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Apuntes en viaje

Mercado y karaoke

Como en todos los mercados me quedo embobada mirando las frutas rarísimas. Me acuerdo cuando el kiwi llegó a Argentina, habrá sido en los 90, creo.

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Mercado y karaoke. | marta toledo

El mercado central de la ciudad de Guatemala late con ese ritmo particular de los mercados. La luz de los tubos fluorescentes hace que apenas te internes en los pasillos pierdas la noción del tiempo. ¿Es de día aún? ¿Ya anocheció? ¿Cuántas horas, días, hace que deambulo entre los cajones de fruta? ¿Lloverá? La lluvia es más fácil de adivinar pues en esta época, fines de mayo, principios de junio, llueve puntualmente al mediodía de lunes a domingo. No es una llovizna ni un chaparrón. Es una lluvia tupida, continua, que dura toda la tarde. Por eso vinimos al mercado a la mañana, antes que se desate el aguacero.

Como en todos los mercados me quedo embobada mirando las frutas rarísimas. Me acuerdo cuando el kiwi llegó a Argentina, habrá sido en los 90, creo, o por lo menos lo conocí en esa época: lo veía en los cajones de la verdulería y parecían pequeñas aperiás dormidas. Al lado del exotismo del fruto de dragón, de otra que parece una berenjena pero cortada tiene una piel de coco y en el centro una pulpa blanca, en gajos, de otra que parece un erizo de mar, al lado del despliegue de colores y texturas de estas frutas el kiwi pasaría desapercibido. En este mercado los puesteros son simpáticos y no les molesta que la gente saque fotos pero no compre nada. Me gustaría vivir aquí sólo para regresar a casa con una bolsa llena de estas frutas extrañas, de estas frutas que podrían ser un poema de Marosa. 

Mi amiga es vegetariana entonces sacrifico la visita al sector de carnes, pescados, gallinas… también porque es de mañana y el olor a vísceras y cadáver fresco me da vuelta el estómago. Vamos hacia las telas, las blusas, la joyería hecha a mano ensartando miles y miles de minúsculas mostacillas en un hilo, formando diseños hermosísimos. Aquí los vendedores atormentan: ¿qué lleva, señorita? esto sale 150 quetzales pero para usted 100. Algunos hasta nos siguen unos pasos, con voz meliflua, bajando cada vez más el precio… lleve, señorita, lleveselo.

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Cada tanto, entre los puestos, hay un santuario… no la imagen de un santo, sino un montaje espectacular con la imagen, flores naturales y flores de papel, ángeles de cotillón, frases recortadas en cartulina salpicada de glitter. Es kitsh y es precioso al mismo tiempo. Es conmovedora la devoción casi infantil que hay en esta ciudad.

A la noche salimos del hotel por una copa. Con mi amiga ya viajamos juntas otras veces a ferias y festivales y el chiste es encontrar siempre un tugurio cerca del hotel, un escenario que desentone con el confort normativo de los hoteles de cadena donde nos hospedamos. Nuestro antro guatemalteco se llama La quinta estación. El bar tiene una especie de recoba donde están las mesas y las sillas y un dj. Del lado de afuera un borrachín vende cigarrillos y caramelos y agarra todos los chupitos de ron que está regalando a los parroquianos otro parroquiano que pasa con la botella entre las mesas. Parece que el hombre festeja algo. El quiosquero ambulante manotea varios vasitos y los vuelca en su petaca de vidrio. 

A este lugar vienen las personas que trabajan en los hoteles de la zona. Luego de horas y horas de tender camas, levantar vajilla, fregar pisos, aspirar alfombras, cargar equipaje, luego de una jornada agotadora vienen aquí, toman unas copas y cantan karaoke, festejan cumpleaños.

Esta noche hay dos cumpleañeros: un muchachito gay que cumple 23 y un viejo que cumple 83. Cuando se enteran de la coincidencia, brindan y se abrazan y todos les cantamos el feliz cumpleaños.