COLUMNISTAS
La ley de medios y la oportunidad perdida

No pudo ser

Una vez más (y ya van…) el kirchnerismo perdió una gran oportunidad histórica. La nueva Ley de Medios se podría haber convertido en una plataforma de relanzamiento de la relación entre la política y el ciudadano de a pie.

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Una vez más (y ya van…) el kirchnerismo perdió una gran oportunidad histórica. La nueva Ley de Medios se podría haber convertido en una plataforma de relanzamiento de la relación entre la política y el ciudadano de a pie, en una demostración de que es posible construir denominadores comunes que nos conviertan en ese país serio que alguna vez prometieron Néstor y Cristina. Una vez más (y ya van…) desaprovecharon una situación coyuntural favorable para consensuar una legislación profundamente democrática y pluralista, que abra el juego y les dé voz a los que no tienen voz, que fomente la diversidad de opiniones, que aglutine al 80% de las fuerzas políticas, a los gremios y los empresarios de medios, a todas las expresiones del tercer sector y la sociedad civil. Sin la estrechez de horizonte de Néstor Kirchner se podría haber edificado un pilar parlamentario que sirviera como cimiento para refundar el Estado como extraordinario articulador entre lo público y lo privado.

Lamentablemente no pudo ser. El destino ha sido muy generoso con los Kirchner y ellos se han empecinado en encerrarse sobre sí mismos, en mirar la política bajo la lupa de la conspiración permanente y en relacionarse siempre con mezquindad y maltrato, aun – o sobre todo– con su propia tropa. Por eso, es muy posible pero no seguro que el Senado, el 7 de octubre, consagre una ley que es mucho mejor que la de la dictadura pero que su principal objetivo enmascarado es tener el poder para dar y quitar licencias, esto es para premiar a testaferros y obsecuentes y castigar al periodismo crítico e independiente. Para controlar y, si es posible, asfixiar a los malos, y para apañar a los buenos. Ya sabemos quiénes son para los Kirchner los malos y los buenos. En su concepción binaria y jurásica, todos los periodistas somos chirolitas. Los buenos hablan y escriben por boca y encargo de los Kirchner y los malos, de las corporaciones destituyentes. Así de maniqueo es el mundo de los Kirchner, que son incapaces de ver los matices, las trayectorias profesionales y las peleas que todo periodista da dentro de su medio para mantener su voz propia y para ampliar los márgenes de libertad. Por eso, más allá de los tecnicismos discutibles, esta ley que se viene deja al gobierno de turno con una especie de Consejo de la Magistratura de los Medios. Con el poder suficiente para designar y destituir medios, como hace con los jueces.

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De todas maneras, esto también demuestra que el oficialismo tiene un jefe y que la oposición no lo tiene. Y éste también es un dato clave para entender estos tiempos de cólera. Néstor Kirchner atrincherado en Olivos, y detrás de las polleras y la investidura de su esposa, es un conductor obsesivo y de mano férrea con una astucia táctica política infrecuente. Néstor es un coronel pírrico que gana batallas memorables como la Ley de Medios pero sale malherido, deja jirones de su prestigio y paga costos políticos altísimos. Pero mantiene firme el timón del barco aun en la peor de las turbulencias. Es verdad que huye hacia adelante y que quema todo lo que deja atrás. Pero hace política. Abre y cierra el grifo del dinero a los gobernadores, imagina escenarios, fuerza situaciones, juega fuerte y al límite, redobla apuestas, mueve piezas en su mesa de arena, intenta sumar rivales como el caso de Hermes Binner y, si no puede, los trata de despedazar, como a Carlos Reutemann. Ejerce un liderazgo más por el temor que por el respeto, pero lo ejerce. Es un coronel que no tiene quien le escriba. O mejor dicho: tiene quien le escriba pero le parecen poco los medios que por escribirle el diario de Yrigoyen se venden menos que nada o los programas de televisión y radio que se escuchan y ven mucho menos que los que optan por ser fiscales del poder.

Orlando Molaro, el consultor de comunicación corporativa y especialista en crisis, lo definió con contundencia: “El Gobierno decidió sacarse los guantes”. Molaro, que se recibió de periodista en la Universidad de La Plata y que asesoró a grandes empresas, explica que esa determinación es “abandonar la pelea en el ámbito de la política, donde la opinión pública interviene y modera, para pasar al resbaladizo terreno de la gresca callejera, de la reyerta”.

Esa política a puñetazo limpio es la que le permite mantener el centro del ring y ganar de prepo, atropellando reglamentos y formalidades y, simultáneamente, caerse a pedazos en la tabla de posiciones del prestigio social o de la imagen positiva. Los especialistas dicen que un político que supera como los Kirchner el 50% de imagen negativa no tiene retorno en su relación con la comunidad. Podrá mantenerse como un jugador importante que influya sobre tácticas y candidatos pero ya no podrá recomponer su romance con la sociedad cuando logró momentos de 70% de imagen positiva.

