COLUMNISTAS

Muerte de un viajante

Antonini Wilson miró a su alrededor y los funcionarios argentinos ya no estaban. Sólo quedó, a su lado, Daniel Uzcateguy Speech, hijo del vicepresidente de PDVSA.

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“Uno de los problemas más grandes que tiene la humanidad son los medios de comunicación social. Una noticia que dio la vuelta al mundo, que reseñaron los medios privados de Venezuela manejados por la oligarquía, sin tener ni un nombre. Todo esto es planificado. Es un plan del imperialismo.”

Del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en Montevideo.

Las valijas ya habían pasado el escáner cuando María Luján Telpuk, de la Policía Aeroportuaria, preguntó:
—¿Esta de quién es?
Antonini Wilson respondió, diligente:
—Mía.
—¿Qué lleva en la valija?
—Libros y papeles.
A la luz del láser, el interior de la valija mostraba ladrillos que María Luján intuyó panes de cocaína.
—Abrala, por favor.
Antonini dio un largo suspiro.
—¿Estos son los papeles?
—Y… sí.
—¿Cuánta plata es?
—Sesenta mil dólares.
Antonini Wilson miró a su alrededor y los funcionarios argentinos ya no estaban. Sólo quedó, a su lado, Daniel Uzcateguy Speech, hijo del vicepresidente de PDVSA. El destino les pesaba en la espalda mientras caminaron hacia la terminal principal de Aeroparque junto a los agentes de seguridad: había que contar el dinero, que era demasiado, por lo que minutos después llegaron los jefes de Aduana, Migraciones y Policía Aeroportuaria como refuerzo. El trámite demoró un par de horas. Daniel Ingrosso, encargado de la Terminal, María Cristina Gallini, jefa de turno de Aeroparque, y Jorge Lamastra, de la Aduana, firmaron el acta.
—Ahora que son ocho contando la plata, ¿por qué no se llevan cien mil cada uno? –les dijo Antonini con una sonrisa de compromiso.
El escándalo de las valijas venezolanas recién comenzaba.

CUMULUS NIMBUS
—Esta gente usa más aviones privados que en la época nefasta –dijo a PERFIL un avezado representante del transporte aerocomercial.
Ricardo Jaime, el imbatible secretario de Transporte, renta jets privados para visitar a su familia en Córdoba, Romina Picolotti fue denunciada por conductas similares y en general ese “vuelus operandi” se verifica en el Ministerio de Planificación. Tres son las empresas proveedoras de confort aéreo contratadas por el Estado: Tango Sur, de Andrés Deustch, el procesado ex dueño de LAPA; Mac Air, de Franco Macri, y Royal Class, uno de cuyos accionistas es Pablo Yabrán.
El avión de la valija salió a las 21.04 del jueves 2 de agosto de Aeroparque y regresó desde el aeropuerto de Maiquetía a las 19.15 del día siguiente, llegando a Buenos Aires a las 02.38 del sábado 4, luego de cubrir 5.252 km de distancia.
“No fueron por tres días, fueron y volvieron en el día –intentó justificar Alberto Fernández en el aire de Radio Mitre–, y la verdad es que a Venezuela hay solamente tres vuelos semanales, no había vuelo, estaba llegando el presidente Chávez y había que cerrar los acuerdos sobre el gas licuado que implican la construcción de dos plantas por cuatrocientos millones de dólares. Fue un vuelo de absoluto trabajo, basado en la urgencia y en que no había vuelos comerciales.”
El jefe de Gabinete miente o tiene información inexacta: Aerolíneas Argentinas tiene vuelos hacia Caracas los martes y domingos a las 14.40, los jueves a las 14.35 y los viernes a las 15.10, arribando este último a Caracas a las 21.00. La valija que llegó a Buenos Aires a las 02.30 de la madrugada del sábado se hubiera adelantado de venir en línea, llegando a las 23.55. Había lugar en todos los vuelos mencionados y en todas las clases.
El avión de Royal Class estaba preparado para volver con seis pasajeros (había llegado a Venezuela con tres: Uberti, el ingeniero Ezequiel Espinosa, de Enarsa, y Victoria Bereziuk, asistente personal de Uberti), pero un par de horas antes de salir se les informó a los pilotos que los pasajeros serían ocho, por lo que el vuelo debió hacerse a menor velocidad para evitar problemas con la relación peso-combustible. La interpretación al respecto del jefe de Gabinete por Radio Argentina es bien curiosa:
Elizabeth de Luca: Es muy difícil de creer para la gente común que en un vuelo charter una persona diga a dedo: “Bueno, me subo, ¿me hacen un lugarcito?”. Eran ocho personas nada más…
Alberto Fernández: Eso lo dice usted porque nunca le ha tocado viajar en comitivas oficiales. Es algo absolutamente habitual que los funcionarios de un gobierno a otro, aprovechando un vuelo oficial de regreso, le pidan que lleven a alguien. Eso es absolutamente habitual.
(Se sugiere desde este espacio a los lectores hacer cola frente a la escalerilla del Tango 01 si hay demoras en los vuelos de línea)
Antonini Wilson, el colado en cuestión, tiene una historia apasionante y parece, más que un empresario, un personaje policial de Patricia
Highsmith. Guido Alejandro Antonini Wilson (cédula venezolana 8.579.325) tiene propiedades en Key Biscaine, Florida, residencia paralela en Caracas y varias millas ganadas como viajero frecuente a Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile. Sus viajes nunca superan los dos días y, según los formularios de migraciones, siempre tienen “objetivos turísticos”. Antonini es un fan de las carreras de automóviles, y el pasado 22 de abril corrió junto a Franklin Durán un Porsche Carrera GT del team Venoco2 en el Rally Gumbal 3000 celebrado en Rumania. Venoco es una empresa privada de lubricantes y derivados del petróleo que hace poco tiempo firmó con PDVSA un convenio para comercializar aceite para automotores. Como escribió Nelson Bocaranda en El Universal, de Caracas: “Es curioso que un cliente de PDVSA aproveche un aventón con ochocientos mil dólares en la cartera”. Otro hecho significativo se produjo en las horas siguientes al descubrimiento de la valija: mientras el Gobierno argentino mantenía un total hermetismo (que duró cuatro días), fuentes oficiales venezolanas dejaban trascender que el “empresario” en cuestión era un salvaje antichavista. Así lo afirmó, en el programa oficialista La Hojilla, Mario Silva, quien fue el primero en dar el nombre del hombre de la valija. La imagen de “empresario ligado a la oposición” cerraba perfecto con las palabras de Chávez y de Arévalo Méndez, el embajador venezolano en la Argentina, denunciando una “campaña del imperio contra la Revolución Bolivariana”. Luego se comprobó todo lo contrario: no sólo es chavista, sino cliente de PDVSA, y subió al avión invitado por el hijo del vicepresidente.
Mientras fuentes de la policía aeroportuaria aseguraron a PERFIL que “había en el vuelo por lo menos una valija más que no fue detectada”, el hallazgo de una suma irregular evoca los secuestros de droga: ¿quién podría llevar 790.000 dólares en lugar de ochocientos mil? ¿Quién llevaría ochocientos mil en lugar de un millón? Otras fuentes aseguran que viajaron en el avión tres millones, y que dos de ellos siguieron el camino previsto.

