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No es el golpe, es el candidato

Cómo logran las minorías acceder a la conducción del Estado. Los efectos que tienen en la democracia los grupos dominantes. Quién puede ser el nuevo Menem.

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Este texto trata de un dilema político cuyas posibles soluciones suelen conducir a fórmulas intrincadas e inciertas. Resumiéndolo de la forma más sencilla se trata de lo siguiente: si en un sistema democrático son las mayorías electorales las que eligen un gobierno, ¿cómo logran las minorías electorales acceder a la conducción del Estado?
La respuesta más simple, practicada durante muchas décadas en nuestro país, consiste en la ocupación por la fuerza del Estado desplazando al gobierno precedente. En efecto lector, se trata de gobernar a través del golpe de Estado.

Allí no hay dilema, se cambia de régimen, se abandona la democracia y el problema está resuelto.
La dificultad surge cuando se busca ocupar los puestos públicos electos por la mayoría bajo dos condiciones contradictorias: ser una minoría y no reemplazar la democracia electoral.

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Desde 1983, cuando se inicia el proceso democrático más prolongado de nuestra historia, la contradicción se impuso como uno de los mayores dilemas de los grupos, con mucho poder y poca gente, que habían gobernado nuestro país por largos períodos.

Es muy difícil identificarlos con una palabra; en general cuando se recurre a la etiqueta el resultado es impreciso y equívoco. No se podría llamarlos “la derecha”, porque ésta puede ser mayoritaria y democrática. Aunque no es el caso en Argentina, confinar este fenómeno a un grupo ideológico, es inexacto y contradice la experiencia que tuvo y tiene lugar en muchos países.

Podríamos recorrer la serie de identificaciones que suelen usarse y ver rápidamente su aplicación limitada para nuestro país: oligarquía, clase dominante, por ejemplo. Como esa tarea excedería la naturaleza de una nota periodística, debemos conformarnos con una denominación extensa e incómoda para designar a esta poca gente con tanto poder: son grupos minoritarios de interés, con alto poder económico que precisan dirigir las políticas públicas para mantener su posición económica. No se debería confundir a este grupo con un partido de derecha. Tampoco son liberales y, aunque resulte molesto oírlo, no creo que se los debería llamar neoliberales. Martínez de Hoz no era neoliberal como suele decirse. Durante su gobierno el Estado se expandió como nunca junto al gasto público, dos rasgos contradictorios con esa línea de pensamiento.

El grupo en cuestión tiene una serie de rasgos cuyos efectos sobre la vida política argentina son considerables.
El primero, es que no se agrupa en un partido, mucho menos con uno que tenga capacidad de ganar elecciones.

La razón no debe buscarse en su dificultad para montar una organización política, sino en su singular imposibilidad de dirigir un proyecto de desarrollo que genere apoyos masivos; es incapaz de hacer crecer a la Argentina y lograr el bienestar de la mayoría de sus habitantes. Es un grupo para sí.
Su principal dificultad con la democracia resulta de su debilidad para competir electoralmente porque no puede convocar, con su acción, a las mayorías necesarias para acceder al Gobierno.

El segundo rasgo, que acentúa el dilema, es que su crecimiento económico está fuertemente ligado a su capacidad para influir y, en lo posible, determinar las políticas públicas. Ya sea en su más elemental forma, la obra publica, hasta la menos evidente pero más importante, la especulación, su supervivencia está en riesgo cuando no controla el Estado. El ejemplo perfecto lo tuvimos durante la última dictadura, en la cual los militares fueron los instrumentos del enriquecimiento de estos grupos.

En estas condiciones (sin votos y con necesidad de ocupar el Estado) la pregunta nace naturalmente: ¿cómo sobrevivir en democracia?

Como en las malas películas de ficción y terror, se trata de ocupar el cuerpo de otro que tenga la posibilidad de recoger el voto mayoritario. El método tiene denominaciones diversas: “leasing” de presidente, presidente “poseído”, por ejemplo. Para no hundirnos en una historia abstracta, estoy hablando, lector, de casos tan concretos como el del señor Menem.
Estos grupos se fortalecieron notablemente durante esa presidencia, para lo cual no tuvieron que competir electoralmente ni quebrar el proceso democrático.

Todo consiste en encontrar “un trasportador” eficaz de intereses, alguien con capacidad para vencer electoralmente y a la vez ejecutar las políticas que convengan a este sector.
Me permito, lector, insistir en el caso de Carlos Menem porque hace que esta historia sea comprobable, vivida. De otro modo, estas ideas parecerían fantasiosas e irrealizables. Sólo se trata de encontrar, otra vez, el candidato ideal para realizar el implante de programa.

Una película estadounidense desarrolla en la ficción esta historia. El título en inglés es “The manchurian candidate” que extrañamente devino en castellano “El mensajero del miedo”. La trama relata la construcción de un candidato presidencial sobre el que se practica un implante cerebral, lo que permite a un pequeño grupo apoderarse del poder político de los Estados Unidos.

¿Quién será el “Manchurian Candidate” en las próximas elecciones? ¿Habrá un Menem II? ¿Quién piensa el lector que mejor reúne las condiciones para ese papel?

El gobierno Kirchner cometió serios errores y usos indebidos del poder. Entre ellos, el más grave es haber creado las condiciones para que los grupos de interés, con mucho poder y poca gente, retornen. No será con un golpe como denuncian los funcionarios actuales, sino gracias a la increíble torpeza del Gobierno del cual forman parte.