La única opción que tenés cuando estás en el piso es levantarte. Cuando la tormenta destruyó todo lo que tenías y te quedaste sin nada, solo podés reconstruirte. Si la derrota llega a tu vida, todo lo que tenés que hacer es pelear y ganar la revancha. Ese fue el camino de River. La reinvención de la historia luego del golpe más duro. El descenso a la B Nacional y el estallido institucional que representó fue la debacle en la que pocos veían futuro. La esperanza se apagó, pero siempre hay un mañana. Luego de la oscura noche, el sol vuelve a salir.
La obtención de 11 títulos desde su regreso a Primera, la recuperación de la identidad futbolística, la consolidación política en el club, la revalorización de sus inferiores. Partes de un todo que se terminó de adornar con el triunfo ante Boca en la final de la Libertadores. La frutilla de un postre que River viene cocinando ya hace varios años. La planificación para un largo camino de gloria. Con golpes, con caídas, con derrotas impensadas como contra Independiente del Valle, pero siempre con la cabeza en ir por más. Lo positivo y lo negativo para formar una coraza de lógica y sentido común para que el hincha, por más dolido que esté, no sienta que una derrota ante Al Ain sea una desgracia o un papelón. Caer con la frente alta, luego de la victoria en Madrid, tal vez la alegría más grande de la historia del club.
Además, el gran presente de River puede verse potenciado por un no tan soñado momento de Boca, que a pesar de ser el actual bicampeón del fútbol argentino no terminó de convencer. El estar mirando la vereda de enfrente tiene eso: puede potenciarte o hundirte más. Ese fue, tal vez, un error del club xeneize, que vio a su rival en la B y se sintió en su mejor versión solo por la desgracia ajena. Al revés de lo que hicieron en Núñez: la sensación del descenso es brutal y, por una cuestión lógica, no conviene compararse con nadie. En River el análisis se hizo frente al espejo, entendiendo las virtudes y las falencias. Asumiendo el caos es que podés encontrar la solución. En estos últimos años, el gran enemigo a derrotar que tuvo River fueron sus miedos y su propia caída. Midiéndose a sí mismo, buscando reponerse y no volver adonde uno no quiere estar. El lema de este River no es “levantarse y seguir”. No hay medias tintas. El “seguir” se queda en una simpleza que no caracteriza a este plantel encabezado por Gallardo. Se levantan y ganan. “La gente tiene derecho a exigir, pero está feliz. Cerramos un año casi perfecto”, declaró ayer Pinola después del partido ante Kashima Antlers. Me parece que las palabras del defensor son la definición indicada acerca de su 2018.
Como amante del fútbol, celebro el funcionamiento y la mentalidad de este River. La frialdad y el enfoque ganador priman en el vestuario millonario. Mérito de un entrenador que hizo que “se la crean” y confíen en sus propias virtudes, acertando en los movimientos de las piezas y en las estrategias en la mayoría de los partidos. Gallardo aceptó y corrigió sus errores, siendo ajeno a la soberbia. Supo rodearse de un grupo de trabajo que es más que eso, son sus amigos y lo reemplazaron cuando fue suspendido en los últimos partidos de la Libertadores. La clave de los vínculos con metas compartidas para que los sueños sean más fáciles de trasladar a la realidad y así alzarse con la victoria. Una victoria colectiva, en la que todos los puntos se unen y trazan el camino.
El 2018 de River bajo ningún punto de vista puede catalogarse como “fracaso” por no llegar a la final del Mundial de Clubes. Gallardo dijo esta semana que los objetivos eran la Supercopa contra Boca en Mar del Plata y conseguir la Libertadores. Teniendo en cuenta que ambos propósitos se cumplieron, ¡encima contra Boca!, se suma el tercer puesto conseguido en Emiratos Arabes ayer por la mañana. Y agregar que estuvo 32 partidos invictos durante este año, en los cuales mantuvo su valla invicta en 22 ocasiones. Grandes números para un “fracaso”. Cuantos de nosotros querríamos fracasar así, ¿no?