El proyecto de Ley de Medios, promovido por el Gobierno, y llevado a una resonancia aún mayor por el tema de la televisación del fútbol y la iniciativa de la AFA de romper el contrato con TyC, ha empezado a instalar un debate público que a la Argentina le está faltando. Es muy argentino que los temas sustantivos se debatan poco en ámbitos donde la opinión pública, en sus distintas napas, puede formar opiniones con fundamento, y que cuando los temas se instalan rápidamente se politicen. Hoy parece claro que para gran parte de la sociedad no se entiende demasiado bien qué se supone que hay que cambiar y por qué.
Una discusión, en la frondosa maleza de argumentos políticos, diatribas y consecuencias prácticas –como la televisación del fútbol–, es la relativa a la importancia de la regulación de los grados de concentración en el mercado de los medios. Normalmente, el concepto de concentración, o de grado de monopolización en una industria, es referido a la distribución del mercado, el market share. Eso requiere una definición, no siempre sencilla, de cuál es la industria, o más apropiadamente, cuál es la cadena de valor a la que se aplican esos conceptos. Los medios de prensa suelen ser definidos como el conjunto de medios gráficos, radiales, televisivos de aire y televisivos de cable. Sin duda, la provisión de insumos básicos, por ejemplo el papel para los gráficos y los contenidos para todos, pero sobre todo para los televisivos, son eslabones relevantes de la cadena. Además, ahora que el mundo cambia más rápidamente, aparecen nuevos medios a los que es difícil aplicar los mismos conceptos, porque son por definición virtuales y a menudo bastante intangibles; pero no hay duda de que entran a conformar el mismo mercado. Y cuando se incorpora a esos nuevos eslabones, el problema de los proveedores es de una magnitud descomunal. En los últimos años se ha hablado más de la puja regulatoria y judicial por Microsoft que de la concentración en el mercado de diarios o de radios.
El regulador, en casi todas partes del mundo, busca evitar altos grados de concentración, primero en cada eslabón, segundo en la cadena integrada. En la Argentina se habla más de algunos aspectos de todo esto que de otros. Que distintos eslabones críticos en la cadena estén muy concentrados parece inquietante en todas partes del mundo –excepto en los países muy estatistas, donde todo está por definición muy concentrado–. De eso se está hablando hoy en la Argentina, pero no por muchas más razones que el interés del Gobierno por “desarmar” la posición dominante del Grupo Clarín en esa cadena.
El debate de fondo debería empezar por otro lado: ¿cuál es la estructura de distribución del mercado que en mayor medida favorece los grados de libertad disponibles al público para informarse o satisfacer sus demandas de consumo de medios? Parte de la lógica que suele aplicarse a los mercados de otros bienes no es muy razonable en el caso de los medios. Para ponerlo en pocas palabras: si Clarín, o quien fuese, tiene el 48, el 38 o el 28% del mercado, posiblemente es menos importante que el número de oferentes independientes en ese mercado. Un mercado con tres oferentes al 33% cada uno, o uno con cinco oferentes al 20% cada uno, no es concentrado; pero si uno tiene el 50% y los demás el 12% cada uno, está más concentrado. Ahora, siguiendo esa definición, la concentración cambiaría muy poco si ese 50% estuviese distribuido no entre cuatro sino entre cuarenta oferentes. Y esta situación sería inmensamente más beneficiosa para la sociedad y para los consumidores que la primera.
En el caso de la prensa, lo relevante no es cuánto mercado tienen los que tienen más sino cuántas opciones tienen los segmentos del público que quieren oír otras voces, o que quieren hacerse oír, para lo cual nada ha habido en la historia comparable a lo que hoy ofrecen los nuevos medios –mientras a los gobernantes no se les ocurra tratar de interferir–.
El desiderátum de un buen sistema de medios de prensa debería ser que el mayor número posible de nichos de demanda encuentren las voces y los canales que buscan, y que del lado de la oferta puedan ingeniárselas para llegar a ellos. Me remito a Nicholas Negroponte: “Prodúzcalo y los consumidores aparecerán. Si aparecen, formidable; si no aparecen, mala suerte”. Para que esos productores tomadores de riesgo aparezcan y pongan su producto en oferta, el sistema tiene que ser abierto, y no importa demasiado cuánto tiene el que tiene más. Si alguien tiene algo para ofrecer, es posible que aparezca la demanda; si alguien detecta que la demanda está ahí, latente, es posible que se decida a producir una oferta. Que esto pueda ocurrir es lo que debería preocuparnos más: el problema no es cómo acallar algunas voces sino cómo estimular la multiplicación del número de voces.
*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.