COLUMNISTAS
DESAFÍO 2020

No ha sido un año más

Cerramos un año vertiginoso que ha incluido una profunda agenda tanto nacional como internacional. Claramente no ha sido un año más…

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Cerramos un año vertiginoso que ha incluido una profunda agenda tanto nacional como internacional. Claramente no ha sido un año más…

A nivel nacional vivimos el cambio de gobierno de un partido a otro, con todo lo que esto significa, con un creciente número de personas bajo la línea de pobreza y fuentes de trabajo que se han cerrado.

Una Latinoamérica convulsionada por situaciones de violencia manifiesta en diversos formatos. Explosiones populares incontenibles, golpe de Estado y manipulaciones políticas de la voluntad popular. Imposición de pensamientos a través de la violencia. Junto con una naturaleza que sigue devastándose… por solo buscar en ella beneficios económicos desmedidos. Nada ha faltado.

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A nivel mundial nuevos paradigmas se imponen con grandes movimientos sociales que se manifiestan contra lo instituido. ¿Dónde está la verdad? ¿Qué está bien…? ¿Qué está mal?

“Noches, noches, y más noches…

Y en la noche ha brillado una gran luz” (Mt 4,16).

Los cristianos seguimos festejando la Navidad. Seguimos celebrando la luz del Salvador que se ha hecho hombre hace dos mil años, poniendo Dios, su morada, entre nosotros.

Celebramos la Luz del Redentor que ilumina nuestras tinieblas.

Quise comenzar esta reflexión haciendo hincapié en las muchas sombras de nuestra realidad a nivel estructural, y también en las propias historias y sombras personales que cada uno conoce.

Y en cada una de ellas podemos encontrar al “Dios con nosotros”, al Emanuel.

Dios se hizo presente y se hizo hombre para salvarnos.

Asume nuestras propias historias para redimirlas. Lo mismo debemos hacer nosotros, asumir nuestras propias historias y redimirlas por el amor de Dios.

El signo para descubrir el misterio es: un niño. Simplemente un niño envuelto en pañales. Nada más simple. Y allí Dios con nosotros.

Cuántas veces complicamos innecesariamente nuestras búsquedas de Dios con cuestiones que finalmente solo nos distraen. Y ponemos en primer lugar lo que es secundario y superficial.

La Navidad es la invitación a abrir los ojos y el corazón para encontrar la esperanza en nuestra humanidad asumida por Dios, para nuestra salvación. La humanidad ha quedado preñada de esperanza desde el nacimiento en Belén.

Este reconocimiento de Dios con nosotros nos lleva a poner bien los pies sobre la tierra y encarnarnos en la historia. Y comprometernos en la historia. Construyendo el Reino de Dios. Trabajando por un mundo nuevo, con una mirada trascendente.

La vida consumista probablemente nos lleva, con su inercia, a celebrar solo una cuestión social. Atrevámonos a mirarnos hacia adentro de nuestros corazones y veamos nuestra propia historia bajo la necesidad de dejarnos amar, redimir y sanar.

Entonces la Navidad será mucho más que una buena cena y un choque de copas que brindan.

Volvamos al origen primero: al pesebre, a la noche de Belén, donde en la oscuridad de la humanidad brilló para siempre una luz de esperanza que no se apagará jamás.

Dios nos ama. Dios ha puesto su morada entre nosotros.

Jesús ha sido un nuevo paradigma para la humanidad y lo sigue siendo.

Su vida nos da una mirada y una interpretación de nuestra vida en clave de salvación. En clave de plenitud que se da solo con el otro. Nunca aislada ni individualmente. Y esa antigua clave sigue siendo siempre novedosa porque sigue siendo actual para la construcción de una nueva humanidad donde todos puedan encontrar su lugar. Donde nadie queda afuera. Donde los pequeños son los primeros.

Dios se hizo hombre para redimirnos, para traer la paz a los corazones afligidos y agobiados.

Pues entonces podremos mirarnos a los ojos y decirnos: ¡Feliz Navidad…!

(*) Obispo de Gregorio de Laferrere.