No se cansa de gritar, advertir, amenazar, intimidar, siempre desde el otro lado de la línea telefónica, desde el otro lado del océano. Corazón valiente. Dos veces el miércoles, con interlocutores y temas diferentes, Guillermo Moreno se desgañitó para imponer su propósito. Por un lado, cuando ardía la suba del dólar blue, vociferó irascible ante los Piano –padre e hijo– para terminar rogando que bajaran la cotización y permitir que Cristina tenga una Pascua en paz con su nueva religiosidad y, quizá, aguardando que Ella autorice alguna medida que descomprima el mercado cambiario y la ansiedad del público comprador. El segundo, Moreno con ocho empresarios que, esa misma jornada, se habían reunido para confirmar la designación de José María Urtubey (Celulosa) como futuro titular de la UIA, a los que interrumpió por medio del celular de uno de los presentes. Era casi toda la cúpula de la fracción Azul y Blanca, que, por un reglamento interno, le corresponde ocupar la presidencia en reemplazo de José Ignacio de Mendiguren. La voz irritada del secretario de Comercio le llegaba entre otros a Nicholson, Méndez, Alvarez Saavedra, Sacco, Acevedo y al propio candidato a ejercer el mandato: “¡Bajalo a ese Urtubey, te lo ordeno! No lo queremos de presidente de la UIA”.
Otro récord en las intimidaciones telefónicas de Moreno, ya que en las de cuerpo presente manifiesta la misma energía pero con mujeres; caso Mercedes Marcó del Pont y, sobre todo, Deborah Georgi, quien han recibido sartenazos verbales por sus presuntas incompetencias laborales, sin denunciar jamás la violencia de género.
Insultante la demanda y, con cierto humor negro, ya que se la trataba de instruir a Héctor Méndez, a quien el Gobierno había tachado de cualquier postulación por obra de Julio De Vido, quien aseguraba que “el gordo” es “impredecible”. A Méndez lo ofendió más la referencia a su cintura que la observación sobre su personalidad. Abundaron otras presiones (impositivas, judiciales, personales), no todas vinculadas a la institucionalidad de la UIA. En este trapicheo de dossiers y negocios estaría la explicación por la cual cada vez resulta más evidente la costumbre de ciertos empresarios por permanecer unos días en la Argentina y dedicar el resto del mes a pernoctar en otro país.
Lo que exigía Moreno por teléfono tampoco le causaba gracia a Miguel Acevedo, el candidato elegido por todos que eligió preservarse: poderoso del aceite y la soja, con tupida red de negocios con el Estado junto a su cuñado y socio Carlos Urquía, creyó conveniente reducir los intereses vinculares con el Gobierno. Se cruzaron en la conversación ataques, réplicas y chicanas, hasta que de pronto Moreno profirió una imputación insólita: “Se están metiendo en la interna del justicialismo”. Aludía a la vinculación de Urtubey con su hermano Juan Manuel, gobernador de Salta, al que en apariencia Cristina no observa ya con los ojos de antaño, cuando era uno de sus preferidos en el Congreso. No se lo considera tan agresivamente como a Scioli o Peralta, más bien se lo incluye en un paquete de insubordinados livianos o improbables depositarios de confianza. Como Massa. Ese mismo cargo de interferencia partidaria que invocó Moreno se lo había señalado antes a uno de los asistentes, el chaqueño Jorge Capitanich, preocupado por el ascenso empresarial del hermano del gobernador. Esa paranoia de corte familiar también debería incluir a otro hermano Urtubey, que va por la senaduría salteña y por un cuarto que se dedica al negocio del automovilismo deportivo y la televisión. Y faltan más Urtubey en esta cartelera.
Casi nadie le asigna verosimilitud a ese argumento político, tampoco a la versión de que el Gobierno desea el cargo para Juan Carlos Sacco, uno de los que mejor tararea la canción oficialista en la Celeste y Blanca, pero a quien le cuesta reunir adhesiones. Más bien, casi todos los dirigentes empresarios entienden que la movida de Moreno, De Vido y otros obedece a la orden presidencial de conservar a De Mendiguren al frente de la UIA, no sólo porque es uno de los que más halaga a la Presidenta con piropos sobre su elegancia. El proyecto “De Mendiguren eterno” se intentará justificar cuando se sume al pacto económico y social que Cristina imagina con el metalúrgico Antonio Caló, iniciativa en la que fue adoctrinada hace más de un lustro por el titular de la Copal, Daniel Funes de Rioja (hoy, seguramente, menos entusiasta).
Tanto la propuesta de cambiar la moneda o la apelación al recuerdo gelbarista de los pactos fracasados son tentativas para ganar tiempo antes de las elecciones y suspender las consecuencias penosas de una situación económica inexplicable. En ese plano, al margen de sus condiciones de seductor, De Mendiguren se ha alineado con pragmatismo a cualquier medida oficial: aprueba desde el control de precios a la inconveniencia de levantar el tipo de cambio, cuando hizo escuela al respecto en los tiempos de Duhalde (y compartía despacho con su otrora inferior, Moreno).
Igual, se volverá titánica la tarea de catapultar, de nuevo, a De Mendiguren: se requiere una reforma a los estatutos de la UIA, la complacencia de la Celesta y Blanca –que no lo considera un hombre para el momento– y la venia de sus propios compañeros de agrupación (Industriales). Allí no se manifiesta unanimidad para que continúe en el cargo y las últimas declaraciones de Luis Betnaza (Techint), sobre el manoseo del tipo de cambio, parecen más dirigidas a quien considera insignificante la disparada del dólar (De Mendiguren) que al propio Gobierno.
Aunque “manoseo”, si uno atiende los gritos, las llamadas, las injurias y las extorsiones, no son propias solo del sube y baja del billete verde.