¿A usted le gusta la arqueología? A mí me fascina y caigo en las redes de Stephen Jay Gould en cuanto abro uno de sus libros y no le digo nada de gente como Merlin Donald o Jerry Fodor. Se me pasa enseguida cuando me acuerdo de que no tengo que prepararles el desayuno a ninguno de los dos, tres, o los que sean.
Porque a una no puede durarle mucho el amor por ningún tipo al que no tiene que prepararle el desayuno ni hacerle acordar de ir a pagar la cuenta del kiosco de diarios. Pero gracias a ellos
me entero de cosas maravillosas, increíbles, brillantes, inesperadas, de esas que no tienen nada que ver con el kiosco de diarios ni con la cuenta de la luz y que al contrario, la disponen a una a los pensamientos más disparatados que son los que una no va a usar jamás para ningún cuento ni novela pero que sí le van a servir para mantener activas las conexiones entre las células grises, Poirot dixit, que conforman eso que algunas personas, no todas, tienen dentro de la caja craneana, a saber: el cerebro. Ejemplo: ¿usted sabe cuánto tiempo pasó entre la primera punta de flecha tallada hasta la computadora? No, ¿eh? Pues le informo: una pavada, vea, nada más que noventa mil años. ¿No es portentoso? Sobre todo si a una le da por marearse con lo que pasó entremedio.Y peor: si usted quiere infartarse pensando en todo lo que va a pasar de acá a otros noventa mil años. No, por favor, no me lo diga que ya lo sé, y eso sin releer a Gould o a alguno de sus secuaces. Piense un poco y me cuenta.