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rabia

No me representen

Toda época de efervescencia electoral (incluso ésta, en la que se ha perdido todo el gas) nos restriega en la cara un dilema técnico –y ético– que es también muy propio de nuestro oficio: el problema de la representación. Alguien opera en nombre de otro, que lo ha validado mediante el voto. Una locura, si se lo piensa dos minutos.

Rafaelspregelburd150
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Toda época de efervescencia electoral (incluso ésta, en la que se ha perdido todo el gas) nos restriega en la cara un dilema técnico –y ético– que es también muy propio de nuestro oficio: el problema de la representación. Alguien opera en nombre de otro, que lo ha validado mediante el voto. Una locura, si se lo piensa dos minutos.
Asistimos a un proceso de desgaste, producido por el hábito de votar al menos malo, mientras pensamos en la intimidad: ¡igualmente espero que esto no me represente!
La crisis es absoluta. Ya no creemos en general en ningún sistema que se diga representativo: ni políticos que traicionan, ni sindicatos verticalistas, ni Gran Hermano como ritual antropo-eleccionario se sostienen en serio, más que como parodias del acto de representar intereses conjuntos. En 2001, la guerra contra el sistema representativo fue total: diputados apedreados, símbolos que entraron en desuso, unidades monetarias inservibles a la hora de “representar” la riqueza (un Patacón y una fotocopia de Patacón valían lo mismo). Pero ahora las cosas son más complejas, porque si bien el descrédito de lo que se autodenomina representativo es evidente, tampoco aparece ninguna otra cosa.
¿Cómo es esta nueva representación? ¿Y qué consecuencias tiene este giro sobre el arte de representar (el teatro)? Me guardo dos ideas para hablar de esto otro día.
Miren esto: Rodríguez Felder (ministro de Cultura designado por Macri) apareció en la prensa con un par de declaraciones aberrantes. La gente de la cultura se horrorizó hasta el punto de movilizarse. Bah, o de mandar mails de repudio. Que es otra de las formas de representación de la movilización. No importa, por suerte funcionó: Macri –que ganó por afano de votos difíciles de deglutir– tuvo que dar marcha atrás. Su candidato era impresentable.
La dinámica cívica ha cambiado: la gente se acostumbró a elegir a cualquiera de los muñecos en el bazar, ya que de todas maneras habrá que estar alerta para reclamar como oposición directa, no representada por nadie, cuando llegue la hora. Es demasiado pronto para saber si esto es bueno, buenísimo, o no tanto.