letras de tipografía, se lee: “Memento mori es una de las más grandes novelas británicas de los últimos 50 años”.
Lo afirma Julian Barnes. La fama o acaso la (relativa) juventud de Barnes primaron sobre las de John Updike, Tennessee Williams, Frank Kermode, Evelyn Waugh y David Lodge, que alaban a la escritora en la contratapa. La cita no es una elección genial. Después de leer algunos de sus libros, yo no seguiría una recomendación de Barnes, pero tampoco me parece que el suyo sea un elogio muy entusiasta. Si tanto le gusta, ¿por qué no afirma que es la mejor novela o al menos, una de las mejores, pero de los últimos cien años o de toda la historia? Esto es como decir que La Bestia Equilátera es una de las mejores editoriales argentinas surgidas en los últimos cinco años (lo cual es rigurosamente cierto).
Es curioso que la referencia al catolicismo de Spark aparezca hasta en la tapa de Memento mori, pero no en el prólogo de Matías Serra Bradford. Es cierto que ese prólogo parece orientado a quienes conocen en profundidad el universo literario de la autora, como lo demuestra este pasaje: “Memento puede leerse, por supuesto, en una tradición que va de The Grandmothers de Glenway Wescott y The View in Winter de Ronald Blythe, a House Mother Normal de B. S. Johnsoin.” Ese “por supuesto” contiene más supuestos de los que el lector ingenuo puede deducir. Lo cierto es que Spark, que nació en 1918 y murió en 2006, se convirtió al catolicismo en 1957, dos años antes de publicar Memento mori y que fue justamente la mirada católica “lo que le permitió ver la existencia humana como un todo”. De ese catolicismo proviene al menos para un agnóstico cierta extrañeza que se experimenta durante la lectura de un libro en el que la voz de dios bien puede ser la que llama a los protagonistas por teléfono.
Si Los encubridores, publicada cuando Spark tenía ochenta y dos años, es la obra de una anciana que está más allá de todo, Memento mori, en cambio, parece la de una persona mucho más joven, pero que tiene por la vejez una fascinación enorme: hay que estar a una prudencial distancia de esa edad para leer (no hablemos de escribir) los capítulos que narran la vida en un geriátrico o para soportar el cúmulo de mezquindades y rencores que atraviesa a los personajes, cuyas escasas energías se consumen en mantener el orgullo y perjudicar a los seres más cercanos.
Supongo que la religión ayuda para encontrar una secreta grandeza en ese tenebroso umbral de la muerte que Spark describe con una fruición que espanta. Hay algo desagradable en su prosa, tanto en su piedad despiadada como en lo que nos deja intuir de su propia biografía. Pero la sequedad y la clarividencia de esta bruja son adictivas y estoy seguro de que no podré resistirme a las obras de Spark que la editorial anuncia para los próximos meses.