COLUMNISTAS

Mirar atrás, mirarse, mirarnos bien

Con esa especie de sana impunidad que suele conceder el paso de los años y la consecuente lejanía de los hechos, valdría la pena preguntarse si alguien se tomó en serio las últimas elecciones presidenciales.

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“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.”
Pablo Neruda

“No es posible descender dos veces al mismo río.”
Heráclito de Efeso

Con esa especie de sana impunidad que suele conceder el paso de los años y la consecuente lejanía de los hechos, valdría la pena preguntarse si alguien se tomó en serio las últimas elecciones presidenciales. Es decir, las de abril de 2003, cuando de algún modo nadie era el mismo que volverá a elegir un presidente dentro de apenas dos semanas y eran otras las aguas que amagaban llegarnos al cuello.Antes de dar una respuesta, sería bueno repasar aquellos cómputos finales que compusieron una obra insólita:
1º) Carlos Menem-Juan Carlos Romero, con el 24,3% (ganaron en Catamarca, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, La Pampa, La Rioja, Misiones, Salta, Santa Fe, Santiago del Estero, Tierra del Fuego y Tucumán).
2º) Néstor Kirchner-Daniel Scioli, con el 22% (se impusieron en Buenos Aires, Chubut, Formosa, Neuquén, Río Negro y Santa Cruz).
3º) Ricardo López Murphy-Ricardo Gómez Diez, con el 16,3% (salieron primeros en la Capital Federal).
4º) Empataron, con el 14,1%, Elisa Carrió-Gustavo Gutiérrez y Adolfo Rodríguez Saá-Melchor Posse, que, a su vez, encabezaron las preferencias en Mendoza, San Juan y San Luis.
Por último, reeditemos algunos apuntes (al momento de tomarlos, el autor de esta columna era otro):
▪ Cinco fórmulas se repartieron casi el 91% de los votos.
▪ Entre la primera y las dos cuartas hubo sólo 10 puntos de diferencia.
▪ Terminó siendo presidente el candidato que salió segundo, porque el primero huyó del ballottage.
▪ Kirchner era el menos conocido de todos los postulantes.
Si “aquella” Argentina hubiera podido ser analizada como un individuo, cualquier psiquiatra la habría internado de urgencia, diagnosticándole un trastorno esquizoide. Pues bien: nadie puede tomar una determinación seria mientras “el entorno se le aparece como nebuloso, irreal, extraño e insólito”, tal cual suele sucederles a quienes atraviesan por semejante alteración de los sentidos.
Cuatro años y medio después, habrá que agradecerle nomás a Kirchner (y a su antecesor de emergencia, Eduardo Duhalde; y a quien fuera ministro de Economía de ambos, Roberto Lavagna) por el notable retroceso de la marea y, también, porque la política recuperó ciertos encantos. “El cambio recién comienza”, se ufana el Presidente, mientras su esposa y principal candidata a sucederlo, añade que “el cambio es la continuidad”. Aunque algo confuso, ese juego de palabras encierra uno de los principales nudos de la próxima elección. La Argentina de 2003 se imponía anárquica. La que viene se promete dinástica, cambiando unos pantalones por unas faldas del mismo vestidor.
Desde el propio kirchnerismo aceptan que el experimento tiene sus riesgos. Horacio González y Nicolás Casullo, por ejemplo, son dos reconocidos intelectuales argentinos que, por primera vez en sus vidas, se volvieron fervientes oficialistas. En sendos reportajes publicados esta semana por la revista Evita, de obvio cuño pingüino, ambos marcaron sus preocupaciones sobre determinados cambios de estilo que deberían plasmarse en una eventual Gestión Cristina:
▪ Casullo (para quien “el verdadero partido de derecha” de hoy “es el massmediático”) sostiene que “el kirchnerismo es una circunstancia azarosa de nuestra historia”, casualidad que desde luego considera “feliz”. No obstante, percibe “una fragilidad” del Gobierno en su “falta de delegación, en esto de encerrarse en sí mismo, de tener poca confianza”. Según Casullo, “es importante que Cristina amplíe variables”. De lo contrario “se pierde la guerra”, presagia en términos marciales.
▪ González, por su parte, dice: “Lo más importante es que el nuevo gobierno tenga en cuenta a las fuerzas sociales creativas sin concepciones ‘estatalistas’ ni de ‘cooptación’. Un nuevo poder democrático debe profundizar reformas y recrear situaciones de justicia, releyendo los límites anteriores y expandiendo las libertades políticas, permitiendo avanzar emancipadamente a la sociedad sin absorber sus fuerzas, sino, al contrario, impulsándola hacia la imaginación crítica, sin lastres inmediatistas”.
Ambos parecen advertir, con los mejores modales e intenciones, los rasgos hegemónicos que animan a los K, exagerados por la oposición en cada acto de campaña y narrados con frecuencia por el periodismo independiente.
En la foto que le sirve de “techo” a esta página se ve a Felipe Solá, Daniel Scioli, Kirchner, Cristina y Julio Cobos con los ojos clavados en algún punto fijo ubicado allá atrás. Si estuvieran mirando sus propios ayeres, tres de ellos (Solá, Scioli y Cobos) sacarían las cuentas de lo que les costó dejar de ser quienes eran en 2003, a fuerza de la desconfianza crónica de los otros dos (señalada por Casullo) y de la cooptación (remarcada por González).
Veámoslos en perspectiva:
▪ Solá llegó a gobernador bonaerense cuando Duhalde designó canciller a Carlos Ruckauf (quien hoy es un diputado de bajo perfil y pelo rubio). Fue un “cristinista” precoz, pero no le alcanzó para que la Casa Rosada avalara su reelección. Tal vez presida la Cámara de Diputados. El jueves, en un acto, llamó a “optar por el cambio”. Kirchner lo corrigió al vuelo: “Mejor que optar es elegir”.
▪ Scioli venía de ser menemista, adolfista, duhaldista y casi candidato a mandamás porteño. Fue el único famoso del kirchnerismo naciente y supo soportar los embates de Cristina en el Senado. Será gobernador bonaerense, seguro. Y, casi seguro, el futuro rival estrella del matrimonio Kirchner si se reiteran las eternas disputas presupuestarias y políticas entre Nación y Provincia.
▪ Del radical Cobos se sabe que en 2003 votó a López Murphy, que los Kirchner lo trataron financieramente muy bien como gobernador y que ya tuvieron un primer desencuentro por la sintomática manipulación del INDEC.
Del otro lado, los opositores ya se irían contentando con adueñarse de la supuesta primicia de que “estamos saliendo de Guatemala para meternos en Guatepeor”. Y con empezar a cobrar quién lo dijo primero en las parlamentarias de 2009. “Estos son siempre los mismos”, los condena el Presidente.
Cada día falta menos para ver qué dirán las urnas. Según las encuestas, buena parte de los confundidos de 2003 hoy se muestran indecisos. ¿Será un avance?