COLUMNISTAS
asuntos internos

Mucho más que buenas noticias

Es como si tuviera la bola de cristal: veo dentro de algunos días, cuando termine la Feria del Libro, que los diarios reproducirán las buenas noticias de cada año: las ventas y la facturación crecieron un tanto por ciento, la cantidad de visitantes superó, nuevamente, el millón de personas.

Tomas150
|

Es como si tuviera la bola de cristal: veo dentro de algunos días, cuando termine la Feria del Libro, que los diarios reproducirán las buenas noticias de cada año: las ventas y la facturación crecieron un tanto por ciento, la cantidad de visitantes superó, nuevamente, el millón de personas. Datos reales pero que, de tan repetidos, no sólo se vaciaron de sentido sino que, sobre todo, ocultan detrás de fuegos de artificio cuantitativos los problemas que atraviesan en la actualidad la industria del libro y el mercado editorial.
El del libro es un negocio como muchos otros, aunque no como el de la soja o el petróleo, está claro, porque se mueve sobre todo al vaivén de la economía local. Sus mayores problemas, entonces, tienen que ver con la inflación, y afectan no tanto a las grandes cadenas de librerías ni a los sellos multinacionales (cuyos márgenes de ganancia pueden sufrir una merma sin que ello afecte gravemente sus números) sino a los pequeños y medianos editores y libreros que, por el volumen de sus negocios, son casi siempre los que se manejan con un margen menor.
Por lo general, las librerías eran las que se llevaban la mejor parte en la cadena de la producción del libro: recibían material en consignación y se quedaban con un porcentaje del precio de venta de tapa, que iba del 20 al 50 por ciento (dependiendo de la capacidad para negociar: a mayor cantidad de locales, y mayor venta, más alto el porcentaje). Pero hoy son dos o tres las cadenas de librerías que manejan el negocio casi en su totalidad, Yenny El Ateneo, Cúspide, Distal, lo que uniforma la oferta editorial (a través de la omnipresencia de best sellers: cuanto más rápido se venda un título y más alto sea su precio de tapa, mejor) y pone en riesgo a las librerías más chicas y a los sellos independientes.
Entonces: lo que hoy tiende a expandirse es el modelo del mercado uniformado en sus gustos, con libros cuyo piso ronda los cuarenta o cincuenta pesos. Las pequeñas librerías, que suelen ser las preferidas de los lectores especializados, se ven afectadas por el aumento del precio de los alquileres (un solo ejemplo: a fines del año pasado Ernesto Skidelsky, dueño de Capítulo Dos, debió cerrar su local en el shopping Alto Palermo). Además, las editoriales trabajan cada vez menos con material en consignación, exijen compras en firme, y por lo general son reacias a abrir nuevas cuentas (no son pocos los casos de libreros a los que algunos sellos directamente les niegan el material, ya que, como se dijo, la verdadera preocupación es llegar rápido a las cadenas, las bocas de expendio más importantes).
Peor parece el panorama de las editoriales independientes. Resurgidas luego de la devaluación, nuevamente competitivas, fueron las que se encargaron (Interzona, Adriana Hidalgo, Mansalva, Caja Negra, Paradiso) de publicar mucho de lo mejor que pudo leerse en materia de ensayo, poesía y narrativa local y extranjera por estos años. Ahora, todo ese trabajo entra nuevamente en zona de riesgo debido a la inflación, que disparó el precio del papel (se calcula que aumenta a un ritmo del 5 por ciento mensual), de las tintas, de la imprenta, de los depósitos, de la distribución. Los editores preveían una inflación anual del 20 por ciento, y creen que esa cifra se alcanzó durante el primer cuatrimestre, por lo que algunos están pensando en editar menor cantidad de títulos en lo que queda de 2008 y en 2009. Es como si tuviera la bola de cristal: de seguir así, el año que viene se editarán más y peores libros, habrá menos material para leer y más caro y, además, será más difícil encontrar lugares donde comprar buena literatura.