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En su film Invictus, Clint Eastwood presenta a un Nelson Mandela obsesionado por hacer del rugby la fuerza inspiradora de la cohesión nacional tras el derrumbe del apartheid, en Sudáfrica.

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En su film Invictus, Clint Eastwood presenta a un Nelson Mandela obsesionado por hacer del rugby la fuerza inspiradora de la cohesión nacional tras el derrumbe del apartheid, en Sudáfrica. El equipo nacional, los legendarios Springboks, será el instrumento simbólico de una nueva esperanza.

Es 1995 y Mandela, líder del Congreso Nacional Africano (ANC), ha pasado de la prisión de la isla Robben, donde el régimen racista blanco lo mantuvo confinado durante 18 de los 27 años que permaneció preso, y de la que fue liberado en 1990, a ser el nuevo presidente de una nación, ahora gobernada por la mayoría negra.

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Los “boks” son 15 en la cancha, pero sólo uno es negro en la final del Mundial, contra los All Blacks de Nueva Zelanda. Mandela se pone la gorra del equipo, se calza su camiseta verde-oro, visita los entrenamientos, saluda y estimula a los jugadores y es el primer hincha nacional. Celebra el triunfo final con lágrimas de emoción y le entrega la copa al capitán del seleccionado sudafricano. Es todo.

No se advierten trapicheos de dinero ni aportes monetarios. Lo único que quiere Mandela es que el nuevo país surgido del fin del apartheid busque y encuentre vínculos tangibles de unidad como comunidad. Mandela rechaza la confrontación y el mesianismo fundacional: impide que se cambie la camiseta de los Springboks, un equipo con el que hasta 1995 la mayoría negra no se identificaba porque sus jugadores eran casi todos blancos. El “camarada presidente” procura un camino sencillo, poderoso y legítimo, para vigorizar el entramado nacional y darle a esa nueva nación una potente y saludable esperanza social.

En la Argentina, como es proverbial, somos diferentes. Acá se sigue la lógica que hace ya sesenta años consagró el peronismo en el poder: el deporte y, sobre todo, las estrellas individuales son apoyados, asociados y presentados no como parte de un proyecto nacional integrador y pacífico, un objetivo racional y sereno que reconforte, alivie, entusiasme y divierta a toda la sociedad, sino como piezas de la propaganda oficial.

Los dos millones de dólares prometidos por el Estado a un corredor de autos para que participe en Fórmula 1 grafican una tendencia expresada en varios ejemplos. No podremos, por ejemplo, saber quiénes y a través de qué medios se pagará la fortuna con la que Rácing afrontará el contrato de su nuevo técnico. Sí sabemos que Néstor y Máximo “son” de Rácing, así que no es un misterio de dónde vienen los fondos. Soy de Rácing desde siempre, como me enseñó mi padre, de cuya mano fui a la inauguración del Cilindro en 1951; sé que a la hinchada académica no le importa quién paga los honorarios de los profesionales, mientras la blanquiceleste gane.

El tema tampoco gravita en el mundo tuerca: si “Pechito” López hubiera llegado a correr, a la inmensa mayoría no le interesaría que esos dos millones salieran de arcas oficiales. Con la Fórmula 1, que Carlos Menem trajo al país fugazmente, los Kirchner exhibieron el mismo arrebato cholulesco-imperial. Importa el “relato” y el efecto, no lo profundo y duradero.

Eso pasó con el fútbol “para todos”, uno de los más sórdidos eufemismos de la época. Este fútbol, cuya televisación ahora es íntegramente pagada por la sociedad argentina, es una masiva estafa cultural, además de un ruinoso negocio para el país. Estatizaron una actividad privada con la misma expeditiva demagogia que usaron para proteger, decían, “la mesa de los argentinos”, como si el bife barato en el plato y el Boca-River gratis por TV fueran mandatos bíblicos de cumplimiento sacrosanto. Fútbol para todos acaba de recibir $ 144.2 millones, derivados del presupuesto nacional 2010, contabilidad creativa que el Gobierno promete revertir, a posteriori, a las provincias perjudicadas.

La Decisión Administrativa Nº 41 de Aníbal Fernández, refrendada por Amado Boudou, viola la promesa de financiar el fútbol por TV con pauta oficial de propaganda. El fútbol les costará este año a los argentinos un piso de $ 600 millones, a los que se agregan $ 48 millones de “costos operativos”. Fernández jura que a esa cifra se le debería descontar, en algún momento, a “la publicidad que hayamos obtenido y lo que ingrese por otros esquemas ligados al fútbol que vamos a seguir licitando en los próximos días”.

Con la misma frialdad operativa, adquirieron a Maradona. Se repite, así, el dispositivo tradicional de impacto emocional asegurado, nacionalismo pedestre y retrógrado, y plena identificación de las necesidades políticas del poder en vigencia con un exaltado imaginario patriótico.

A esta receta casi nadie se resiste, porque casos como el de Juan Manuel del Potro, el tenista tandilense que se negó a recorrer la alfombra roja de la Casa Rosada para regalarle una foto a la Presidenta, son aislados.

De regreso de toda revancha imaginada, Mandela –en cambio– pensó al deporte como camino curativo, espacio abarcador donde no importaba su vano orgullo narcisista. Lo gravitante era la necesidad imperiosa de unir, cohesionar, cementar, cerrar fisuras.

La Argentina de 2010 desnuda todo lo contrario: Pechito, Maradona, el fútbol por la TV “pública” financiado por los dineros del pueblo, jugadores y técnicos apalancados en los amigos del poder y la promiscua exhibición de convivencia de Grondona, Maradona y la Presidenta, unidos en el fervoroso emprendimiento de ayudarse entre ellos, remite a otra experiencia histórica del deporte. Para el Mundial 78, un régimen militar se valió inescrupulosamente de las estentóreas pasiones populares y de la sensualidad desorbitada que suscitan los triunfos deportivos, en pos de chabacanos emprendimientos políticos.

La clave radica en que el ADN de las transformaciones democráticas verdaderas pasa por partidos y líderes que piensan en términos de inclusión, concordia y paz nacional. El anti modelo de ese camino virtuoso es el que prevalece desde hace siete años en la Argentina, donde se gobierna desde el odio y en búsqueda deliberada de apoyos coyunturales para motorizar las polarizaciones más belicosas.


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