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primavera arabe

Medios en el mundo musulmán

Entre los 1.600 millones de musulmanes existentes en el mundo, el 62% tiene menos de 30 años, por lo que se trata de una comunidad conformada por “digitales nativos”.

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La llamada “primavera árabe” fue mimada por los principales medios de comunicación mientras –por un lado– hubo violencia para esparcimiento, y –por el otro– perspectivas de que los regímenes de mano pesada en el Medio Oriente y Africa del Norte se “occidentalizaran”.

En Yemen, el final de la era del presidente Ali Abdullah Saleh dio lugar a que los hutíes (chiitas) se transformaran en el principal poder de facto de un país mayoritariamente sunita. Arabia Saudita (sunita) difunde que los rebeldes son manipulados por Irán (su archirrival chiita).

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En Túnez, la Revolución de los Jazmines desplazó al presidente Ben Ali; los progresos institucionales han hecho de Túnez la única transición en pie. Hay que decir que los ataques de Estado Islámico (EI) durante el mes sagrado musulmán y la infiltración de adeptos desde Libia desembocaron en la construcción de un muro de 168 km. Al mismo tiempo, Túnez es en la zona el que más voluntarios aporta a EI.

Inspirados por los sucesos de Túnez y hartos de un gobierno sin respuestas económicas, los activistas egipcios desafiaron a la administración de Hosni Mubarak, tomando la plaza Tahrir como símbolo. Tras docenas de muertes, Mubarak dejó el poder, pero su sucesión no duró (Mohamed Morsy, de la Hermandad Musulmana). El sector militar recuperó el poder; el general Abdel Fattah el-Sisi declaró que Morsy “no había alcanzado los objetivos del pueblo”. En el proceso electoral posterior, El-Sisi triunfó por “el 96%” de los votos.

Unos días antes de la caída de Mubarak, en Benghazi (Libia) algunos centenares de personas respondieron a una convocatoria cursada a través de Facebook para manifestarse contra Moammar Gadhafi. Las redes sociales habían tenido un rol de importancia en otras revueltas. “Aquí no hay nada serio”, dijo el gobierno. Al tiempo, Gadhafi fue muerto por tropas rebeldes. Luego de 42 años de liderazgo, a un autoritarismo asfixiante sucedió un festival de choques entre tribus terroristas que luchan por el control de ciudades, destilerías, poliductos y puertos, con un gobierno trémulo y mínimo con sede en Tripoli, donde las embajadas suelen volar por el aire.

La situación en Siria es seguida de cerca por los grandes medios de Occidente. Allí, a partir del grafiti opositor pintado en una pared de Daraa, que siguió con el arresto de 15 muchachos, la violencia se transformó en guerra civil. 220 mil muertos; 800 mil heridos; más de 4 millones de refugiados en Jordania, Turquía y Líbano; casi 8 millones de desplazados dentro del país, el 75% de los cuales pobres.

Reflejos de la romántica “primavera árabe”, expresión acuñada al tun tún y desmentida por el miedo, la miseria y la muerte que se instalaron después de las protestas.

A lo largo y a lo ancho de estos remezones, las tecnologías de la comunicación levantaron un escenario primordial, y que viene animando el debate sobre la médula y la corteza del drama en curso. Ahora mismo, el caso Snowden produjo tal revuelo contra la intromisión norteamericana en la privacidad europea, con el argumento de seguir las huellas del terrorismo, que las empresas se lanzaron a encriptar a despecho de los gobiernos. Los servicios franceses ganaron poderes y Cameron propuso limitar la criptografía empresarial “para asegurarse de que los terroristas no tendrán un espacio libre donde comunicarse”. Libre de él, claro.

Simplificando al máximo la cuestión, hubo dos abordajes: quienes veían en las redes la oportunidad de usarlas para meter una cuña en una civilización en la que exhibir, hablar y controvertir no tenían predicamento, y quienes sostenían que era insalvable el abismo entre la ciencia y la tecnología, y los diferentes velos islámicos sumados a la sharia (sistema legal islámico).

Entre los 1.600 millones de musulmanes existentes en el mundo, el 62% tiene menos de 30 años, por lo que puede considerarse conformado por “digitales nativos”. Nunca antes fueron tantos los aptos para imaginar que su puesto en la sociedad puede caber en la palma de su mano –en sus teléfonos inteligentes, a través de las imágenes en Instagram, Flickr o Facebook, o del puñado de caracteres de Twitter–.

Esta posibilidad de ninguna manera supone derogar pautas culturales que van desde la vestimenta hasta la manera de tratarse los cónyuges entre sí, en particular porque, en el caso de la cultura musulmana, hablamos de aportes seculares.

Lo que plantea es que hoy en día es posible que los individuos comuniquen sus ideas en tanto miembros de la sociedad civil a funcionarios importantes del gobierno, así como ellos tuitean las suyas o las señalan en Facebook. Un caso dentro de la capacitad multiplicadora del fenómeno que se suele citar es la gran cantidad de preguntas que hacen las mujeres musulmanas a una eventual contraparte acerca del rol de sus congéneres que habitan en el mismo lugar o en otro sitio del mundo.

Del mismo modo que practicar una religión no necesariamente debe cercenar el horizonte cultural, se puede ser musulmán y al mismo tiempo ser moderno.

Por lo demás, siendo que se trata de una fe distribuida por el mundo, es esencial para los demás el conocimiento de sus principios y prácticas. Diversas plataformas (por ejemplo el formato TED –ideas dignas de ser difundidas–; “Cambio generacional” –reclutamiento de talentos–; “Paz virtual” –entrenamiento para liderazgo–; y las más conocidas YouTube y Facebook) ganan adeptos entre los “digitales nativos”. También sucede con interesantes blogs (muslimmatters.org y suhaibwebb.com), de la periodista Javeria Salman.

Basta recordar cómo era la vida hace diez años si se desea tomar el impulso necesario para imaginar cómo será dentro de diez. Y ese esfuerzo de imaginación puede ser el mejor aporte a la fraternidad.

Un vistazo de catorce siglos a la historia también ayuda. En el siglo VII, en la España visigótica, la persecución a los judíos (antes tolerados y prósperos) por monarcas y obispos los movió a cruzar el estrecho a Melilla (Marruecos), y a aliarse con los moros. Pronto, en 710, también cruzaron el estrecho un rey y parte de su ejército que había sido depuesto por unos señores rebeldes, comandados por el conde Rodrigo. Partía el iluso monarca del supuesto que los moros lo ayudarían a recuperar trono, territorios y poder.

Rodrigo fue derrotado, y –en menos de siete años– la península ibérica pasó a manos moras. Los judíos recuperaron su derecho a residir, vivir y trabajar.