¿Por qué ya nadie toma media caña?, reflexión que hice pocas noches atrás en una despedida de año de esas que abundan en estos días y mientras todas y todos tomábamos cosas de lo más sofisticadas y de colores preciosos.
Me dijeron que era cuestión de la moda. Ay, la moda, la moda, ay.
La media caña no es un vaso de caña lleno hasta la mitad. Tampoco es algo sofisticado y de color precioso. Pero es una exquisitez. Pruebe, si no me cree: mitad champagne, mitad jerez.
Media caña dulce: champagne demi sec y jerez.
Media caña seca: champagne brut o extra brut y jerez. Todo helado. No, no helado: muy frío. Más fácil imposible. Más primoroso y refinado, imposible.
Cuando yo era más joven de lo que soy ahora, las niñas tomábamos media caña dulce y nuestros papás y nuestros galanes, media caña seca y todo el mundo contento porque no se hablaba todavía de roles de género. Entonces en otra (¡otra!) despedida de año que se hizo en un pub modernosísimo, le pregunté al mozo si el barman me prepararía una media caña… seca, que ya lo de las niñas se ha perdido en la noche del olvido. Volvió con la siguiente respuesta: “Dice que no conoce el trago pero que si usted se lo explica, lo prepara”. Le expliqué, lo preparó, la saboreé y dos segundos después todo el mundo se tentó con lo de la media caña y llegaron doce copas flute, como corresponde, con media caña seca.
La hija de una amiga mía es barmaid y me pregunto si no leerá estas líneas y no se tentará lo suficiente como para andar ofreciendo ese trago benéfico y rubio, a ver si le torcemos el brazo a la moda.
Dale, Inés, anotátelo en la agenda y cuando yo vaya a Buenos Aires me tomo una media caña preparada por manos profesionales y brindamos a todo lo que da, por el año viejo, por el año nuevo, por lo que sea, que la cuestión es brindar.