Desde la recuperación democrática de 1983 los radicales, incluyendo a Cambiemos, gobernaron 9 años y el peronismo 25. Los radicales acumularon 23 paros generales (13 Alfonsín, 9 De la Rúa y 1 Macri) y los peronistas 17 (8 Menem, 3 Duhalde, 1 Néstor Kirchner y 5 Cristina). Más o menos un paro nacional cada dos años en los gobiernos peronistas y más de dos paros por año en los radicales. O sea, cuatro veces más paros generales a los gobiernos no peronistas, causa atribuida al inconcluso término de éstos.
Pero Cambiemos sostiene que algo cambió también con los paros generales; se apoya en diferentes encuestas que reflejan a la mayoría de la población en contra del paro, sumado a las –sorprendentemente– multitudinarias marchas del sábado 1º de abril a favor del Gobierno. Una avenida llena tiene más fuerza icónica que una vacía porque la acción imprime más que la omisión.
Otro contraste entre ambas manifestaciones estuvo en sus motivaciones, que podrían sintetizarse en la clásica lucha entre el miedo y el deseo, las dos grandes emociones humanas. Quienes marcharon a favor del Gobierno expresaron su espanto ante la violencia oral de Hebe de Bonafini reivindicando la lucha armada durante la marcha del 24 de marzo como significante kirchnerista. Mientras que el paro nacional tuvo un objeto más difuso porque, por lo menos para muchos, lo que se discute no es el fin (el desarrollo económico que todos desean porque genera más empleo y menos pobreza) sino los medios para lograrlo (el plan o el modelo).
Cuando Macri responde diciendo que no hay plan B, hay que analizar qué entiende el Presidente por plan A. ¿El plan se determina por ser más o menos gradualista? ¿O por tener más o menos tasa de interés, déficit fiscal, emisión, inflación, apertura, endeudamiento, etcétera? Que distintos economistas de Cambiemos tuvieran controversias sobre estos puntos demuestra que el núcleo no está allí. Eso no expresa el plan para Macri como tampoco quienes se manifestaron a su favor el 1º de abril lo hicieron por determinada cantidad de gradualismo o tasa de interés.
Para ambos, el plan es algo más concreto: quienes marcharon el sábado anterior lo hicieron por temor a que regrese el kirchnerismo y el mundo que los K representan: el plan A de la mayoría de ellos es que Macri gane las elecciones de octubre (o no las pierda). El plan para Macri no es económico sino metodológico, cree que usando la lógica crecerá la economía. El cree en el modelo nomológico-deductivo, que Karl Popper esbozó en La lógica de la investigación científica, un empirismo por el cual se buscan leyes (nomos) deduciéndolas de comportamientos regulares. Todo hecho particular encuentra su explicación en repeticiones que lo transforman en general. Macri tiene su espacio metafísico, “sagrado”, que en su caso, como “buen ingeniero” (la comunicación del Gobierno transformó la palabra ingeniero en adjetivo), sería el sistema de medición. Por eso el uso intensivo de las estadísticas que hace Jaime Duran Barba para construir su “política científica” resulta tan funcional al paradigma macrista de representación del mundo.
Cuando Macri dice “no hay plan B”, no se refiere a que defiende un plan económico sino a una manera de concebir lo que es real y que se enfrenta al modelo mítico-performativo del kirchnerismo, donde decir es hacer y la voluntad es “voluntad de voluntad”. Desde el kirchnerismo usan la adjetivación de ingeniero por “ingenuo” en lugar de por “ingenio” y creen, como Cristina Kirchner, que es tonto, junto a Tinelli. No sólo ella tiene ese prejuicio, parte del círculo rojo también cree que Macri usa herramientas básicas y limitadas para operar la complejidad de una crisis económica argentina que no la inventó sólo el kirchnerismo.
Es probable que subestimen a Macri, como lo subestimaron cuando era candidato, porque Cambiemos también genera su “poética”, como lo demuestran Alfredo Casero y quienes tan exitosamente desarrollaron la idea del 1º de abril por redes sociales. Además de la forma en que Cambiemos utiliza el espejo de Cristina para amedrentar con su potencial regreso a quienes la rechazan. Aunque no sin riesgo, porque agitar de más la grieta también puede convertirse en un bumerán.
No hay plan B porque para Macri el plan B sería volver a la irracionalidad: por eso sostiene que su cambio no es económico sino cultural. Y para quienes se manifestaron a su favor tampoco hay plan B porque lo asocian al regreso del kirchnerismo: algo indigerible. Mientras que para los líderes de la CGT, que dispusieron el paro nacional, sí hay planes B, C y D para negociar todo con el Gobierno.