uienquiera que esté leyendo esta columna, me parece, tiene aunque sea un mínimo recuerdo de los conceptos de sujeto y predicado, dos de las primeras nociones técnicas de la gramática que se enseñan en la escuela primaria. Tradicionalmente, se decía que el predicado alude a la acción y el sujeto alude a quien realiza esa acción.
El problema que planteaban estas definiciones es que dejaban de lado algunas oraciones sin sujeto activo, tan oraciones como las que sí lo tienen. Por caso, en las oraciones pasivas no puede decirse ya que sea el sujeto la construcción que alude a quien realiza la acción. Sin hablar de oraciones en las que sencillamente no se alude a ninguna acción.
Pero los estudios académicos, desde hace muchas décadas, han corregido estas omisiones. Fuera de definir de modo diferente tanto sujeto como predicado, se han introducido categorías que contemplan las diversas realizaciones representativas de los dos conceptos. Para explicarlo en pocas palabras, y solo como ejemplo, cuando el sujeto (o el objeto o lo que fuere) alude a una instancia que se ve afectada por la acción se habla de paciente y cuando alude a la instancia que lleva adelante la acción se habla de agente. El agente, así y sin importar si se trata del sujeto o no, es –tal cual dirían los gramáticos hoy consagrados– el papel que cumple quien realiza la acción del verbo de acción en la oración.
Aunque podríamos discutir si lo que se dice sirve para describir la realidad (en mi concepción, y en consistencia con la propuesta del lingüista francés Oswald Ducrot, la función descriptiva del discurso resulta meramente secundaria), creo que usted y yo consensuaríamos en que lo que se dice despliega una cierta representación de la realidad. Algo así como la pintura de una escena que quien habla –o escribe– pone ante los ojos –o ante los oídos– de quien escucha o lee.
La expresión de acciones y la atribución consecuente de agencias (de agentes) conllevan, entonces y de manera necesaria, una distribución de las responsabilidades. Expresión y atribución cristalizan, de algún modo, quiénes participan en el evento y cuáles son las voluntades que entran en juego. Porque todo verbo de acción, como afirma la semántica más moderna, encierra en su definición voluntad e intencionalidad.
Visto así el asunto, puede afirmarse que la denuncia de la joven actriz Thelma Fardin contra el actor Juan Darthés escribió un capítulo interesante en la historia de nuestro tiempo. Porque el relato de Fardin sobre los términos que usó Darthés para abordarla –coincidentes en todo con los de otra de las denunciantes, Anita Coacci– pone de manifiesto que el actor la hacía a ella responsable de lo que a él “irracionalmente le ocurría”. En efecto, con la frase: “Mirá cómo me ponés”, él la decretaba agente del acto de poner de cierto modo a alguien (“[vos] ponés”) y él se declaraba a sí mismo paciente (“me [a mí]”) –esto es, objeto– de esa acción.
Muy distinta es la escena que pinta el colectivo de Actrices Argentinas en respuesta a esa frase. Porque ese colectivo –que concitó, dicho sea de paso, el apoyo de muchísimas mujeres en nuestro país (entre las que me incluyo) y en el exterior– no elude hacerse responsable de su comportamiento mientras le hace frente a la afrenta y a la violencia de este hombre también por medio del discurso. Más aún, ese enunciado se constituye en una forma implícita de hacerles frente a las violencias de muchos hombres que (todavía) no han sido denunciadas.
“Mirá cómo nos ponemos” de bravas, “mirá cómo nos ponemos” de aguerridas, “mirá cómo nos ponemos” de solidarias. Agentes del evento verbal y agentes del cambio, muchas mujeres en la Argentina –lo estamos viendo– no necesitan endilgarle a nadie sus acciones. Y están dejando de ser sujetos pasivos.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.