Un spot publicitario movilizó un rico debate en las redes sociales, sobre el lugar del mérito en nuestra sociedad.
Es un debate oportuno, porque de las conclusiones a las que arribemos se decantan los roles que como sociedad deberíamos confiarle al Estado para brindar a los ciudadanos condiciones equitativas de realización personal, y cuáles reservamos para encarar con otras alternativas.
Las políticas públicas, aun las mejores intencionadas, no siempre construyen un entorno adecuado para el desenvolvimiento humano. Las sociedades maduras nunca deberían dejar de reflexionar cómo perfeccionar las herramientas para la siempre compleja construcción de una ciudadanía plena.
Personalmente, creo que sería un error grosero (como sociedad) no tomar en consideración los méritos, talentos y capacidades de las personas y organizaciones a la hora de reconocerlas. No me parece que un eventual sesgo cambalachero (“todo es igual, nada es mejor”) sea positivo a la hora de asignar reconocimientos.
Sin embargo, disiento con el espíritu del spot que confunde mérito con éxito, y sobre todo con éxito económico.
Asimilar mérito y éxito soslaya el rasgo más significativo de nuestras sociedades: la injusticia y la desigual asignación de posibilidades.
Argentina ha tenido épocas más igualitarias, pero con sus altos y bajos, desde la crisis del petróleo hasta acá, se ha reconfigurado como una sociedad crecientemente dual, con una alta dispersión de ingresos, altas restricciones al acceso de bienes públicos en los sectores más vulnerables y déficits severos en materia de ciudadanía (a modo de ejemplo, aproximadamente el 1% de la población ni siquiera está documentada, o aún no hemos derrotado el analfabetismo).
Esas condiciones de base transforman la competencia por los empleos o el sostenimiento en una trayectoria educativa en verdaderas odiseas para el tercio de la población más pobre. Población que, sin embargo, muy mayoritariamente hace un esfuerzo enorme por sostener a sus hijos en escuelas cada vez más deterioradas o por cumplir en tareas crecientemente precarias.
A ese tercio debe sumarse casi 25% de la población que, aun contando con empleos relativamente estables y sin ser estadísticamente pobre, no vive con holgura y ha enfrentado a lo largo de estos últimos cuarenta años una verdadera montaña rusa económica, con pocos momentos de sosiego, mutando sus hábitos transgeneracionalmente con conductas defensivas frente a una sociedad quebrada. Cada vez que advertimos que crece la matrícula de los colegios privados de tipo económico o que vemos que crecen barrios cerrados no particularmente lujosos, lo que debemos leer es que un déficit de bienes y servicios públicos adecuados ha obligado a un segmento de nuestra clase media a destinar recursos propios a resolver cuestiones que debieron ser previstas, planificadas y enfrentadas por el Estado.
Casi 2/3 de los argentinos tienen el enorme mérito de enfrentar cada día la vida sin recursos suficientes, sin reglas institucionales claras, sin posibilidad de ahorrar y padeciendo las consecuencias de una grieta económica que no construyeron.
Nuestro verdadero éxito como sociedad sería generar condiciones para que todos los talentos y el esfuerzo que puedan poner en juego no se desperdiciaran. Sólo una sociedad más justa puede alentar una cultura del mérito, todo lo demás es una simplificación irritativa.
*Miembro del Club Político Argentino.