No se trata de otra cosa que afrontar un juego y jugar. Se juega con un equipo contra otro equipo. La palabra “contra” no significa nada más que eso. No hay del otro lado enemigos ni adversarios ni demonios. Sólo un otro contra el que se juega y se disfruta. Disfrutar. Quizá todo el debate esté puesto en esa palabra. Si el juego tiene estos rasgos, no se puede disfrutar sin el otro. Y el otro también juega. Es como cuando jugábamos a la escondida. ¿Qué hacíamos? Pensábamos. ¿Dónde conviene esconderse? ¿Cuál es el camino más rápido para cantar “pica”? Pero claro; si se plantea así en el fútbol, uno es bilardista, o antifútbol, o desconoce el gusto de la “gente”, o tramposo, o cobarde. Jugar se juega con el otro y se juega un deporte cuyo objetivo es que unos ganen y otros no. Unos ganen y otros pierdan hoy, y mañana será al revés. Ganar es hacer más goles que el rival. Uno más. No dice la regla un gol más lindo, o de chilena, o de caño. Dice “un gol”. Nada más.
Pero parece que los goles no son todos iguales aunque valgan legalmente lo mismo. Y parece que haber llegado a una final del mundo no tiene valor porque no se juega con vocación ofensiva. Como si la vocación ofensiva fuese sinónimo de valentía o de estética o de éxito. A Brasil le propinaron siete por salir alocadamente al ataque. Por pedido de todos. Del periodismo, de la “gente”, del estilo de juego, de una filosofía de vida. No se juega como se vive. La vida es otra cosa y por suerte existen los juegos. Como el fútbol. Para que la vida no sea sólo la vida y se compense o se descargue o se conjure. Por suerte existe el fútbol. Como existen las películas de amor y de héroes, pero como existen también las películas de los antihéroes o de amor que terminan mal. Es que en general terminan mal. Es que el campeón es uno. Y ser campeón es como alcanzar el amor ideal, pero el amor ideal no existe. Y el campeonato del mundo se disfruta, pero al otro día hay que volver al ruedo.
El fútbol es como el amor y como el hambre. En realidad, estamos siempre más hambrientos que satisfechos. Hasta que comemos y olvidamos. O entramos a la cancha y gritamos. Y se come de diferentes maneras. Y se ama de múltiples formas. Pero el objetivo es uno. Como en el fútbol. Se trata de ganar. Y si no se gana, se pierde. Y no pasa nada. Mañana se juega de nuevo. Pero se sigue tratando de ganar. Ganar no es ni bueno ni malo. Es fútbol. Ganar es el propósito del fútbol, pero por suerte en el fútbol hay más cosas. ¿No fue la jugada más celebrada en el partido con Holanda el quite de Mascherano ante Robben? ¡Gritamos un impedimento! Así es el fútbol. Hoy, de a poco, se le va reconociendo a Sabella algo de su impronta.
Eso también es fútbol. Una impronta. Y un discurso. Sólo se trata de un juego. Eso es Sabella. De un juego en que se gana y se pierde. Y mientras se juega, se buscan las maneras de alcanzar ese objetivo. Si hubiéramos salido contra Holanda a hacer jueguitos cerca del área, nos comíamos cuatro. O siete. Pero no. Por suerte está Sabella, que sabe jugar. Que cree en el buen juego. En jugar bien. O sea en que este juego con el otro se resuelva favorablemente. Y que los hinchas festejen. Un gol, un quite, una actitud, una táctica. Ojalá que un campeonato.
*Filósofo.