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Notas del verano II

Corazón y la Negrita cazaron un pájaro. Cuando los encontré, el pajarito, poco más que un pichón, estaba vivo y no tenía heridas a la vista aunque no podía volar.

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Notas del verano. Corazón y la Negrita cazaron un pájaro. | Marta Toledo

1. La ofensiva de las hormigas coloradas es constante. Son unas hormigas muy pequeñas y tenaces que vienen de afuera, capaces de detectar una minúscula miga de pan en el piso o algún fragmento de alimento de gato que escapó de las fauces de Corazón o de la Negrita. Forman enseguida una fila gruesa que se amontona sobre la comida. Me pregunto cómo hacen para no devorarse entre ellas en la empresa de repartir un botín tan chiquito.

2. Cuando volvía del almacén encontré, al costado del camino, una vieja corteza de yuca. Me la traje porque creo que puede convertirse en una maceta para el asta de ciervo, que ahora tiene una maceta de plástico resquebrajada por el sol y que no le hace honor a una planta tan hermosa. Hay muchas yucas por acá, ahora florecidas. Las hojas, que terminan en una espina afiladísima, protegen el racimo de flores blancas. Solo las abejas son capaces de acercarse.

3. Una de mis vecinas plantó un cerco de cortaderas. Todavía están muy bajas y parecen inofensivas. Pero ayer pasé, distraída, y me corté la pierna. No me di cuenta hasta que vi la sangre, muy roja y espesa. Parecía extraño que algo con tanta densidad pudiera salir de un tajo microscópico. Cuando dejó de sangrar, del corte quedó una línea imperceptible como hecha por una gillette.

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4. Corazón y la Negrita cazaron un pájaro. Cuando los encontré, el pajarito, poco más que un pichón, estaba vivo y no tenía heridas a la vista aunque no podía volar. Pensé que podía tenerlo unos días hasta que se recuperara del susto, hasta que las tres plumas que encontré dispersas en el pasto volvieran a crecer. Lo guardé en el baño, el único lugar al que los gatos no pueden entrar. Le hice un nido en un cuenco de barro con piedritas del río Uruguay que me regaló Danilo hace unos años. Arriba de las piedritas puse un manojo de agujas secas de pino. Parecía un nido. Pero no fue suficiente y al cabo de un rato lo encontré muerto. Era un pajarito azulado. Ayer una amiga me mostró una aplicación para saber el nombre de las plantas: sacás una foto y la aplicación te dice qué es. Tal vez haya alguna para aves. Como sea, nunca sabré qué pájaro era este, pero era hermoso. Sobre todo las patitas, tan finas, tan delicadas, como hechas con un pincel de un solo pelo, como solo podría dibujarlas un artista demasiado exquisito. Lo enterré al pie del limonero.

5. Unas noches antes, la Negrita cazó otro bicho. Me pareció que era un perrito de agua, aunque no veo uno desde que era chica. Me acuerdo que los encontrábamos sobre todo después de la lluvia. La gata trataba de comerlo pero él se defendía. Después, googleando, vi que tiene unas garras delanteras bastante potentes. Lo levanté con la pala de plástico y lo devolví a la maleza de la noche. Espero que haya tenido mejor suerte que el pájaro.

6. Acá, cada vez que llueve se corta la luz. Tengo sentimientos encontrados con el asunto. Por un lado, nada más hermoso que la lluvia rebotando contra la chapa y los ventanales. Pero tengo que acostumbrarme a estar preparada: el teléfono y la computadora con baterías cargadas, agua caliente en el termo, porque todo es eléctrico.

7. Esta mañana, cuando me levanté, las chicharras ya cantaban a todo vapor. Le mandé un audio a una amiga: ¿Sentís las chicharras? Y me acordé de ese poema de Javier Adúriz: “¿Oís el río, Okusai? No está lejos./ Tiene el sonido ambiguo de la vida./ Son como cascotitos limpiándose/ con la corriente, algo múltiple./ (…) ¿Oís, Okusai? (…) Dejate ir nomás, un poco./ ¿O vinimos nada más que para esto?”.