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Negar la realidad

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Durante los críticos días de diciembre –cuando se sucedieron crisis policiales, saqueos y cortes de energía– la Presidenta no hizo ninguna aparición ni declaración pública.

El miércoles, luego de que el dólar se acercara a los $ 12, Cristina Kirchner apareció por cadena nacional para anunciar el Plan Progresar, destinado a jóvenes que no tienen trabajo ni estudian. La Presidenta no se privó del típico discurso centrado en sermonear a un Otro encarnado en el neoliberalismo de los 90, en los intereses corporativos que serían los responsables de los males del país o en los medios hegemónicos funcionales a éstos. Fiel a su estilo, no hizo referencia alguna a la inflación, a la escalada del dólar, a la devaluación velada, a la inseguridad endémica ni a los cortes de luz que aún persisten.

En cambio, haciendo uso del estilo irónico que la caracteriza, desarrolló un análisis interpretativo sobre el significado oculto que tendría la expresión “reaparecer”, utilizada para referir al simple hecho de que la Presidenta volvería a tener presencia pública luego de cuarenta días. El abuso de las visiones conspirativas para tapar los problemas de gestión no es algo nuevo. Pero Cristina lo llevó al paroxismo.

Similar lógica cabe a las expresiones de Axel Kicillof, cuando al finalizar la conferencia de prensa del viernes volvió al atril para sentenciar: “Los mismos que nos dijeron durante diez años que el dólar valía un peso, son los que hoy nos quieren convencer que vale 13”.
La negación de lo obvio y el abuso de artilugios explicativos para demostrar lo indemostrable y defender lo indefendible resultan perversiones que engendran violencia interior en los receptores. Representan, además, una de las características típicas del pensamiento sectario y las técnicas de lavado de cerebro.

La negación de la realidad es un estadio sutilmente más salvaje y devastador que la mentira. Ante ésta podemos intentar oponer argumentos para desenmascararla. En cambio, cuando se niega la realidad surgen dilemas básicos: aquel que incita a que veamos blanco lo que vemos negro, ¿pretende mentirnos o es prisionero de su propia mentira?; si lo que vemos es evidentemente negro, ¿cómo alguien puede pretender que sea blanco?

Quizás ya resulte imposible determinar si la realidad argentina es blanca, negra o gris; pero lo que sí es seguro es la existencia de un abismo entre aquello que sentencia el Gobierno y lo que percibe y padece la ciudadanía.


*Director de González Valladares Consultores.