ROJO, ROJITO, Y VERDE, VERDECITO
Disculpará el lector el siguiente gesto de autopromoción, pero debemos recordar que esta sección fue la primera en informar sobre la presencia de ilícitos de magnitud en la relación bilateral Venezuela-Argentina. Los desconfiados pueden consultar en archivo las ediciones de PERFIL del 27 de noviembre de 2005 (“Perros lindos, lobos feos”), 10 de diciembre de 2006 (“Qué mala leche”) y 25 de febrero de 2007 (“Peajes bien chévere”). De modo que al escuchar el nombre de Claudio Uberti vinculado a la valija, nadie se llevó aquí una sorpresa. El hombre al que Chávez llamó como “Claudio” durante la conferencia de prensa mencionando “el trabajo y la eficacia de Claudio”, que agradeció, nació en Wheelwright, un pueblo cercano a Venado Tuerto, en la provincia de Santa Fe. Claudio “Pachi” Uberti mantiene una antigua relación de amistad con Roberto Scott, intendente de Venado hace doce años, y asesor de la campaña de Bielsa. Scott fue quien le abrió a Bielsa las puertas del sur de la provincia. Mientras el propio Bielsa votaba en contra de tratar el caso de la valija en el Congreso, el rumor de que el dinero podía haber estado destinado a su campaña se corría en los pasillos legislativos, y se acrecentó cuando el ex canciller asistió al acto de Chávez en la Rosada. El diligente Claudio saltó de Wheelwright a Rosario, donde fue protagonista de un confuso hecho policial y decidió buscar su nuevo destino en el Sur. Uberti tuvo en Río Gallegos una constructora unipersonal que se ocupaba de instalar cerámicos y azulejos, y su amistad con el ex chofer presidencial Rudy Ulloa lo llevó a convertirse en uno de los dos recaudadores K (el otro, claro, era el mismo Rudy). Su primer vínculo con el Estado fue, como siempre, una licitación: la que ganó junto al esposo de Silvia Esteban, actual ministra de Educación provincial y tesorero del Frente para la Victoria, para construir un barrio llamado Cuatrocientos Departamentos. Fue hace veinticinco años y aún hoy los vecinos se quejan por las deficiencias en el plan de obras.
Lorena Garrabús, viuda del asesinado empresario pesquero Raúl “Cacho” Espinosa, declaró ante la Justicia que su esposo trataba con Uberti y Ulloa los aportes para la campaña de Kirchner. En el “informe preliminar” sobre la mafia de las empresas pesqueras, Elisa Carrió tuvo también su párrafo aparte para Uberti. El subtítulo “Financiamiento de los partidos políticos y las campañas electorales” dice: “Respecto de la empresa San Isidro, que perteneció al asesinado Raúl “Cacho” Espinosa, un testigo que se mantiene en reserva aseguró que aquél aportó ciento ochenta mil pesos para la campaña electoral de la fórmula Kirchner-Scioli, que “se hicieron tres pagos”. Rudy Ulloa le dijo que a cambio de su colaboración “él le podía dar unos permisos de pesca. Después le ofreció un negocio chiquito en una línea urbana en Río Gallegos”. El testigo aclaró que a posteriori los tres pagos de sesenta mil se hicieron “a Rudy una vez y después a Uberti (…) El último pago, que llamaba Uberti, llamaba y llamaba, Cacho había viajado a España y creo que Uberti vino
a Buenos Aires a buscarlo”.
Al asumir K la presidencia, Uberti fue nombrado titular del Organo de Control de las Concesiones Viales (Occovi) y comenzó a ganar su mote de “Señor de los Peajes”: Claudio renegoció los contratos de los concesionarios que debían 824 millones al Estado y decidió renovarlos sin excepción. La Auditoría General de la Nación presentó dos informes denunciando estas irregularidades. Uberti accedió incluso a un pedido de subsidio por 48 millones de dólares para las empresas, pero el entonces procurador del Tesoro, Horacio Rosatti, pudo frenarlo a tiempo.
