Voy mejorando: la vez anterior que monologué durante un buen rato, se quedó dormida (no hace falta decir que en su lugar yo hubiera hecho lo mismo). Es cierto, no para justificarme sino para contextualizar lo ocurrido, que era un monologo por Zoom y que entonces ella, echada sobre la cama, fuera de cuadro, no tuvo más remedio que dormirse, casi como un homenaje a la cháchara que yo venía desarrollando. Pues digo entonces que mejoré, porque el otro día monologué un buen rato, sin que ella pasara de un bostezo. Aunque, en verdad, era difícil que esta vez también se durmiera: estábamos en un café y habíamos comido un par de cornettos con Nutella, de esos que levantan el ánimo a cualquiera. Además fue un monologo presencial, es decir, no con (o contra) terceros, sino con ella, cuya paciencia es solo comparable a su belleza.
Resultó que no sé por qué me puse a hablar sin parar, minutos enteros, como el exposé de un plomo irremediable, sobre Raymond Roussel, y de allí un paso a Louis Wolfson, autor de una obra maestra llamada Le Schizo et les langues, publicada en Gallimard en 1970 (donde la había enviado en…1963) y de otro gran texto, titulado Ma mère, musicienne, est morte de maladie maligne à minuit, mardi à mercredi, au milieu du mois de mai mille977 au mouroir Memorial à Manhattan. Si el salto, en el monólogo, de Roussel a Wolfson se hizo previsible, lo fue precisamente porque Wolfson es el otro gran escritor del siglo XX francés en escribir a partir de la idea de procedimiento. Aunque francés, en su caso, implica un desplazamiento: nacido en Estados Unidos, precozmente diagnosticado de esquizofrenia, alternando entre la casa de su madre y los institutos psiquiátricos, rechazaba su lengua materna –el inglés–, su método literario consistió entonces en traducirse del inglés, bajo ciertas reglas, a todo un conjunto de idiomas a la vez (francés, pero también hebreo, ruso, alemán, italiano…) que podría resumirse en este procedimiento: encontrar en una lengua extranjera una palabra de sentido similar al término inglés, que también tenga un sonido relativamente parecido, y desplazar esos sonidos hasta llegar a una multiplicidad de sentidos. Por ejemplo, la frase Don’t trip over the wire (no tropieces con el hilo, en francés: tu trébuche pas sur le fil) se convierte en Tu’ nicht trebucher uber eth he Zwirin. La frase inicial es inglesa, pero la de llegada es un simulacro que utiliza varias lenguas, como alemán, francés y hebreo. Deleuze llamó a ese procedimiento “La torre babélica del parloteo balbuciente” en su prólogo a Le Schizo et les langues (incluido más tarde en Crítica y clínica) fascinado con esa escritura esquizofrénica, que luego fue analizada por otros, en un sinfín de artículos psi cargados de lugares comunes, y que en cambio fue algo abandonada por la crítica literaria bajo el pretexto anti-intelectual de qué es difícil de traducir y de leer. Fuera de los campos neo-deleuzianos, psicoanalítico, o psiquiátrico, pocos se ocuparon de Wolfson desde otra perspectiva (que ya lleva un juego de palabras en su nombre: Wolf-son, hijo de lobo: el que tiene una madre lobo, el hijo que odia a la madre, odia la lengua materna; etc., etc., etc.). Una pena que no reparemos en Wolfson como lo que es: un genial escritor, loco o no, detalle que no tiene la menor importancia.