Si Kirchner es el jefe indiscutido de su movimiento, la oposición no puede decir lo mismo. ¿Quién es el jefe/a de la oposición?, es una pregunta difícil de responder. Veamos:

Julio Cobos. Es el que más quiere ocupar ese lugar pero el que más limitaciones institucionales tiene por su lugar de vicepresidente. Desafía constantemente las imposiciones de los Kirchner, se rebela y da batalla pero hasta ahí. Tiene que hacer un equilibrio muy delicado para no violentar las instituciones y tratar de hacer todo lo contrario que hacen los Kirchner, que es la mejor manera que encontró de crecer en las encuestas. Su documento titulado “Alguien tiene que ceder” es la confirmación del lanzamiento de su candidatura presidencial. En Mendoza, y del brazo de Ernesto Sanz, pedía el voto como respaldo necesario para pegar el gran salto. A partir de esta noche estará en ese lugar a cargo de la presidencia de la Nación mientras dure la ausencia de Cristina del país, y le costará mucho responder con chicanas normativas a las zancadillas de los Kirchner. Hay que estudiar cómo se comporta José Pampuro en la jefatura del Senado. ¿Enviará el proyecto a cinco comisiones, como pidió Cobos, para aumentar el debate y demorar los tiempos, o solamente a dos, como ordenó Cristina para sacar lo antes posible la ley a libro cerrado? Miguel Pichetto, Sanz y Cobos acordaron que se envíe a cuatro comisiones. Ni Néstor ni Cristina le hablan a Pampuro desde hace tres meses, pese a que el ex pediatra de los hijos de Duhalde fue el principal impulsor de la candidatura de Néstor dentro del duhaldismo. ¿La bronca por ese destrato llevará a Pampuro a cobrarse la factura y acceder al pedido cobista o la disciplina partidaria pesará más? Ver para creer.

En esa especie de plataforma de buenas intenciones políticamente correctas pero que expresan a gran parte de la clase media, Cobos propuso “un gran consenso nacional”, con un lenguaje prudente “propositivo y no impositivo”. Es el reflejo de las conversaciones que viene manteniendo con Eduardo Duhalde y Rodolfo Terragno, entre otros, alrededor de la necesidad de una agenda de Estado o de una suerte de “Pacto de la Moncloa”. Explicita que sus referentes son Lula, Bachelet y Tabaré Vázquez, y habla de enriquecerse sin desacreditarse con las posturas más diversas.

Elisa Carrió. Su silencio se escuchó como un estruendo. Una gran jugadora brilló por su ausencia en el debate público. Nadie sabe bien qué es lo que le pasa. ¿Su problema de salud es tan importante o se trata de un vacío como hecho político y mensaje? Ella se dio por relevada como jefa de la oposición después del flojo resultado en Capital. Fracturó el Acuerdo Cívico y Social cuando dijo que a Cobos no lo votaría ni en segunda vuelta. Eso no tiene retorno. Nunca se llevó bien con Hermes Binner, al que acusa de ser demasiado blando y de mirar con excesiva simpatía al kirchnerismo. Después del voto socialista en Diputados, va a dar por confirmadas sus sospechas. Gerardo Morales hace lo posible por que Lilita mantenga los pies dentro del plato del Acuerdo pero todo indica que eso es una utopía. Eligió el camino de fundar un nuevo partido fuertemente anti K y que también se diferencie de la oposición. De hecho, sus diputados dieron una conferencia de prensa solos para anunciar que se iban del recinto a la hora de votar. En cambio, el radicalismo lo hizo coordinadamente con Unión-PRO y el peronismo disidente.

Carlos Reutemann. Otro que milita en el silencio, igual que Carrió ahora. No asomó la cabeza ni siquiera para pasarle la factura a su archienemigo, Hermes Binner. Durante las elecciones se acusaron mutuamente de tener un pacto secreto con Kirchner. Hablaron por él y le dieron duro al socialismo, el ex gobernador Jorge Obeid y la presidenta del bloque reutemista de los diputados en Santa Fe. Hasta el legislador radical de esa provincia, Darío Boscarol, aliado de los socialistas, dijo que su actitud fue “funcional al kirchnerismo porque debilitaron a la oposición”. Lole sigue en boxes. Ni siquiera quiere confirmar que vaya a ser candidato a presidente. Sigue en su mundo personal y desde allí es imposible desafiar a Kirchner.

Mauricio Macri. Indirectamente lanzó su campaña presidencial de una manera poco recomendable: a través de Luis Barrionuevo. Después vació de contenido las palabras más definitivas al decir que “éste es el gobierno más fascista que hubo en el país en años”. Se puede calificar a los Kirchner de autoritarios, cesaristas, hegemónicos, pero si los Kirchner son fascistas, ¿cómo hay que calificar a Hitler y Mussolini? La mejor campaña de Macri, él lo sabe muy bien, debería ser la gestión. Demostrar su capacidad para administrar el distrito más rico del país. Debería hacer realidad eso de que “va a estar bueno Buenos Aires” y, por ahora, no ocurre.

