Tarde lo vi, tarde lo supe, tarde comprendí algo que no parecía entrar en mi destino. O tal vez no, tal vez no estaba allí sin que yo lo supiera, sino que surgió un día, de pronto: un gusto nuevo, un placer inédito: amo ver nazis muertos. En realidad no los amo muertos, amo verlos morir. Y no morir pacíficamente, sino de maneras brutales. Empecé a sospecharlo cuando vi Bastardos sin gloria, pero pensé que semejante goce provenía de la maestría de Tarantino. Pero ahora descubrí que no, que no me importa cuán mala sea una película, mientras haya nazis muertos yo salgo satisfecho. Más que satisfecho: en estado de felicidad, agradecido por la dadivosidad de aquel que creyó que era oportuno y necesario matar nazis y matarlos de esa manera brutal. Complacido.
En una sola tarde vi dos películas donde hay nazis horribles que mueren de manera despiadada. La primera es una producción finlandesa, Sisu, de Jalmari Helander. La trama recuerda un poco a Primera sangre, la primera entrega de Rambo, basada en la novela homónima de David Morrell: un buscador de oro ermitaño y pacífico atraviesa la estepa lapona con su botín a fines de 1944, cuando los nazis huyen de los territorios ocupados, presintiendo la derrota. El buscador de oro, Aatami, se topa con un pelotón de nazis, que se divierten violando a unas campesinas finlandesas en la caja de un camión, mientras avanzan, y estos deciden robarle el oro. Lo que los nazis no saben (y aquí aparece la analogía con Rambo), es que Aatami es un veterano de la Guerra de Invierno, es decir alguien que odia a los soviéticos, pero que dadas las circunstancias, y visto que se comportan con él de un modo similar, pasó en un instante a odiar a los nazis. Y los mata, uno a uno, de las formas más siniestras imaginables.
Sisu no es una gran película, incluso podría sin temor tildarla de mala, pero plásticamente es muy bella (me refiero a los paisajes lapones, a cualquier hora, demasiado verdes y bien iluminados). Y los recursos de Aatami para deshacerse de nazis son tan inverosímiles que uno desearía que proezas similares fueran posibles. Tampoco lo es Sangre y oro, de Peter Thorwarth. Es igualmente previsible pero más tonta que Sisu, aunque hay una escena en que una muchacha, con un panzerfaust (no hay traducción para esa arma antitanque que lanzaba con bastante precisión granadas a corta distancia) en un instante de inspiración apunta al campanario de una iglesia y aplasta al nazi que se encontraba debajo, haciendo que la gran campana le caiga encima. Es de esas escenas que tienen un efecto catártico, que llevan a gritar de emoción aun estando solos.
Tal vez estoy viejo y lo que ocurre es que empiezan a surgir en mí viejas pasiones y viejos miedos. Me refiero a pasiones y medios ancestrales, de los que no tengo recuerdo, pero que alimentaron mis padres y los padres de mis padres. Por ejemplo, considero más inquietante el microrrelato: “Cuando despertó, el nazi todavía estaba allí” que el conocido: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí”. Es por eso que creo que la policía, en lugar de andar por ahí disfrazada de nazis, debería ir disfrazada de dinosaurios: se verían menos agresivos y tal vez por eso los delincuentes no les dispararían tanto y sin razón. Es solo una sugerencia que no debe tomarse al pie de la letra, pero no deja de ser algo que merecería alguna consideración por parte de las autoridades futuras. Sigo sin encontrar lo inquietante en despertar junto a un dinosaurio.