El 24 de marzo nos agarra en Berlín. Discuto con mis actores qué decir después de nuestra función, justamente aquí, en un festival sobre identidad e ideología. Me asalta la culpa, como cada vez que me veo representando –per forza– a los argentinos. No importa cuánto uno intente sugerir que los argentinos son un gran masacote de ideas, identidades y contradicciones. Si estás en un festival y tu obra es la única invitada de tu país, “sos” la obra de Argentina. Es una representación azarosa e involuntaria; también los turistas que con Martínez de Hoz compraban empapelados en tiendas de Miami representaban a la Argentina sin haber sido votados para que oficiasen de embajadores.
Al terminar la obra, pretendo explicar en dos palabras balbuceantes que hace 33 años la dictadura cambió para siempre nuestra identidad. He buscado ayuda lingüística para traducir las palabras, pero ninguna de las que me ofrecen mis amigos alemanes me viene bien. ¿Qué se hace un 24 de marzo? ¿Se “conmemora”, se “rememora”? La palabra que pido no existe, y a lo sumo me ofrecen un vago y tibio “se recuerda que”. Agarro lo que hay. Recordamos que. Una manera de decirles: lo que queremos es que la atrocidad no se olvide. No queremos olvidar.
Al llegar a un país y mirar sus feriados, te encontrás con un falso resumen Lerú de su lectura identitaria. Se cumplen 20 años de la caída del Muro y la fecha brilla cada vez con más rojo. Acuñaron incluso una palabra, Ostalgie, que significa más o menos “nostalgia por el Este” (Ost).
La caída del Muro, tan celebrada, 20 años después produce una dulce nostalgia. “Las familias se juntaban más antes”, se queja un viejo amigo. “Conseguir los permisos para una reunión familiar con los parientes que –azarosamente– quedaron del otro lado del muro era todo un evento. Y la reunión tenía un sentido emocional. Ahora que podemos reunirnos para cualquier cumpleaños de 15, lo hacemos con desgano.” Bares de moda con viejos empapelados. Y una urgente discusión sobre el costo de la propiedad, ahora que los dueños expropiados vuelven a hacerse cargo de los alquileres, carísimos, allí donde el Estado antes garantizaba vivienda. Ostalgie.