Felipe Solá. Es el que apuesta más fuerte. Contra Kirchner y también contra los que acuerdan con Kirchner como los gobernadores Mario Das Neves y Hermes Binner. Felipe dijo que en esos casos “funcionó la chequera” y el chubutense salió a cruzarlo sin miramientos. Todavía le falta recorrido y que los bultos se vayan acomodando en el viaje.

Hermes Binner. El sábado pasado en esta columna escribí textualmente: “Lo del socialismo hay que tomarlo con pinzas. Hay cierta rebelión en la granja porque muchos dicen que Hermes Binner quiere que sus legisladores voten acompañando al kirchnerismo en la Ley de Medios. Cuando Kirchner dijo que le gustaría tener a Binner como compañero de fórmula en 2011 fue más una señal que un piropo político. Cuentan que eso aumentó las diferencias entre el intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, y el gobernador, y que el senador Rubén Giustiniani hizo malabarismo con las palabras ayer para decir que “asÍ como está el proyecto” será rechazado pero que el socialismo quiere una nueva ley de la democracia. Hay todavía mucha negociación por delante en ese bloque. Estaba clarito que con esa fórmula Giustinianni dejaba una gigantesca puerta abierta. La rebeldía de la diputada cordobesa Laura Sesma fue sólo la expresión pública de muchos cuestionamientos internos como trapitos sucios que se lavaron en casa. Ayer, Binner, en un acto en el Monumento a la Bandera, aclaró que “algunos nos pueden acusar de haber hecho un pacto porque estamos en épocas electorales. De lo que no nos pueden acusar es de no ser coherentes. Nuestros legisladores votaron a favor porque el Gobierno modificó los principales cuestionamientos que se le hicieron a la ley, como son el ingreso de las telefónicas al mercado audiovisual y la composición del órgano de control. Esta vez fuimos coherentes como cuando apoyamos la transferencia de los fondos de las AFJP a la ANSES. Siempre respaldamos el sistema de reparto. Y en este caso, históricamente hemos defendido la necesidad de una federalización de los medios. En Santa Fe, para que a uno lo escuchen en toda la provincia, hay que ir a un canal de Buenos Aires. Yo no aseguro que los Kirchner van a cumplir la ley, pero hoy tenemos una nueva herramienta legal para exigir su cumplimiento”. El análisis político dice que a Binner y Kirchner los une el mismo enemigo: Reutemann. Y los aleja el hecho de que el apellido Kirchner es mala palabra en Santa Fe por los siglos de los siglos. Conviene recordar que la centroderecha veía a Carlos Menem rubio, alto y de ojos celestes. Y que algunos sectores de centroizquierda lo ven a Kirchner como si fuera Héctor Cámpora. Ilusiones ópticas. Pereza intelectual. Expresiones de deseo. Necesidad de creer que luego se transforma en desilusion que desnuda la impotencia para la construcción autónoma.

Eduardo Duhalde. Está detrás de bambalinas, en China o con Lula, que le va a prologar su libro. Junta gente en contra de los Kirchner y propone un pacto de unidad nacional que garantice que un gobierno radical pueda terminar su mandato y que deje de demonizar a los caudillos bonaerenses, a los que él considera “la última barrera de contención y asistencia a los mas excluidos”.

La oposición aparece sin rumbo ni jefatura. Semeja un equipo llorón que se queja al árbitro por infracciones a cada rato. Creía que el partido lo tenía ganado y resulta que del gran DT de Olivos viene desplegando bilardismo político para conservar el resultado. Pero no es el final de nada. Sólo es el comienzo de otras batallas que se vienen.

Después del Senado, vendrán las apelaciones de las empresas ante la Justicia, los amparos, los no innovar, la confrontación en tribunales hasta que el 10 de diciembre llegue la nueva conformación del Parlamento.

En ese Congreso que viene y que refleja el humor y las demandas sociales de hace 50 días, el kirchnerismo tendrá menos poder todavía y muchas fuerzas de la oposición ya anunciaron que van a modificar o derogar esta ley hecha a medida de los intentos hegemónicos y controladores del periodismo de los Kirchner. Por vías extraoficiales, los jefes parlamentarios del oficialismo ya anticiparon que Cristina Fernández va a utilizar todas las veces que sea necesario el veto presidencial, que debe ser un mecanismo de excepción y no la conducta permanente. Y allí nuevamente aparecerán las tensiones, las discusiones crispadas y un clima poco propicio para el embalaje final hacia las elecciones presidenciales de 2011. De todos modos, la oportunidad sigue vivita y coleando. Tiene forma de una ley que no sea para los Kirchner ni para Clarín. Una ley que sea para todos los argentinos.

La oportunidad todavía está allí picando frente al arco. Una vez más, los Kirchner la tiraron afuera. Pero el partido sigue. Vimos sólo una foto. Falta ver la película completa.