Creo que si se mide la calidad de una columna de prensa por las respuestas que origina –poco importa si a favor, en contra–, la mejor de estas páginas de PERFIL lleva la firma de Daniel Link y se publicó la semana pasada con el sugestivo título de “El mal absoluto”.
Está reproducida en varios espacios de Internet y recibió no menos de ocho comentarios en la web de PERFIL, lo que es mucho decir porque elevarlos requiere tediosos trámites de ensayo y error informático.
Link, uno de los millones de defraudados por Microsoft y sus secuaces, los fabricantes de equipos que embaucan al usuario con licencias parciales que subordinan su tiempo y sus derechos a la voracidad del gigante, cierra su columna declarando la guerra a esa odiosa corporación.
Pero, él, que se rompió el tujes estudiando lenguas clásicas, mil teorías literarias, alemán, francés, inglés, y emprendiendo complejos ensayos y riesgosas novelas, en un párrafo lamenta sentirse “un poco viejo” para iniciarse en Linux y algo pobre para acceder al Mac OS.
Esto me pareció una mariconada.
El uso del término “maricón” en el habla corriente más que una incorrección política es una falta moral. Conviene distinguir entre lo político y lo moral. Las faltas políticas son siempre bienvenidas porque responden al daño que el Estado y el orden persisten en hacernos: malvenidas, las faltas morales, son las se comenten contra uno mismo. Habría que erradicar el empleo de “maricón”, insulto dirigido a un varón que encubre a la vez una denigración del carácter femenino.
Habría que erradicar, pero no se puede. Si ni siquiera pudimos librarnos de los habituales “adiós” y “ojalá” que pronunciamos invocando a una divinidad que ya dimos por muerta, y seguimos llamando “vergüenza ajena” al español “bochorno”, tardaremos siglos en acceder al término “pusilánime” que da cuenta de todo lo se quiere decir con el feo “maricón”.
Pero el chico que no quiere salir a la calle a jugar porque llovizna, el que prefiere obedecer antes que enojar a una autoridad arbitraria, el que se resigna a los caminos trillados que no llevan a ninguna parte para no correr riesgos, el que zappea y zappea esperando encontrar en su cable algo que nunca en la vida le brindó la televisión, el que sigue colgado a la pantalla de Windows porque teme fracasar al cabo de doce horas de intentos con Linux son variantes del pusilánime a las que seguiremos llamando “mariconadas”, resignándonos a esta lengua vulgar como verdaderos maricones que somos, independientemente de la orientación sexual que, con mayor o menor fanatismo, predomine en nuestra vida por esta temporada.