Como Herminio Iglesias, aquel mítico sindicalista que, queriendo lo contrario, contribuyó al triunfo de Alfonsín al quemar un cajón con el sello del radicalismo en el acto de cierre de la campaña del peronismo, los dirigentes moyanistas se hunden solos si los dejan hablar (también el líder de la CGT Azul y Blanca, Luis Barrionuevo, aquel de “tenemos que dejar de robar dos años”). Son lo contrario a Dios, que es voz y no imagen (por eso tantas religiones prohíben que se lo represente visualmente). Ellos son imágenes que, al ponerles voz, sólo con abrir la boca, se autodestruyen.
El viernes no fue un día peronista. Como aquel que cava con más energía tratando de salir de la fosa en que se encuentra, cada uno de los moyanistas que hablaba hundía más a su conductor.
El collar de disparates había comenzado la noche anterior con el vocero del gremio de camioneros, Eduardo Altamirano, al decir que el exhorto de Suiza aparecía ahora porque Moyano luchaba para que los aumentos de sueldos de la nueva paritaria no se los llevara el Estado, reclamando que el Gobierno subiera el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias.
Luego, el titular del gremio de peones de taxi, Omar Viviani, dijo que “el diablo tiene mil caras”, y a la noche se citó a sí mismo atribuyéndose haber dicho una frase de antología “que quedará para siempre”. En esta segunda aparición, Viviani no comentó por qué a la mañana había dicho que “el paro no se levanta porque cuando la CGT dice algo, lo cumple”.
Horas antes, otro vocero de la CGT argumentó frente a las cámaras de televisión que la soberanía nacional estaba siendo desafiada porque, al ser la Argentina un país independiente, no debía ser tratado como una colonia por la Justicia suiza. Y para atacar a los medios, Altamirano denigró a Oscar González Oro llamándolo “esta periodista”, en obvia alusión discriminatoria y sexista, recordando que cuando “Moyano, en su momento, apoyó el matrimonio igualitario, era el ídolo”.
O sea: comenzaron acusando al Gobierno, al Mal, al imperialismo, a los medios y hasta a la condición de gay. Para completar esta última y desafortunada intervención moyanista sólo hubiera faltado que recordaran el film También los enanos nacieron pequeños, de Werner Herzog, donde en una comunidad en la que todos eran enanos, se discriminaba a los enanos ciegos, a los que martirizaban confundiendo y ofendiendo.
A la tarde los moyanistas ya habían percibido (quizá como Scioli en su momento) que si herían –sin retorno– su relación con el Gobierno se herían ellos mismos, y el segundo hijo de Moyano, Facundo, quien conduce el sindicato de los trabajadores del peaje y la Juventud Sindical Peronista, fue el encargado de comenzar a redireccionar las acusaciones y propuso que el Gobierno adhiriera a la marcha en solidaridad con su padre. Que además su otro hijo, el mayor, Pablo, por su juventud tampoco sin una gran trayectoria, haya quedado al frente del sindicato de camioneros desde que el padre conduce la CGT es otra forma de expresión.
La impudicia grupal la completó el propio secretario general de la CGT en su “conferencia de prensa” de la noche del viernes, cuando –mientras los cánticos coreaban “si tocan a Moyano les paramos el país”– dijo: “Muchos quieren que los trabajadores estemos para la obra social y los hoteles de turismo. Pero los trabajadores queremos llegar al poder y eso es lo que a muchos les molesta. Pero por más que le moleste a quien le moleste, ése es el objetivo”.
La ignorancia genera ingenuidad y soberbia. Moyano cita continuamente el ejemplo de Lula en Brasil como el precursor de los sindicalistas que llegarán a presidentes, olvidando que quizá el haber sido obrero es la única similitud que los une y en casi todo lo demás parecen opuestos.
En su “conferencia de prensa” Moyano cargó duramente contra De Narváez porque “este señor colombiano se pone la camiseta de Perón y Evita cuando es antiobrero y antiperonista”. Pero quizá De Narváez responda mejor al tipo de personalidades que el peronismo elige para puestos ejecutivos que Moyano, quien probablemente no alcance a comprender las diferencias entre el peronismo y el Partido de los Trabajadores de Brasil que el propio Lula fundó. Lula es al PT lo que Perón al PJ; además, Lula no era militar sino sindicalista.
La cuestión no es estética ni de educación –como trata siempre de victimizarse Moyano, quien el viernes mismo dijo: “Ahora somos malos, sucios y feos, pero tenemos dignidad”–, porque Lula apenas logró terminar el colegio primario. Es una cuestión de actitud: Moyano se siente más identificado con el líder sindical camionero norteamericano James Hoffa –quien terminó sus días trágicamente– que con el ex presidente de Brasil. Ser Hoffa y ser Lula al mismo tiempo no es posible.
En su libro Las grietas del control, la filósofa Esther Díaz escribe que “quien realmente ejerce el poder no necesita reivindicaciones. El poder es del orden de la seducción. Y como todo lo que nos seduce, puede llegar a atraparnos en sus redes. Necesitamos el poder para poder llevar una causa adelante. Pero si nos enquistamos en él, si una vez logrados los objetivos de la acción liberadora seguimos amarrados al poder, nos montamos en el diagrama que antes combatimos. Si pretendo imponer mi modelo de diferencia me convierto en un opresor. Si me considero dueña de la verdad, excluyo la verdad del otro. Si proclamo que el que no está conmigo está contra mí, segrego. En el afán de reafirmar mi diferencia puedo llegar a no aceptar la peculiaridad ajena”.
La Presidenta le recordó a Moyano, en el último acto que participaron juntos con Néstor Kirchner, que la Argentina ya tenía un presidente trabajador, que ella también es una trabajadora. Trabajador es un colectivo que engloba prácticamente a toda la población, pero ¿por qué un sindicalista tendría que ser presidente por ser sindicalista? Moyano y sus seguidores confunden lo similar con lo idéntico y su principio de realidad está afectado por sus deseos. El libro de Esther Díaz nos aporta otra cita oportuna: “No deseamos algo porque lo consideramos bueno, simplemente decimos que es bueno porque lo deseamos”.
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El sindicalista de los judiciales Julio Piumato, tras el levantamiento del paro, tuvo que salir la noche del viernes a explicar que “Moyano no retrocederá, nunca lo va a hacer”. Horas antes, la Presidenta aclaró: “No vine a dividir ni a combatir a nadie”. Los dos perdieron.
Maestros en pegar y después negociar, kirchneristas y moyanistas se encontraron ante un alma gemela. Con la que, además, podrán compartir su ocaso.