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visuales

Mendrugos y metáforas

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Se fue León Ferrari. No lo conocí en persona. Sólo sé de él a través de su obra y por amigos comunes que lo trataron, lo retrataron, lo filmaron, lo quisieron, lo compartieron, lo difundieron, lo atesoraron. Ahora que se fue apagando hasta irse del todo, la pregunta zonza que me hago en el ocio incómodo del duelo es adónde habrá ido, o mejor dicho adónde vamos a ir todos los ateos. O dónde vamos a quedar, porque es sabido que los ateos no queremos ir a ese ningún lado. ¿Es políticamente incorrecta la pregunta? Ni siquiera sé si León profesó el ateísmo: su iconología no me da derecho a suponer nada. Si se quiere, Ferrari denunció con honesto estupor la barbarie de las ideas del catolicismo, la promesa de tortura eterna en el infierno como ardid para trasmitir una ideología, por cierto tan contradictoria como cualquiera.

Hay un giro de cámara, un gesto, un atropello que me ronda en ocasiones muy puntuales. Es el que hace Sokurov al final de Taurus. La película es sobre Lenin, o mejor dicho sobre un Lenin viejo, débil, moribundo, en manos de amigos, enemigos, opinadores, dictadores, público en general. En el instante en que Lenin cierra los ojos, Sokurov (católico, pero ruso) gira la cámara, abandona el cuerpo inerte del marxista y dirige la torpe lente crudelísima hacia el cielo. Un cielo vacío, acuoso, inenarrable.

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Los artistas visuales hacen eso que los escritores envidiaremos refunfuñando por lo bajo: la imagen no tiene la lógica semántica de las palabras. Las palabras son un laberinto espeso; tenemos miles, millones de palabras, tenemos por ejemplo una palabra para decir “pan” y otra distinta para decir “pedazo de pan viejo”, que es “mendrugo”, tenemos tantas palabras y no podemos lograr lo de Ferrari, lo de Sokurov: la producción de una imagen, un resumen, un giro, la captación de un instante no fraseable que lo dice todo y que se pega a la retina para siempre. ¡Ahí está!, debe ser eso, ahí se va León. Al siempre.