El desprecio de las autoridades por un esquema “normal” de política económica resulta llamativamente alarmante. La política monetaria ha quedado reducida a financiar el desequilibrio fiscal, comprar, eventualmente, dólares a los exportadores y mantener negativa la tasa de interés que reciben los ahorristas, resultando en un ritmo de emisión en torno al 40% anual. La política cambiaria consiste en regulaciones, controles, prohibiciones, y limitaciones, más impuestos para encarecer el uso de divisas para turismo y compras en el exterior, mientras la variación del tipo de cambio nominal oficial corre detrás de la inflación y se recurre a “llamados telefónicos” y venta de dólares en el mercado informal, para evitar que el precio del dólar en el mercado paralelo ensanche demasiado la brecha entre ambos valores.
La política antiinflacionaria, por su parte, se construye en torno a congelamientos parciales de precios e intentos de moderar la suba salarial, buscando, al mismo tiempo, evitar un retroceso del salario real. Y una política errática y discrecional de subsidios y transferencias a privados.
Pero este “ninguneo” de las herramientas habituales que, en el mundo que funciona, solucionan los desequilibrios macroeconómicos, ha llevado a un escenario de muy bajo crecimiento (cuando no estancamiento), una elevada tasa de inflación, problemas crecientes de infraestructura, freno a la creación de empleo en el sector privado, caída de la inversión, reducción del superávit comercial, brecha cambiaria en aumento, y dependencia creciente de variables internacionales que no se controlan, como el precio de las commodities o el nivel de actividad en Brasil.
Pese a ello, resulta difícil imaginar a la Presidenta y su equipo, decidiendo un cambio drástico de estas políticas, por ahora.
En efecto, pasar a una política monetaria más prudente, obligaría a otra política fiscal que moderara el déficit. Pero otra política fiscal implica hacer crecer el gasto por debajo del aumento de los ingresos, ya en techo de presión tributaria inédita. Candidatos: ¿salarios públicos? No, ello implicaría bajarle el salario real a mucha gente. ¿Jubilaciones?, tampoco, están pseudo indexadas por la ley de movilidad previsional. ¿Obras públicas y transferencias a provincias? Ello reduciría la “influencia” oficial sobre gobernadores e intendentes a la hora de armar las listas para las elecciones. ¿Reiniciar el sendero de reducción de subsidios al transporte y a la energía? Habría que aceptar un aumento inicial de precios. ¿Hacer política monetaria contractiva, absorbiendo liquidez? Obligaría a convalidar una suba de las tasas de interés, o afectar fuertemente la rentabilidad del sistema financiero.
¿Desdoblar el mercado cambiario oficialmente? Ese eventual desdoblamiento, aislado, no haría más que ratificar las expectativas de una mayor devaluación, inflación, sabiendo que las brechas no son para siempre y que, finalmente, el tipo de cambio más caro, será el que, a la corta o a la larga, predomine.
Y no está claro, tampoco, por qué un tipo de cambio libre “legal” haría bajar la cotización del mismo, a menos que se permitiera canalizar, por ese mercado, algunas exportaciones para alentarlas, (una especie de “reembolso” privado), junto a la demanda por turismo. Y habría, de todas maneras, un “tercer” mercado, informal, para atesoramiento.
Devaluar lisa y llanamente y volver al mercado “único y libre de cambios” desarmando todo el esquema actual, serviría si la política monetaria se moderara porque si no, sería alentar una pérdida constante de reservas del Banco Central.
Por lo tanto, si no puede mantener “votantes contentos”, la opción del Gobierno es que los “votantes tristes” no le echen la culpa a la política oficial de su tristeza, sino a complots de los monopolios, los sojeros, los buitre, los empresarios o los banqueros.
¿Y entonces? Entonces, lo más probable es que se intente “profundizar” lo que se está haciendo hasta ahora. Ampliar y prolongar el control de precios, incluyendo, quizás, un esquema de aumentos salariales diferenciales, por fuera de las paritarias.
Más restricciones y controles a los movimientos cambiarios. Nuevas regulaciones en el mercado financiero, y de capitales, y “llamados telefónicos” y uso de reservas para “calmar” al dólar libre.
En síntesis, más de lo mismo, mientras se pueda...