—Con Menem arreglábamos un retorno en el momento en que se firmaba el contrato, pero a estos tipos hay que pasarles el diez por ciento de la facturación todos los meses –reconoció apesadumbrado, ante PERFIL, un empresario de la construcción.
La valija mensual con dólares terminaba, según la fuente, en Claudio Uberti.
Instalado como mano derecha de Julio De Vido, Uberti comenzó a darse gustos caros: viajaba habitualmente en jet privado o en primera si se trataba de vuelos de línea, y se quejaba a las azafatas por la comida. Comenzó una dieta con Ravenna, se hizo un implante en el pelo y contrató un personal trainer. Su oficina, a la que llegaban las bandejitas con escasas calorías, estaba poblada de chicas jóvenes y atractivas hasta que comenzó a propasarse con algunas y un grupo de ATE decidió escracharlo por acoso sexual a las empleadas.
Uberti advirtió que era el mundo lo que estaba lleno de oportunidades y viajó con Alfredo McLaughlin, entonces secretario de Finanzas, para negociar una de las primeras ventas de bonos argentinos al gobierno de Chavez. La prensa venezolana denunció entonces un fenomenal negociado de comisiones. Unos meses antes, la relación bilateral había sufrido complicaciones que el Gobierno decidió silenciar: un cable del entonces embajador argentino nombrado por Duhalde, Alberto Sadous, titulado “Grave situación” daba cuenta de la desaparición de noventa millones de dólares del fideicomiso conjunto. Sadous denunció a la Cancillería que el dinero salió del fideicomiso en Nueva York, volvió a Venezuela, se vendió en el mercado negro del dólar, se recompró en el oficial y alguien se quedó con trece millones de diferencia. Según dijo entonces el canciller Bielsa a PERFIL, el general Freddy Balzán (medalla al Combatiente Internacionalista entregada por Fidel, ex corresponsal de Prensa Latina en Managua) envió a las 18.19 del 1º de febrero de 2005 un cable a la Cancillería argentina donde afirmaba que “como no tenemos experiencia en fideicomisos, retiramos todo ese dinero sin saber que podíamos hacerlo”.
—Que Sadous no joda con lo del fideicomiso, que eso lo manejamos nosotros –mandó decir Uberti entonces, y Sadous fue alejado de su cargo y reemplazado por Nilda Garré.
“Venezuela va a ser para K lo que el tema de las armas fue para Menem”, decían entonces a PERFIL fuentes de carrera de la Cancillería.
Mientras estuvo a cargo de la diplomacia paralela con Caracas, Uberti autorizó cada operación del fideicomiso por el que pasaron más de trescientos millones de dólares. Su par venezolano era Franklin Méndez, director del Bandes. El fideicomiso opera con el dinero que Argentina le paga a Venezuela por la compra de petróleo; a cada empresa se le paga un 30% del pedido al hacerlo, y es un negocio ciento por ciento seguro.
Uberti tiene tres denuncias judiciales en el fuero federal: la causa 113124/04 con Servini de Cubría por irregularidades en el Occovi, la 16669/05 en el juzgado de Ariel Lijo y la 11763/04 con el juez subrogante Aráoz de la Madrid, junto a una denuncia del fiscal nacional de Investigaciones Administrativas Manuel Garrido por “negar el acceso a la información pública a un ciudadano”. Cuando Cristina “Cambio” Fernández hablaba ante el Council of the Americas, Claudio Uberti estaba sentado a menos de dos metros. Cuando Hugo Chávez brindaba su conferencia de prensa, Claudio lo seguía de cerca. Ahora, de pronto, parece que nadie lo conoce.


INVESTIGACION: J L / LUCIANA GEUNA.