COLUMNISTAS

Musas y gatos

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Para Tomás

Dígame la verdad: ¿no es cierto que a usted le gusta mucho pero mucho leer esta sección Escritores del diario que tiene entre las manos? ¿Vio qué bien escriben estos muchachos? Y es un acierto eso de que no escriban sobre la escritura sino sobre cualquier otro tema, porque así quien lee se entera de cómo es la mirada del escritor acerca de algo que no es su oficio, aun cuando su oficio tiña el texto que está escribiendo. Cosa que es casi (y sin casi) inevitable porque de vez en cuando algo, un cuento, un poema, una obra de teatro, un ensayo, se va a desprender de lo que puso en esta sección. Es que las Musas andan por todas partes, vea. ¡Y son nueve! Se meten en los lugares más increíbles e impensados, nos hacen guiños, señas, nos chistan, y de vez en cuando les hacemos caso. Vea si no a Daniel Link que hace unos días nos habló de sus gatas. Con lo cual despertó mi envidia más hirsuta y se me pararon los pelos de punta porque yo supe tener gatas y gatos y gatitos. A propósito de todo lo cual digo:
Los gatos son maravillosos. Bueno, admito, sí, casi todos los animales son maravillosos. Piense por ejemplo en el caballo. El lobo. La gacela. El tigre que viene a ser el hermano mayor, como quien dice la exageración del gato, con las letras misteriosas escritas en su piel como aseguró don Borges. Los grandes monos. La jirafa, el bicho bolita, el elefante (véase Los animales salvajes, de Griselda Gambaro). Las arañas y los cocodrilos no porque me asustan. Pero los gatos, sin discusión posible. Hay quienes dicen que los gatos crearon el mundo y crearon a los seres humanos, con el único y muy loable propósito de tener quienes los atendieran, les dieran de comer, los rascaran detrás de las orejas, les hicieran un huequito tibio en la propia cama, para poder ellos dedicarse a dormir veinte horas al día. Es muy posible. Los gatos son reyes, todos, los que duermen en almohadones de seda y los que recorren astutos y salvajes los albañales, todos. Son tan maravillosos que despiertan los celos de mucha gente y esos celos dan nacimiento a muchos prejuicios. Que los gatos son traicioneros, es el principal. ¡Pero vamos! Traicionero es el que se finge amigo y después te da la puñalada trapera. El gato jamás. Para conseguir la amistad de un gato hay que trabajar arduamente: después de mucho amor y mucha charla y mucha caricia, el tipo se rinde (cosa que estaba dispuesto a hacer desde el principio) y de ahí en adelante es leal, generoso, divertido y absolutamente franco. Si usted honra esa amistad, no habrá inconvenientes ni malentendidos. ¿Rasguñar? Claro que sí: si lo molestan, si lo tratan como a perro o como juguete, pega el zarpazo. ¿O qué quiere? ¿Que le diga che dejá de molestarme, no ves que quiero dormir? O quiere meditar, que es también una de las actividades preferidas por los gatos. Otro: que los perros se apegan a las personas y los gatos a las casas. Pero por favor, eso sí que es una pavada más grande que una catedral. Los gatos eligen sus amores: una familia puede estar constituida por abuelos, padre, madre, seis hijos, una tía soltera, etcétera y el gato será bien educado con todos pero hay alguien, uno, una, alguien a quien espera, alguien en cuya cama termina acurrucado, alguien hacia quien levantará los ojos azules o amarillos para decir acariciame la panza o mirá la hora que es, tengo hambre. O nada más que para decir hola, estoy aquí. Y cuando lo mudan de casa se siente irritado, abrumado, casi ultrajado y entonces protesta y durante un tiempo se muestra indiferente, como si no le importara nada de nada. Pero se le pasa: empieza a estudiar los rincones más favorables en la nueva casa, huele, toca, mira y ve todo eso que nosotros no vemos, presta atención a los crujidos, a los roces, a los ecos, y finalmente descarta, elige y lleva la cuenta de los lugares en los que da el sol, de los sitios por los cuales la gente no pasa muy a menudo, de los huecos en los que ocultarse cuando se siente anacoreta. Ya está, ya empieza a cultivar una puntita de cariño hacia su nueva casa. Y qué. Los seres humanos hacemos lo mismo sólo que no tan sutilmente. Protestamos (menos los chicos que están encantados explorando los nuevos itinerarios) o nos entusiasmamos hasta que un día dejamos de asombrarnos y la nueva casa ya no es nueva y calza bien, como ese par de zapatos viejos que no nos pondríamos para ir a una recepción en la embajada de Gran Bretaña pero que usamos encantados para andar entrecasa.
Y además y sobre todo los gatos saben amar y demostrarlo. A su modo.

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