Este es un momento emocional. Hay tres sentimientos que se mezclan, coexisten o predominan: el miedo, la tristeza, la bronca. Los tres se distribuyen de modo desordenado y desigual entre los argentinos. El miedo reside en la incertidumbre sobre lo que puede llegar a pasar cuando desaparece una autoridad mayor. La tristeza es mucha entre sus seguidores. La bronca es lo que hay en abundancia y es lo que está más democráticamente repartido hace ya tiempo.
El razonamiento distante queda fuera de foco. Ni siquiera es necesario en estos días. Es una presunción vana poner paños fríos y pretender contribuir a la razonabilidad general. Hablar hoy mismo de los subsidios, del déficit fiscal, inflación, Indec, la corrupción, de la Ley de Medios, de la seguridad, de los temas pendientes que dejó el ex presidente, etc., es fallar en el cálculo. Hay ocasiones no siempre propicias para que espíritus ilustrados nos recuerden todo lo que falta para que vivamos mejor. Una lista de logros desde los juicios a los responsables del Proceso hasta el pago de la deuda externa no anula ni equilibra la serie anterior.
Se ha muerto el político más importante de los últimos siete años. No el más importante de los últimos cincuenta años. Hay quienes no pueden dejar de estar en campaña las veinticuatro horas del día. De Carlos Menem se llegó a decir eso y mucho más. Y a veces lo hace la misma gente. Pero más allá de los tiempos, nuestro país no esperaba la presencia de un líder, o si se quiere, de un Jefe. Después del período de 2001 a 2003, la anomia, la anarquía, los cinco presidentes en un mes, la apurada retirada de Duhalde, el desastre de la dirigencia radical, el fin de las ilusiones de la Alianza, no presagiaban que pudiera volver a surgir un nuevo jefe politico que impusiera una dirección vertical a su organización.
Kirchner pretendió gobernar por fuera del PJ, no pudo hacerlo. Sin embargo, no le costó demasiado adaptarse a él y su red de intendentes, caudillos y corporaciones. Estos últimos tiempos su poder estaba limitado por Moyano y Scioli. El poder de uno y la buena imagen del otro amenazaban su hegemonía. Uno lo presionaba, el otro seducía a sus adversarios.
Kirchner jugaba contra el tiempo, y vimos también que con su vida. Los avisos de una salud en peligro no aseguraban su futura candidatura con cuatro años por delante de actividad febril, y lo colocaban en la disyuntiva de bajar el nivel de su presencia y perder posiciones en un mundo en donde las trampas, las intrigas y la lucha por el poder son un asunto cotidiano.
Marzo de 2008 es un momento clave. La crisis del campo fue la primera derrota civil y política del kirchnerismo. Desde ese momento el gobierno en manos del matrimonio Kirchner que actúa en forma conjunta declara una batalla sin tregua contra los que considera culpables de su retroceso. El Campo y el Monopolio son las dos cabezas a decapitar. Cavan una trinchera y conminan a toda la ciudadanía a elegir entre uno y otro bando que divide a la sociedad. No hay neutralidad ni espacio exterior posibles.
Néstor Kirchner era quien estaba mejor posicionado para ganar las elecciones del año que viene, al menos en la primera vuelta. Lo que sucedió después de junio de 2009 es una muestra de la capacidad de unos y otros para conducir a sus adherentes. El Gobierno recuperó el terreno perdido y la oposición no tiene líder ni programa consensuado.
Nadie quiere un vacío de poder. Los argentinos pueden soportar el avasallamiento institucional pero tienen terror a no tener un conductor. No crea demasiadas expectativas positivas ser gobernados por un personal político que delibera y no ejecuta, que vacila y no decide, y que le teme al disenso.
La muerte intempestiva de Néstor Kirchner cambia todo el escenario político. Hace años que su nombre es una referencia de todos los días. Fue una excusa para no pensar en las propias limitaciones y en ocultar dudas y contradicciones. Cristina Fernández de Kirchner tiene el mando. Esperemos que su agenda esté abierta.
*Filósofo.
Publicado el viernes 29.