Hace once años y un mes, exactamente, moría Fogwill, y parece que fue ayer. No vi, o quizá se distrajo mi percepción, que el mundo se detuviera unánime en su recuerdo. O tal vez no las supe encontrar. Quién sabe. Hubo, sin embargo, para mí, una excepción. Una nota publicada por Patricio Zunini en Infobae celebrando la reedición de dos de sus libros de cuentos, Mis muertos punk y Pájaros de la cabeza, publicados por Alfaguara, y Estados alterados, un ensayo aparecido originalmente en la revista El Porteño, que acaba de salir en Blatt & Ríos.
En la nota, prolija y omnicomprensiva de pies a cabeza, Zunini duda o se equivoca en dos puntos, y es raro que esto le ocurra porque Zunini es la clase de persona que parece saber mucho acerca de todo. En su nota, se pregunta si era Luis Chitarroni jurado del concurso Coca-Cola de literatura que Fogwill ganó y cuyo contrato de edición no quiso firmar, y no. Era Enrique Pezzoni. En 1980 Chitarroni tenía 22 años. Pero lo interesante es que poco después, invitado por Pezzoni, ingresó a trabajar en la editorial cuyo contrato Fogwill no quiso firmar y que ahora, plenamente ampliada, es la que lo reedita. Por lo que la duda de Zunini es un acierto profético retrospectivo, un efecto poético.
Pero hay algo más interesante aun, un error inmensamente productivo, y a esta altura de esta columna ya no sé quién se equivoca, si Zunini o yo. Zunini recuerda una anécdota que contaba el propio Fogwill, de cuando participó de un concurso del que Borges era uno de los jurados. Los otros le leían el cuento omitiendo las escenas eróticas y al concluir la escucha de esa lectura, Borges dijo: “Démosle una mención a este autor que muestra un notable manejo de la elipsis”. Zunini afirma que ese cuento era “Help a él”. Yo creo que no, que era uno –cuyo título no recuerdo, pletórico de marcas de cigarrillos. Pero si Zunini tiene razón y se trataba de “Help a él”, cuento que, como todo el mundo sabe, anagramatiza y reescribe “El Aleph” borgiano reponiendo todo lo que en el original falta (drogas y esperma y pis y caca, básicamente), y fue María Kodama quien se lo leyó a Borges aligerando la versión fogwilliana, lo que Zunini nos está diciendo es que Borges criticó por anticipado la denuncia por plagio que le hizo Kodama a Katchadjian cuando publicó su El Aleph engordado. Si algo sabía Borges, gran condensador y apropiador de lo bueno, y Zunini nos lo recuerda, es que en la literatura nadie es dueño de nada.