Las elecciones venezolanas han sorprendido a todos. Ya en la tarde, en las filas del chavismo, comenzó a emerger preocupación por la cercanía entre Maduro y Capriles, pero la paridad fue mucho mayor que la esperada: 1,5%, 250 mil votos de diferencia. Es verdad que en Europa o Estados Unidos (y en la propia Venezuela en otras épocas), los candidatos ganan o ganaban por muy poca diferencia, pero la situación no es comparable. El chavismo gobierna de manera plebiscitaria –y cada elección es una suerte de guerra civil electoral. Por eso Chávez solía convocar al “huracán bolivariano”: necesitaba apalear electoralmente a sus adversarios. Cuando se apuesta a polarizar un país –siguiendo una línea a la que Laclau le dio difusión en su libro La razón populista–, no se puede hacerlo 50/50. Chávez polarizaba 60 a 40 y durante quince años su liderazgo fue invencible, y seguramente lo hubiera sido el 14 de abril. Pero Maduro inicia la era poschavista debilitado, no sólo frente a la oposición hegemonizada por la derecha neoliberal sino frente al referente de la “derecha endógena” y boliburguesa, Diosdado Cabello.
La debilidad que sentía Maduro lo llevó, probablemente, a pasar una y otra vez el video donde Chávez lo nombraba su heredero, y a apelar a una suerte de espiritismo que lo hizo caer en el ridículo (pajaritos de por medio). Por otro lado, su insistencia en ser el “hijo” de Chávez le impidió construir una personalidad propia: durante toda la campaña buscó imitar, con menos talento y gracia, los gestos y las formas de Chávez (incluyendo los insultos). Aun con el formidable “efecto duelo” a su favor, casi pierde frente a un rival que venía de ganar con lo justo la gobernación de Miranda, mientras la oposición había sido derrotada en toda la línea en los dos comicios previos por un Chávez ya muy enfermo.
Si la derecha lanzó una nueva ofensiva poselectoral, es porque la victoria de Maduro fue por puntos. Ello refleja un agotamiento más general del proyecto bolivariano. Más allá de los intelectuales orgánicos que anuncian ilusorias transiciones socialistas, lo cierto es que hay una impasse ideológica de la “revolución”, especialmente frente a los problemas económicos que la acechan. Que el petróleo pueda evitar una crisis mayor no significa que la megadevaluación, la inflación, los enormes déficits institucionales, el desorden económico y la corrupción no constituyan ya problemas crónicos, que el propio Chávez no pudo resolver. Sin duda, muchas cifras sociales mejoraron, pero –como se demostró en la última campaña– Capriles se presenta ahora como un continuador del “buen chavismo”, lo que complica bastante al oficialismo, más allá de lo demagógica que sea esa conversión. Así funciona la política.
Pero más allá de la coyuntura, todo ello pone de relieve un problema mayor para las izquierdas. Los hiperliderazgos (eternos) llegan a un punto en que suelen terminar mal. Por otro lado, la plebiscitación permanente de la política implica un enorme desgaste de energías en una campaña electoral permanente. Las izquierdas enfrentan un dilema: por un lado, los partidos más institucionales (PT, Frente Amplio) son los que aparecen más moderados y, por el contrario, los que muestran más épica revolucionaria son los que recuperan el vínculo “populista” entre el líder y las masas: ¿pero son en verdad sostenibles esas revoluciones? Si Maduro perdía, hubiera seguido un desbande de las fuerzas chavistas; el todo o nada es peligro, el chavismo, el 14 de abril, estuvo muy cerca de “nada”.
Finalmente, todo esto demuestra un cansancio social. Algunos reportes muestran que los cacerolazos llegaron a barrios populares. Basta ver tres horas de Telesur para sentir ese agobio retórico ideológico (muchas veces vacío) que no se puede mantener eternamente. La política no puede ocupar el 100% de las actividades humanas (salvo de los políticos profesionales). A veces la idea épica de revolución impide ver que muchas veces la gente simplemente se cansa, sin sentirse horribles traidores. Y vota por el que tiene a mano para “cambiar”.
Más que condenar al pueblo, como hicieron algunos chavistas en las redes sociales, muchos desde miles de kilómetros de Venezuela, debería entenderse por qué la gente vota como vota. Eso es más útil para frenar a la derecha que las pruebas de fe discursivas para convencer a los ya convencidos desde las cámaras de los canales estatales.
*Director de la revista Nueva Sociedad.