Siempre admiré bestialmente a Flaubert; el inventor de la novela realista burguesa-sentimental (Madame Bovary); del fantasy-retro-exótico (Salambó); y de la novela moderna (Bouvard y Pecuchet). De Madame Bovary me fascinaba la estupidez pueblerina, la necedad de la burguesía creciente, la sórdida avidez carnal de los hombres, el pueril lirismo de segunda mano de una subjetividad femenina percudida por la lectura sentimental; y sobre todo me deslumbraba la combinación deliciosa de dos personajes, Emma, la protagonista, en matrimonio con Charles, su imposible e inamovible marido cornudo, el arquetipo perfecto del infeliz que no sabe cómo satisfacer los sueños y demandas de su esposa. Pero hace un par de días, una joven y talentosa Nueva Narradora Argentina me ofreció una versión aún superior del asunto, y que bien podría cambiar la perspectiva de las futuras lecturas de la obra. Es una frase –y Flaubert era un autor de frases-, y dice “pero el mal ya estaba hecho”. Y corresponde al momento en que Charles se entera de que Eloisa, su primera esposa, una señora mayor cuyo único mérito es atribuible a sus ingresos, en realidad es pobre como una rata. Comienza el escándalo, toda la verdad se revela, Eloisa llora, pide a Charles que no la abandone, y a los ocho días muere luego de vomitar sangre.
El lector atento recordará que lo mismo le pasará, años más tarde, a la segunda esposa de Charles, Emma Bovary, aunque muerta de propia mano. La sospecha, entonces, transforma a Charles. De la decepción al resentimiento, en esta nueva lectura pasaría de cornudo imbécil a alevoso criminal, que envenena a una con raticida y luego, con serena y pasmosa impunidad, va envenenando de decepciones y frustraciones la vida de su segunda esposa, hasta contemplar cómo, con el arte de los crueles, la induce a recostarse en el mismo final.