COLUMNISTAS
24 de marzo

Memoria, verdad, justicia

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L a fecha conmemorativa del 24 de marzo ya fue tema de discusiones, porque había sido bailada del viernes al lunes siguiente, para luego volver a su fecha exacta. Medida correcta, a mi juicio, porque no es un día aleatorio, sino una fecha pendiente.

Memoria: es necesario recordar que en el país se implantó una dictadura brutal y genocida. Siempre habrá gente que la reivindique, esto es inevitable, y personas del Gobierno mostraron la hilacha al referirse a la misma, defendiéndola indirectamente al decir que la cosa no fue tan grave. Pero lo fue. Y hay cuestiones centrales pendientes: verdad y justicia.
Verdad, porque sigue habiendo gente que no ve, y otros que quieren quitarle importancia a lo ocurrido. El genocidio derivado del plan sistemático de desaparición de personas está confesado –el ex general Videla lo puso por escrito– y afirmado en sede judicial. Hay que insistir con esto en el país que crea crímenes brutales –la leyenda negra contra Juan Manuel de Rosas–, o que los niega, como vemos en estos días.

Verdad: aquí está el punto oscuro que oscurece todo el resto y que impide la proclamada reconciliación. Lo más importante a dilucidar no es solamente el número exacto de víctimas, sino la pendiente devolución de los cadáveres que la dictadura enterró en lugares elegidos para que no se los identifique. Pero que ellos saben dónde están, tienen todos los datos que pueden permitir encontrarlos. Y no los han dado a conocer.

Esto es terrible. No sólo torturaron y asesinaron a miles de personas de ambos géneros y de variadas edades –esto también está probado–: la venganza es aquí familiar y hereditaria, porque pasa de padres y madres asesinados a sus deudos que los buscan; o sea personas de su familia, ascendientes, descendientes o colaterales. Que no saben qué pasó, ni de qué se los acusó –por supuesto que nadie pudo defenderse–, luego cómo los mataron, aunque lo que sabemos es que siempre fue de manera brutal, ni dónde los enterraron o tiraron.
¿Pensarían que sin cuerpo no hay crimen? La respuesta no es tan sencilla: las desapariciones eran una clave del terror que se instauró: el castigo es peor que la muerte, tortura incluida, porque el cuerpo del acusado ya no existirá. Se quiebra así una norma sagrada instaurada universalmente por las diferentes culturas: el homenaje al muerto exige una ceremonia y su entierro o cremación. Y no hace falta ir a la antigua Grecia, nosotros tenemos la Antígona Vélez de Leopoldo Marechal.

Hay que repetirlo: los represores conocen los lugares donde están enterrados los desaparecidos, pero no los han dicho ni dan indicios de aceptar hacerlo. Este es un tema pendiente que impide toda reconciliación, a veces proclamada como si los que padecemos las desapariciones fuéramos los responsables de que no ocurra.
Todo perdón exige el arrepentimiento previo, y conocer los lugares y las circunstancias de las desapariciones sería la única muestra posible de arrepentimiento.
Justicia: se ha adelantado mucho, indudablemente, en el castigo a los culpables del genocidio, desde los pasos inaugurados con firmeza por el doctor Alfonsín y continuados por el matrimonio Kirchner en sus respectivos gobiernos.

Es recurrente el tema de la cantidad de asesinados por la represión, ya sean desaparecidos o con cuerpos entregados a sus familiares. La cifra de 30 mil indica “gran número”, es un número gramatical. Es como decir “una multitud”, pero la cifra ya se ha impuesto por la crudeza que denota. Recientemente Gómez Centurión, el jefe de la Aduana, estimó en 8 mil el número de desaparecidos, como indicando que “no son tantos”. ¿Es que acaso puede sostenerse una defensa de ese tipo? La monstruosidad continúa en los hijos de desaparecidos que todos los días aparecen, localizados por las Abuelas de Plaza de Mayo, y en la permanencia en el tiempo de los cuerpos desaparecidos. Falta todavía mucho para llegar a la justicia, si es que acaso logramos alcanzarla.

*Poeta y crítico literario.