Días atrás, alguien envió a una lista de correo un texto, antes publicado en un diario, según el cual la forma presidenta, que usa la Presidenta, era incorrecta. Me sorprendió porque la cuestión está zanjada desde hace tiempo (en realidad, desde hace más de 560 años, pues la forma presidenta está documentada ya en la primera mitad del siglo XV) pero, como es un grupo cuyos miembros (“y miembras”, dicen muchos de ellos) se dirigen unos a otros como colisteros y colisteras o, peor, colister@s, colisterxs, colister*s, colisters y otras genialidades por el estilo, que me gustaría que algún día me informaran cómo se leen, supuse que lo habían mandado para provocar respuestas. Y las respuestas no se hicieron esperar. Defendían la forma presidenta, pero decían que no era una cuestión gramatical, sino de “lenguaje no sexista”.
Para ser precisos, el lenguaje no puede ser sexista ni no sexista. Decir que el lenguaje es sexista es como decir que la vista es sexista. No es la vista la que puede ser sexista, sino la mirada. Si el lenguaje fuera sexista, no habría nada que hacer porque el lenguaje, como la vista, es una facultad natural. Lo que puede ser sexista es una lengua determinada (o todas, pero considerándolas una por una), porque las lenguas son productos culturales, o un hecho de habla determinado, porque los hechos de habla son actos individuales.
No es sexista decir que un varón es una persona, aunque el sustantivo persona sea de género femenino. Ridículo sería decir que es un *persono. Esa ridiculez sería equivalente a inventar un femenino *hombra porque hombre es masculino. O, si la víctima de un accidente fuera un varón, decir que es un *víctimo. Estos casos son diferentes del de presidenta porque femeninos como presidenta, jueza o generala siguen una tendencia muy antigua del español a crear formas femeninas para sustantivos de género común (el presidente y la presidente, el juez y la juez), muchos de los cuales en su origen fueron sólo de género masculino porque sólo se referían a varones (el general), mientras que las palabras persona, hombre y víctima son sustantivos epicenos que pueden referirse tanto a varones como a mujeres, pero gramaticalmente tienen un solo género.
Sexista es decir hombres y mujeres (hombre como sinónimo de varón) porque esa expresión excluye de la humanidad a las mujeres. En cambio, no es forzar la lengua usar hombre en el sentido de ‘ser humano’ y varón en el de ‘hombre de sexo masculino’ porque la primera acepción de hombre es justamente ‘ser humano’. Interesante es preguntarse cómo una palabra que en su origen, el latín homo, hominis, no sólo significaba ‘ser humano’, sino que, cuando se refería a una mujer, era de género femenino (es decir, llevaba el adjetivo en su forma femenina) terminó usándose casi siempre en el sentido de ‘ser humano de sexo masculino’. No es difícil imaginar la respuesta. En latín, homo no significa ‘varón’ (que se dice uir), no se decía homines et mulieres como se dice en español hombres y mujeres, pero de hecho, cuando se hablaba de un homo, este casi siempre era un varón porque las mujeres eran menos visibles y, cuando se hablaba de las acciones de los seres humanos, se trataba de acciones de varones. Y así, hombre y varón acabaron siendo equivalentes.
Los cruzados por el “lenguaje no sexista” suelen confundir género gramatical con sexo o género de las personas. Y no toman en cuenta que la cuestión empezó a menearse en países de lengua inglesa, una lengua que no tiene género gramatical, por lo cual no puede ser una cuestión de género gramatical. Por eso, los procedimientos que se emplean en inglés para evitar el lenguaje sexista no son morfológicos, sino léxicos, por ejemplo reemplazar en los compuestos el elemento man por person. Pero en español, no pueden emplearse los mismos procedimientos. En primer lugar, porque no tenemos compuestos de ese tipo. Y en segundo lugar, porque, cualquiera que sea el reemplazo léxico que hagamos, siempre vamos a tener un sustantivo; es decir, una palabra con género gramatical. Por eso suele recurrirse a procedimientos morfológicos (creando femeninos con la terminación -a) o sintácticos (desdoblando en masculino y femenino los plurales genéricos, por ejemplo colisteros y colisteras, argentinos y argentinas). Así, donde los anglohablantes encubren el sexo de las personas con palabras “unisex”, los hispanohablantes lo destacan. Y todo por la causa, la misma causa.
Una sociedad sexista no va a dejar de serlo modificando artificiosamente, de un día para el otro, la lengua que utiliza. Si una sociedad es sexista, no es porque su lengua sea sexista, sino al revés: la lengua es sexista porque la sociedad que la utiliza es sexista. Los cambios en la lengua pueden acompañar e incluso favorecer los cambios en las actitudes sociales porque la lengua determina, en gran medida, nuestra manera de ver el mundo, pero esos cambios no pueden hacerse por decreto y, menos, caprichosamente.
* Profesora en Letras y periodista, [email protected]