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Moyano y Barrionuevo son peores que CFK

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Hay un problema en nuestra economía más grave que el kirchnerismo. Eso creen los inversores que, a pesar de faltar sólo 19 meses para que asuma un nuevo gobierno y con los activos argentinos regalados (aun con el dólar a 8), no hacen grandes inversiones ni compras de empresas. Un banco, con la misma cantidad de depósitos y sucursales que en Brasil o en Perú, en la Argentina vale la mitad. Casi todas las empresas argentinas valen en promedio la mitad que sus comparables en Latinoamérica. El aluvión de inversiones que tendría que producirse por el cambio de ciclo después de una década de posposiciones no llega porque se supone que actores permanentes, como Moyano o Barrionuevo, y tantos otros poderes fácticos más, serán viudos supérstites de un modelo que no morirá con el kirchnerismo, de la misma forma que tampoco nació con él, sino que tiene una larga tradición en la Argentina.

El problema, más que macroeconómico, es cultural, y no por un diagnóstico gorila que responsabilice sólo al peronismo.

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Legislativamente, también el panradicalismo votó junto con el oficialismo la mayoría de leyes económicas estratégicas. O cuando pretende diferenciarse, como en el reciente debate por la aprobación de la compensación a Repsol por la expropiación de 51% de YPF, imita lo peor del peronismo en eso de oponerse a todo lo del adversario sólo para debilitarlo, sin preocuparse si tiene o no razón.

¿Lousteau y Prat-Gay, si fuera dinero de ellos mismos, no estarían dispuestos a comprar en 5.000 millones de dólares el control de YPF? Si se calcula que Vaca Muerta podría generar siete veces el PBI y le reportará a la Argentina beneficios mucho mayores que la soja, ¿podría no valer 5.000 millones de dólares (o 5.500 millones si se pasa al precio el plus por mayor tasa de intereses que se está aceptando) el 51% de la mayor parte de Vaca Muerta?

Oponerse a todo del adversario es lo mismo que aplaudir todo del enemigo de mi enemigo (Clarín –otro de los actores permanentes y supérstites de Cristina– con Moyano), aunque no tenga razón y haya sido un adversario pasado. En la recopilación que hizo el programa kirchnerista 6,7,8 sobre el paro, causó risa el acto fallido del conductor de TN Edgardo Alfano cuando dijo: “Los reclamos de quienes organizamos el paro” en lugar de “quienes organizaron”. 

Todo es presente, ésa es la mejor síntesis del problema cultural que afecta a nuestra economía.
Los petroleros explican que el costo de perforar un pozo en Estados Unidos es considerablemente menor que en la Argentina no sólo por cuestiones tecnológicas, sino también porque, aun con el mismo equipamiento, allí se precisan menos operarios que aquí por exigencias gremiales. Podemos reglamentar que una tarea aquí deba ser hecha con cierta cantidad de personas cuando en el resto del mundo se haga con menos pero, a la larga, nuestra falta de productividad la pagarán las mismas personas a las que queremos beneficiar. También es un error creer que si se restringe lo importado será siempre mejor, porque se les da trabajo a los argentinos, o encerrados en nosotros y viviendo con lo nuestro le mejoraremos la calidad de vida a nuestra gente.

En los supermercados y en la mayoría de los servicios el problema es similar: el costo laboral sobre ventas en la Argentina representa entre dos y tres veces más que el promedio del resto de Latinoamérica, sin que los sueldos aquí sean superiores en esa proporción.

Moyano, en 2008, cuando la inflación ya era del 20%, defendía al kirchnerismo diciendo que “un poco” de inflación no era malo. La hipocresía y en los casos más extremos el cinismo –como en el de Barrionuevo– son parte de esa cultura sintetizada en “sólo existe el presente”, cuyas consecuencias económicas se expresan en el mal de cada época, ya sea el endeudamiento o la inflación, pero siempre como consecuencia del déficit.

Otra hipocresía (no sólo ignorancia) sobre el proceso productivo es aspirar al pleno empleo mientras que en el resto del mundo se producen pérdidas de puestos de trabajo, aunque también se enfríe nuestra economía, sin explicar que para ello se deben reducir los salarios reales.

Si se pudiera impedir que creciera el desempleo por la fuerza, ¿por qué los países desarrollados no les imponen esa obligación a sus empresas? Cuando no es por mérito de una economía pujante que se continúa con pleno empleo, tendrá que ser porque se compense con una reducción de salarios, en nuestro caso vía mayor inflación. Es una contradicción quejarse de la inflación e impedir que las empresas reduzcan su personal cuando el nivel de actividad se reduce, algo que cíclicamente sucede en alguna proporción en todas las economías del mundo por más desarrolladas que sean y por más planes anticíclicos que implementen.

Moyano y Barrionuevo lo saben, pero en lugar de dedicarse a mejorar sustentablemente las condiciones laborales de sus representados, comprometiéndose en la tarea de morigerar las consecuencias negativas de los ciclos económicos, prefieren negarlos desentendiéndose demagógicamente de sus responsabilidades como dirigentes.

La conexión de Barrionuevo con Massa, o la de Moyano con De Narváez (Plaini fue segundo en su lista de diputados en la última elección), o la de ambos con Scioli (la foto de la inauguración del casino del sindicato gastronómico en Mar del Plata es desopilante) explican en gran medida por qué el valor de las empresas argentinas no cambia a pesar de que el kirchnerismo tendrá que dejar el poder dentro de 19 meses.

En Brasil la tapa de la revista Veja, equivalente a Noticias y la de mayor circulación e influencia de ese país, lleva como título: “Por qué cuando Dilma cae la Bolsa sube”. En pocos meses habrá elecciones presidenciales en Brasil y a pesar de que es poco probable que Dilma no sea reelecta, aun así, cuando ella baja un poco en las encuestas, el valor de las empresas brasileñas que cotizan en la Bolsa sube.

Por la crisis hubo recientes huelgas de transporte público en Italia, España, Inglaterra y Bélgica, pero en todos los casos se cumplió con la obligación de prestar servicios mínimos a la hora de ida y regreso al trabajo. Decir que un paro general tiene un acatamiento del 92% cuando deja de circular todo el transporte público o, peor aún, cuando se colocan en las vías del subte obstáculos para que no circulen los vagones después que una parte de sus operarios decidió no plegarse al paro, resulta otra forma de hipocresía.

Quien no fue hipócrita fue el fundador del Partido Obrero, Jorge Altamira. Explicó que es lógico que quienes hacen huelga impidan que no trabajen aquellos que no desean plegarse al paro. Vale tener en cuenta que el Partido Obrero creció electoralmente a nivel nacional más que el PRO de Macri durante los últimos años.

La conducta de no ir a trabajar, entonces, no coincide necesariamente con la de adherir al paro. Otro de los tantos desfasajes entre las condiciones de producción y de reconocimiento del mensaje que nos deja este paro nacional.

La falta de inversión en la Argentina también es un mensaje.