El pensamiento contrafáctico: si Rodolfo Walsh viviera, sería hacker. Leí eso hace poco. Pensé varias cosas. Primero, que imaginar qué estaría haciendo Walsh ahora era sacarle su potencia ontológica. Es decir, no reconocerle cómo quiso y vivió su vida cuando le tocó estar sobre la tierra. El ejerció su presente con impecabilidad, por eso no se lo puede pensar como posibilidad en el nuestro. ¿Fue derrotado? Lo importante es que en ese momento, fue eterno. Por otro lado, ¿cuáles son los hackers perfectos de esta época? Los bancos. Tienen tus datos, tus sueldos, tus ahorros y hacen y disponen sobre el tiempo de tu dinero como les viene la gana. Y cuentan con el beneplácito del poder, ya que nunca soportan las mismas condiciones legales que los demás mortales. No me imagino a Rodolfo Walsh como gerente de un banco.
Pero quiero quedarme con esta idea de pensar el pasado siempre como posibilidad en el mundo virtual. La pandemia favoreció una vida adentro de la caverna, como decía Platón. Y el virus parece tener algunas de las características trascendentales del mundo de las ideas: es eterno, universal absoluto e invisible. Se encuentra más allá de nosotros, condenados a vivir como esclavos en esta horrible caverna, con el zoom y los desinfectantes.
Uno podría conjeturar, como están las cosas, que el virus no mutó de una sopa de murciélago, sino que lo hizo en una computadora un humano. E infectó el tejido social. Miren la señalética: tapate la boca. Quedate en casa. Mantené distancia social. Y así empezamos a tener una inmortalidad banal.
Mucha gente usa el celular de la misma manera nerviosa con la que otros fuman un cigarrillo tras otro en los velorios. Y en la retórica del día a día hablamos de un enemigo invisible. Pero el capitalismo es bien visible: miles de muertos y desplazados por todo el planeta.
Nos dicen: “Cuidémonos para poder volver a nuestra vida anterior”. Pero la vida anterior de miles de argentinos es la miseria, la desolación y la injusticia. ¿A esa vida quieren volver? El macrismo fue una epidemia sin fiebre pero con muchos muertos. En manos de la gendermería, la policía del gatillo fácil y el panóptico policial de Patricia Bullrich. Acaban de detener a un hombre porque armó un mortero y disparó en el Congreso en medio de las manifestaciones por la reforma jubilatoria. En las fotos lo llamaban el loco del mortero y parecía el bajista de una banda de heavy metal. Pero a los especuladores financieros –que para la población común son tan invisibles como el Covid-19– no hay cárcel ni búsqueda. Los que fugan dinero, los corruptos, lo esencial del capitalismo salvaje, es invisible a los ojos.
Pienso en un concepto que creó Nietzsche en sus apuntes después de percibir la idea del eterno retorno, allá en el lago Silvaplana. El concepto de “incorporación”. ¿Qué significa? Que cuando uno tiene un conocimiento nuevo que de alguna manera va en contra de lo que esa cultura favorece, es necesario que se vuelva verdadero para entrar en el tejido social y modificarlo para siempre. El impuesto a las grandes fortunas, por ahora, es una “incorporación” que hace ruido. Nietzsche decía que “la verdad de la verdad es su fuerza de hacerse verdadera. En la incorporación la verdad se acredita como tal”. Creo en el devenir, que nadie es siempre el mismo. Alberto Fernández tiene la posibilidad de devenir en un lugar central en nuestra triste época. Un individuo no se construye solo, se construye en comunidad. Ojalá sea la hora de la verdadera distribución equitativa. Que la cuarentena no sea un esfuerzo para no contagiarnos la gripe, sino para tener un país más justo. No un país virtual sino un territorio vital. Si no hay contacto físico, la vida pierde potencia. Porque la vida, como el teatro, es aurática, no es reproducción.
A muchos les gustaría diseñar un mundo puertas adentro. Esa es otra distopía que hay que combatir. El barrio cerrado de los ricos y el cuarto cerrado de las clases medias. Y la calle para que los pobres duerman, eso sí, con barbijos. Da la impresión que la derecha no tiene Covid, que es asintomática.