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COLUMNA CFK

Me gusta ser mujer

Cuando Cristina Fernández de Kirchner acompañó a K el día que asumió la Presidencia en su carácter de primera dama, pudimos a ver a una mujer de ojos con mucho rímel y aspecto “beigecito”. Pelo largo ralo, vestido desapercibido y chal incómodo de llevar. Risas nerviosas cuando K jugaba con el bastón presidencial.

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Cuando Cristina Fernández de Kirchner acompañó a K el día que asumió la Presidencia en su carácter de primera dama, pudimos a ver a una mujer de ojos con mucho rímel y aspecto “beigecito”. Pelo largo ralo, vestido desapercibido y chal incómodo de llevar. Risas nerviosas cuando K jugaba con el bastón presidencial.
Al ser ella la protagonista del poder, su fisonomía general –actitud, gestualidad, vestimenta– inició una transformación.
CFK adoptó la máscara de cierta “masculinidad tóxica”. En una cultura a la que le cuesta entender la lenta desaparición del dogma paterno, CFK demostró que a la primera persona a quien le resulta difícil asumirse como sujeto femenino con poder es a ella misma. El metamensaje social grosero, que levantó como estandarte propio, fue aquel que el imaginario popular relaciona con la longitud de los genitales masculinos. Así, pudimos ver cómo en la exageración de los implantes diversos que se agregó a la cara y en las extensiones que sumó al pelo original, había un  fulgor de exaltación triunfal: al igual que Florencia de la V, cuando en su travestismo, pero a la inversa. CFK mostró en los meses que lleva como presidenta, en particular durante la crisis del campo, todo lo que una mujer –que asume lo peor de lo masculino como suyo– puede exhibir para “asustar” al interlocutor. Pintada como los chamanes en la guerra, facciones sobredimensionadas y enorme cinturón a lo reina Hipólita, la de las amazonas griegas guerreras, logró desdibujar su feminidad. Mirada de furia petrificante a lo Medusa, voz de resonancias bíblicas crispadas, discurso con palabras, no de pluma sino de espada, provocaron el espanto. Ahora, recuperó su “esencia femenina”. Usa trajes románticos con flores en tonos pastel o puños de encaje, mueve la cabeza y hace mohines a lo niña bonita, cuenta su relato humilde, cruza las manos por delante de la falda. Así –dulcificada– se mostró en Chile junto a la siempre fiel a sí misma Michelle Bachelet, plantada en su redonda firmeza, contenedora como la nodriza de Gritos y susurros, de Bergman. CFK retrocede –ahora– hacia la feminidad en busca del tiempo perdido. ¿Lo encontrará?

*Periodista y escritora.