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Defensor de los Lectores

No informar es desinformar

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Nada más sano para un medio que aceptar un error y pedirles disculpas a sus lectores por haberlo cometido. En la tapa de ayer se deslizó uno, y bien grueso por cierto, al confundir la imagen de la víctima de un hecho policial ocurrido en estos días con la de una adolescente de igual nombre que desapareció en julio pasado. La foto publicada no corresponde a Araceli Ramos, la joven de 19 años cuyo cuerpo sin vida fue encontrado el viernes y por cuya desaparición y asesinato está detenido el ex miembro de la Prefectura Naval Walter Vinader, como bien lo explica la amplia cobertura que ocupa las páginas 52 a 55. La imagen es de Araceli Centurión, una chica de 15 años que desapareció a fines de julio último, cuando iba a catequesis con su hermano, en Caseros, y que fue identificada en la calle por un vecino 57 días después y entregada a sus padres por la Policía. Se dieron acá dos errores: uno atribuible al área de fotografía, cuyo responsable gráfico entregó la imagen equivocada; el otro, a los editores de la tapa, que no chequearon la identidad con la editora jefa ni con el subeditor de la sección, una práctica que debiera ser parte del protocolo del cierre de cada portada para evitar interpretaciones erróneas y equivocaciones de concepto o de información. Esta columna ya se ha ocupado de enfatizar tal cuestión, que debería formar parte de las prioridades en PERFIL.

Salud de la Presidenta. En 1981, François Mitterrand fue elegido presidente de Francia, cargo que ejerció hasta 1995, tras su reelección. Quedó en la historia como uno de los grandes estadistas de fines del siglo XX, actor protagónico en los últimos años de la Guerra Fría, interlocutor infaltable de todos los líderes del mundo. Guardaba unos cuantos secretos (incluyendo una relación extramatrimonial con hijos, algo jamás difundido por la aquiescencia de parte del periodismo francés, que sabía y callaba), pero el mejor oculto fue su estado de salud, y no por la inteligencia francesa, sino por su propio médico, a quien exigió no difundir que padecía cáncer de próstata. Los informes sobre su salud fueron, durante más de once años, truchos. Según se dice, entre 1992 y 1995, ya no estaba en condiciones de gobernar, pero Francia no se enteró, y menos el mundo.

Este ejemplo se suma a otros casos similares de ocultamiento informativo cuando se trata de la salud de los jefes de Estado: el Alzheimer (en estadio inicial) que padecía Ronald Reagan mientras gobernaba los Estados Unidos; las marchas y contramarchas en el misterio que rodearon el tratamiento de Hugo Chávez contra el cáncer, en Cuba; la enfermedad de Addison que padecía John Fitzgerald Kennedy desde 1947 y que lo acompañó hasta su muerte sin que la opinión pública lo supiera; la enfermedad y muerte de José Stalin en la URSS, que desató una lucha de sucesión feroz y fue informada cuando el cadáver estaba más que frío; la incertidumbre en torno al estado de Fidel Castro desde hace años. Y numerosos etcéteras que demuestran  lo expertos que son muchos gobiernos a la hora de ocultar.

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Mi opinión no coincide con estas posturas, sino con la opuesta, la de difundir con claridad qué le está pasando a quien gobierna, para lograr un objetivo y desbaratar otros: la transparencia informativa sirve para darles al Gobierno y a quien lo ejerce credibilidad y previsibilidad, y más cuando se trata de la salud presidencial; y para desmontar cualquier operación espuria montada en la manipulación. A mayor cantidad y calidad de información, menor peligro de que trasciendan por vías no oficiales detalles no queridos. En el caso Mitterrand, el enorme prestigio que ganó durante su gestión se cayó a pedazos cuando dejó el poder y el pueblo supo de su enfermedad. En sentido opuesto, nadie duda (por ahora, aunque con los avatares de estos días algo debe haberle subido la tensión arterial) de los pormenorizados y periódicos informes médicos sobre la excelente salud de Barack Obama; los ingleses agradecieron saber por la vocera de Buckingham que su reina, Isabel II, padeció a comienzos de año una gastroenteritis que la tuvo sin salir  de palacio (no diré en qué lugar exacto, mayoritariamente) durante casi un mes; y los holandeses pudieron seguir día a día con partes precisos de la Casa Real el dramatismo del accidente de esquí que tuvo días en agonía, hasta su muerte, a Friso, hermano del rey.

Para sintetizar: la salud de la Presidenta es una cuestión de Estado que no puede quedar en manos de meros gacetilleros.